En el reino de la realidad santa, todos tenemos un lugar llamado casa. Cada casa es lo que el sujeto hace de ella; y ellas tienen todo lo que el hombre piensa y no hace, en pequeñas bolas de cristal, donde las ideas conviven con la nieve y otras casas más chiquitas aún.
No es verdad, como algunos dicen, que los santos no nos dan nada, nos dan la posibilidad de habitar sus casas por lapsos de tiempo cortos. Lo bueno de haberlas habitado aunque sea una sola vez, es que el mundo cambia sus dimensiones.
Hay una casa que se encuentra inmersa en un enorme bosque de alerces, en lo alto de un monte. Allí, el bosque rojo como el vino, se come a la realidad propia del inquilino y crea una barrera casi insuperable. En el medio del bosque se encuentra la diminuta cabaña; casi como si fuera el cenit de la razón, vemos al señor de esas tierras. Es un joven que parece muy viejo, como si se sintiera mejor aparentando sabiduría y experiencia. Él nos invita a pasar a su casa, a comer algo delicioso mientras él se acomoda su cabellera enredada en las paredes de caramelo. Una vez dentro apreciamos la amplitud de ese espacio que creíamos tan pequeño, y como este ser vive con sus herramientas del arte y sus partes propias de la locura.
Muy sorprendidos le preguntamos, al joven cristo, cómo hacer para llegar a otra casa. Nos indica la casa de su primer conocido, es la casa de un muchacho alto y esqueléticamente flaco, y la casa donde vive fue creada por titanes conocidos por las lobas y sus hombres. La casa está situada en el monte vecino, pero en la verde pradera. La casa es un gran castillo medieval, donde los balcones dan a la inmensidad frente a la ladera de la cordillera y su soberano se encuentra mirando ciegamente. Él parece mas inmaduro de lo que es y se ve que goza de su situación, parece casi libre. Es envidia lo que se siente cuando lo escuchamos vivir.
Enojados con la realidad partimos rumbo ningunaparte. En el camino nos encontramos con un ser que dice tener un lugar por esas espesuras (que en ese momento ya están transformadas en desierto) y dice que podemos ir a descansar allí. Al arribar sentimos estar entrando en la cueva de una vizcacha porque tuvimos que agacharnos y hacernos chiquitos para pasar por el túnel de entrada. Las paredes de tierra se desmoronaban un poquito pero cuando queremos ver para atrás, a la entrada, nos encontramos en un espacio muy amplio. El túnel es ahora una habitación con todas las comodidades. El hombre parecía un mono, pero vivía como rata. Entre sus monerías, sirvie té con limón y me ofreció todos sus triunfos de la caza del día para quitarme el hambre de gula. Un poco enojado por mi rechazo a la carne (le explique que quería algo dulce) me indico que fuera a lo de su hermano: “el que vivía en la rama”. Yo me reí por ese apodo que le había puesto y le pedí que me dijera como llegar.
Salimos al sol y me indico una senda marcada en la tierra desnuda. La seguí y llegue a un altísimo árbol, un gigante hecho madera y luego moldeado para que alguien viviera en su interior, como un parasito. Era extraña la persona que estaba dentro, era como cortante y amistosa al mismo tiempo. Se reía pero juzgaba, me miraba pero me odiaba. No lo entendía mucho, pero me caía muy bien; Viví un tiempo en el árbol, con sus amplios espacios listos para que los pisase.
Yo creo, que las casa no son ilusiones sino realidad y que lo que vivimos no es más que nuestro miedo a la verdad.
El terror lo causan por la incomunicación. Rompa el aislamiento
Nunca crea en lo que dicen, porque mienten para que no ocupemos el paraíso.
Lo que ellos llaman aciertos son errores, lo que ellos llaman errores son crímenes y lo que ellos omiten son atrocidades.
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