Yo me seguía demorando en entregar el original de mi libro, porque lo estaba corrigiendo: aún estaba buscando en el diccionario el significado de alguna palabra confusa, aún estaba comprobando la ortografía de alguna palabra dudosa, aún estaba verificando que cada palabra estuviera en su lugar. Y eso molestaba a mi editor.

Que me dijo que no le diera tanta importancia a la Ortografía y la Gramática; que lo importante era lo que yo quería decir, y no las tildes y los guiones largos en los incisos; y que si mis lectores podían entender mi mensaje, debía darme por satisfecho, y no andar perdiendo el tiempo buscando la esquiva perfección. Y para afirmar su idea, me mostró una flor, y me dijo que aprendiera de ella, de cómo nos impresiona con su sencilla belleza. ¡Y que le mandara de una vez el archivo!

Yo, desde luego, no le hablé de la compleja estructura de los átomos que forman enlaces que forman moléculas que forman cadenas que forman compuestos que forman sustancias que forman células que forman tejidos que forman la flor cuya sencilla belleza me alababa tanto. Y seguí corrigiendo el original de mi libro.