Hoy recordé la triste canción llamada Osito de Felpa. Siempre me ha conmovido ese tema, por la enorme tragedia que allí se narra. Un niño ha fallecido y el juguete ha quedado tendido sobre su lecho, sin el alma que inspiraba sus movimientos y su razón de ser. El osito ya no es aporreado ni acariciado y permanece allí, en la penumbra, como un testimonio doloroso de una vida que abandonó este mundo, sembrando el desconsuelo en el corazón de esos padres.
Pero, no fue un osito el que me invocó estos tristes pensamientos, sino un animalito híbrido que surgió de un bolso cargado de herramientas. Su dueño, un señor de mirada vivaz y palabra ardiente, me contó que tal juguete –que en estos días cumple veintitantos años- perteneció a su hijo, un pequeñito que falleció a los tres años y que hoy debería tener casi la misma edad de tal juguete.
Me contó la dolorosa historia y cada palabra suya, la parafraseaba en mi interior con la letra de ese bolero entonado por Raúl Shaw Moreno, un cantante que hizo furor en los años cincuenta y sesenta. Uno puede identificarse con el dolor ajeno, conmocionarse con esas tragedias y condolerse con ellas. Mas, el alcance de ese dolor, es tan inconmensurable, tan profundo y tan desgarrador, que invoca en nuestros ojos, lágrimas solidarias que, siendo genuinas, son simple falsificación del dolor original.
El hombre acariciaba aquel juguete y parecía que con ello, se estaba conectando con ese hijo perdido tan tempranamente. Me contó que ese era su único legado, el talismán y el enlace con un pasado que, a todas luces, parecía injusto, pero que sólo era el designio de alguien superior, de un arquitecto sin nombre identificable ni credo que lo individualizara.
Y no queriendo transformar su drama en una caricatura del dolor, guardó aquel juguete en su bolso y cambió abruptamente de tema, aunque se adivinaba en sus ojos y en el tono de su voz, que el recuerdo de ese pequeño se había quedado orbitando en su mente atormentada.
El tema de Osito de Felpa continuó zumbando en mis oídos y en mi mente, con su penoso retintín, hasta que la tarde se disipó y la calidez de la noche puso pausa a mi quehacer cotidiano…
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