Un pajarito que cantó hasta morir
Mientras conversábamos con mis amigas, de antiguos amores y recuerdos que jamás se borran, el avecita que una de ella había rescatado de las calles por encontrarse herida, cantaba y cantaba con un tono casi alegre, real y vívido.
Fuimos a verlo, el seguía quietito. Parecía estar mejor, no tan golpeado y menos agobiado por el dolor que lo acechó unos días antes. Era bonito, era chiquito, era algo así como un hermosísimo recordatorio de lo bellísimas que son otras formas vivas. Que son menos letales que nosotros y tan fáciles de dañar. Al pensar todo eso el ser humano me dio algo de bronca, algo de miedo, algo de asco. A un pajarito podemos herirlo de un golpazo. Entre nosotros nos tendemos trampas sicológicas destinadas a arruinarnos lentamente. De ello hablaba con mis amigas.
Una más hermosa que la otra, que bonitas niñas. Y mientras reíamos oíamos al avecita pequeña.
Hablamos y hablamos y el sonido de fondo. Hasta que fuimos a la otra sala y dejamos de oírlo. Antes de irnos de la casa pasamos a ver la jaulita. Y allí estaba, pero ya no cantaba. Más quietecito y duro, con otros ojitos pequeños. Había muerto, y había inventado un bolero antes. Nos había deleitado con notas mientras nos hacíamos más humanas, conversando de lo que somos. Fue triste y lindo. Bella nostalgia, una muerte bonita.
Nos refugiamos en que brindamos cierta esperanza, cierto rayito de amor en la vida de aquel pajarito. Estamos seguras que decodificó nuestras intenciones, porque nos dedicó un bolero antes de irse.
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