La nieve cubría totalmente la entrada de la cueva, pero eso no impedía en ella el deseo de salir corriendo, despavorida, en cualquier dirección.

Estaba aparentemente sola y nadie sabía que estaba ahí, en la inmensidad de la nada, en las alturas de la gran montaña, encerrada por la avalancha que se precipitó sobre ella en la caminata semanal que acostumbraba a llevar a cabo con su familia.

Esta vez fueron muy lejos y perdidos en la espesura de un bosque se fueron separando uno del otro. No atinaron a nada más que subir para tener una perspectiva, y se separaron para conseguir ayuda de forma más efectiva. Mala idea, cada uno trató de hacer lo suyo, pero fue en vano y ahora estaban distanciados, gritando en la montaña.

Ella trató en vano de abrir una salida en la entrada de la cueva. Sus manos congeladas por el intento solo podían temblar y doler, y ella empezó a sentir la impaciencia.

-¿que puedo hacer aqui dentro?

En su cabeza ya tenía la solución a su gran problema, pero se negaba a usar sus sentidos, se resistía a reconocer sus facultades, se empecinaba en guardar sus dones.

Entonces todo aconteció en un segundo, solo lo pensó y lo hizo. Solo dejó caer las cadenas de su autorecriminación y todo fue fácil.

Ella levantó sus manos, cerró sus ojos suplicando a Dios que dejara salir su verdadero ser y la nieve se derritió como si nunca hubiera existido. Los ríos de agua se precipitaron montaña abajo y ella pudo ver el radiante sol que golpeaba su cara que brillaba como una lámpara refulgurante.

Nadie podía saberlo, nadie lo creería. Ella estaba en la otra etapa de la evolución de la Humanidad y estaba consciente de ello.