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Màtala… ¡màtala!... ¡màtala!!!
¡OH! Còmo deseè que aquellas voces dejaran de martillar mi mente. Durante toda la noche, encerrada en mi habitaciòn, las habìa oìdo vociferar sin cesar. Algunas veces en tono implorante y otras en tono imperativo. El punto es que ya no lo soportaba màs, asì que decidì complacer aquella peticiòn unànime y siniestra.
Un cuchillo, manchado de sangre, resbalò de mi mano izquierda.
El dolor era intenso… sofocante.
Y mientras desangraba…
Levantè violentamente la mano izquierda y puse los dedos -medio e ìndice- sobre sus pupilas y los clavè con una fuerza extraordinaria, casi diabòlica. Sentì algo hùmedo y tibio en las yemas de mis dedos, y luego toda la palma de mi mano estaba empapada de aquel lìquido viscoso color carmìn. Un torrente de sangre (mi sangre) empezò a cubrir su pàlido rostro: totalmente deformado por horribles muecas de espanto. Instintivamente probè unas cuantas gotas y pude deleitar el embriagante sabor de la muerte.
El show había terminado. Las voces callaron.
Una ràfaga azotò la ventana; y, de sùbito, un desfile de sombras invadiò la lùgubre estancia. El cuerpo de mi vìctima, que yacìa inerte entre mis brazos, fue arrastrado y absorbido por un torbellino negro. Y como en un sueño, todo fue desvanecièndose…
Un intenso olor acre fue apoderàndose de cada àtomo de la densa atmòsfera. Fue, entonces, cuando salì de mi ensimismamiento y, al sentir los brazos amordazados, empecè desesperadamente a dar patadas al aire. De inmediato, escuchè una voz tediosamente meliflua. Abrì los ojos con un poco de dificultad: Una mujer, vestida de blanco, me exhortaba a tranquilizarme, a un tiempo que me administraba suero en los brazos. Y mis padres no cesaban de derramar làgrimas e invocar a “dios”. Entre sollozos y el enloquecedor chillido de la ambulancia, cerrè los ojos y volvì a cruzar el umbral de lo irreal.
Despuès de unos cuantos dìas de hospitalizaciòn y varias semanas de terapia… todo sigue igual.
Aùn escucho aquellas malditas voces. Ahora sè que nunca se callaràn, pues son el eco de los demonios que llevo dentro.
Oscurece afuera y tambièn en mi interior…
Y mientras mi mirada perdida se clava en las cuencas vacìas de una muñeca de careé; mi mente divaga en la cocina, en el cajòn hermètico donde reposan filos cuchillos…
La muerte tiene extrañas formas de manifestarse; y hoy como siempre… tiene sed de mì.
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