El aullido del perro.
Todas las noches Néstor escuchaba el aullido de un perro y salía con su escopeta de la cabaña. El perro se perdía en el bosque. El mismo perro, a la misma hora, a eso de las dos de la madrugada, llegaba hasta la puerta de la cabaña, aullaba hasta cansarse y se iba. El aullido se volvió insoportable para el hombre, que decidió espantarlo como fuese. Durante las siguientes noches no se escucharon los aullidos. Y la tranquilidad reinaba en el silencioso lugar. Auuú, auuú, uno tras otro, y una noche, mientras el hombre dormía, volvieron a empezar, auuuú, auuuú. El hombre saltó de la cama, frenético, enfurecido, no sabía qué hacer. Pensó que lo mejor era tenderle una trampa al diabólico perro, después de todo, no era más que un perro, y si, a ese perro particularmente, le encantaba aullar. A sus vecinos no podía acudir, no había nadie cerca, y si fuese que hubiera vecinos… si así fuese, nadie se preocuparía por el aullido de un perro. Cuando fue a la ciudad a buscar alimentos le dijeron, pero claro, dicen que los perros presienten la muerte y que si escuchas aullar a uno mejor que te preocupes por que la muerte está acechando, y hoy en día, ¿quién cree en esas tonterías? Sea como sea, volvió a la cabaña con los alimentos y bebidas que acababa de comprar. Afuera hacía un frío de locos, y al mirar por la ventana lo único que veía eran árboles enfermos.
Echó leña al fuego, no quería resfriarse. Pero el hombre de la ciudad, le advirtió, casi guiñando un ojo, le dijo: Cuanto más tiempo te quedes ahí, más posibilidades tienes de morir. Néstor no tomó en serio la advertencia, después de todo: ¿Que le podría pasar en una cabaña perdida cerca del bosque en un pueblo desierto? ¿Y el perro podía preocuparle o asustarle? No, y no, y cuanto más lo pensaba, meneaba la cabeza y bebía de su licor, no, no y tampoco me asusta ese aullido, se decía. Estoy a salvo, en una cabaña, en el medio de la nada, se repetía para sí mismo. Había ido allí a descansar unos días, lejos del ruido y la gente de la ciudad, la escoria, como él decía. Néstor era un tipo trabajador, trabajaba en una fábrica de tractores, ahora por fin, disfrutaba sus vacaciones, y le dijo a su mujer que viajaría por el trabajo, le mintió.
Por la tarde recibió una llamada, era su mujer, que le dijo: querido, querido, tienes que volver, hay alerta meteorológico y las rutas estarán intransitables, es mejor si sales ahora y llegas en uno, o dos días, le dijo. Esta bien querida, haré las maletas e iré para allá, quiero verte, pronto estaré contigo. Néstor comenzó a empacar, eran las 20 hs, y la luna rugía de blanco, y pensaba, ésta noche no escucharé a ese perro maldito, ya no lo escucharé mas… siguió empacando y entre una cosa y otra se hicieron las 24 hs, salió de la cabaña apurado, quería llegar temprano a su casa y reunirse con su esposa que lo esperaba con los brazos abiertos. Encendió la camioneta, se frotó las manos, calcó la mancha del aliento en el vidrio izquierdo, espero un momento y se puso en marcha.
Del paisaje salían las gruesas ramas de árboles que obstruían el camino tapando la carretera por donde conducía, era un viejo camino de tierra un poco angosto y la camioneta andaba muy bien, era recién comprada.
Llegando a la curva, a pocos metros, salió el perro de entre los árboles, quiso esquivarlo, giró el volante, la camioneta dio una vuelta en el aire, y el hombre se quebró el cuello. En ese pueblo, el perro no apareció más, y los aullidos no se escucharon más.
Aulló, aulló, hasta que el hombre murió y no lo vieron más. Como un perro fantasma.
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