Verano eterno, el verde de las hojas y el paisaje inmortal, el sol cubriendo las cabezas y la sed que se acumulaba, matándola con una cerveza, fría, inspiradora, la leche materna de la humanidad, Meyer, tocando el bajo, sacando las notas que ninguno de nosotros habíamos visto, como su ojo en la cámara, eternamente apurado, pero con el tiempo para hacer lo que realmente valía la pena, es simple, un verano, un otoño, un invierno y una primavera, la locación perfecta para la película de la vida, el punto de encuentro para un puñado de soñadores, tocando, bebiendo, fumando y riendo.
La casa de Meyer nos convocaba cada día a experimentar y a hablar de los miedos y fracasos, los sueños de realización y las buenas y malas noticias, sentados frente al fogón, la carne dorándose lentamente, escurriendo el rojo jugo y emanando ese característico olor que evoca recuerdos infantiles, un trozo de carne conversado, en los verdes patios de una casa al costado de un arroyo cantor y a los pies de un intimidante cerro, los caballos del vecino corren libres y el 4.9 se convertía en leyenda a medida que se escondía el sol y aparecía la luna, manto de oscuridad con las mas grandes lentejuelas brillantes, solas e inspiradoras, el frío que se olvidaba, un leño y otro mas a la salamandra, que daba calor, pero no se comparaba con lo que teníamos como amigos.
Diego instalado en un rincón cambiando los discos, nunca logramos ponernos de acuerdo a que banda escuchar, a no ser que fuese Lagwagon, un verano entero escuchando una y otra vez los discos y cantando, la guitarra de Raúl, y Diego en la batería animaban a sacar una canción tras otra, soñamos en tocar ante una multitud, la Polca aburrida, la perra que acompañaba los ensayos, estiraba su humanidad entre los cables, y la ruma de papeles del Fito sacando las letras que intentaría cantar, que verano, fumando para inspirar, y viendo crecer lo que seguía para cosechar, nada mas que un poco de calor para invitar a sacarse las poleras, y escuchar al canal cantar su monótona canción, la llegada del tío Lilo, a cortar el pasto con un par de cervecitas para acompañar y preguntando que hacemos a la noche, que mas que compartir con los mejores amigos que alguien puede tener.
Despertando en el mismo lugar donde caímos, recogiendo los vasos y recordando porque nos reíamos, comienza de nuevo la música y es un nuevo día, el desayuno en el patio y el calorcito en la espalda, hay que volver a casa, para mas tarde volver a ensayar, ensayar lo que queremos que sea el resto de nuestra vida, retratar en blanco y negro nuestros recuerdos, cantar lo que este escrito y gritarle al mundo que el Fito se enamoro, y de Santiago a Concepción no es lo mismo y no es lo mejor, pero vale la pena hacerlo de cuando en vez, esperar a que todos estemos, o por lo menos la mayoría, para hacer lo que dijimos que íbamos a hacer, tratar de ir a alguna tocata y rematar en el 4.9, el Km. de los sueños, el kilometro de las cosas simples y de los sueños por cumplir.
Estaba nublado cuando Meyer dijo que se iba, se iba, por un año, España era el destino, pero para nosotros el dolor en el corazón, era perder a uno de los nuestros, pero sabiendo que volvería, por lo menos por un tiempo, el dolor lo guardamos, cada uno en su forma particular, estar ahí viéndonos juntos, creyéndonos eternos, nublado el día, frío, el otoño había llegado junto con la noticia de la partida. Aunque faltaban varios meses nos apuramos en hacer lo que teníamos que hacer, quizás falto tiempo para hacer mas, pero nadie esta tan libre para dar vueltas todo el día, recordamos lo que hicimos antes y le dábamos vuelta a discos mas antiguos, recuperar el tiempo perdido, que en realidad era recordar cada cosa que habíamos hecho, que manera de pasarlo bien, y las primeras lluvias empezaban a llegar.
Las lluvias amenazaban extenderse por todo el invierno, y el paisaje antes descubierto bajo el caliente sol, ahora era sombrío y helado, pero verde profundo, frondoso, las gotas que caían por cada recoveco de las ramas se acumulaban en el podado césped, muy cuidado con gran detalle, la música jamas ceso, y la gente se agolpaba en la pequeña casita, la del ensayo, la del descanso, la de la fiesta, la casita que permitía que hiciermos lo que quisiéramos.
El tiempo se congelaba, tan así que en una de las noches, la conversación fue tan animada que sin darnos cuenta salió el sol, de un rato para otro, cuantas canciones, cuantos recuerdos, el humo que se colaba por las tablas perfumando todo el lugar.
A veces la historia se repetía, la música que sacábamos de los instrumentos se escucha por todo el lugar, nunca nos importo la hora, aun así sabiendo que la vecina se iba a enojar, pero a quien le importa detener la genialidad, la de una amistad real, la del mejor rincón del mundo, donde se juntaban los sueños que la realidad era incapaz de detener, quizás nunca se juntaron las mentes mas brillantes, pero el amor sobraba, era tanto que la tía Maria Eliana nos llamaba al orden, alguien tenia que hacerlo, a falta de la tía estaba la Feri, pero en total siempre fueron las menos las veces que nos pidieron moderación, los juegos eran sanos, eran sueños, de crear un nuevo mundo, donde las historias, las fotos y la música iban a reinar, cada cosa con un propósito, y si no, lo inventábamos, teníamos un pedazo de paraíso y el mundo en nuestras manos.
La llegada de septiembre trajo consigo alegrías y tristezas, las fiestas eran interminables, el ver salir el sol o que cayera un poco de agua anunciaban la primavera, el Matías impidiendo que durmiéramos y haciéndonos acompañarlo con otra cerveza, el asado, la música fuerte y la casa llena, las fiestas patrias mas inolvidables de nuestras vidas, cantando, riendo y en algunos casos destruyendo, cuando a Matías se le cruzo el ventilador, a nadie le importaba mayormente, porque ese día, con mas de veinte personas, estaba la familia completa, la mafia del rock, a ritmo de Lagwagon, que no paraba de sonar, durmiendo algunas horas para volver a casa a descansar y dejar los mejores recuerdos en nuestras mentes, las tristezas vinieron con Rodrigo y su peregrinaje, los estudios lo llamaban desde la madre patria, hasta hoy nos conectamos para saber de el, y cuanto se le extraña, es un hermano que pronto va a volver, sabiendo íntimamente que cada uno de nosotros va a salir de aquí a buscar su propio rumbo, de a poco se desarticulaba la banda de amigos, esos amigos que saben con solo mirarte si tienes penas de amor, los que no hacen preguntas sino que se sientan a escuchar, y por sobre todas las cosas comparten todo lo que tienen con sus amigos cuando son de verdad.
La primavera en nuestras cabezas nos lleva a diciembre y Diego se va a los Estados Unidos, a trabajar, hacer camas y limpiar baños, reírnos durante días fue poco, pero es una experiencia que hay que vivir, para abril ya va a estar por la casa, pero no en ese pedazo de paraíso, las vueltas de la vida, la cruel realidad, hicieron que dejaran esa casa, trasladando las cajas y los muebles de un lugar a otro, dejando atrás un millón de recuerdos, la alegría y la tristeza, los descubrimientos mas exóticos y la perdida de los mas profundos miedos, nadie sabe si en algunos años mas nos volvamos a encontrar ahí, a revivir los recuerdos, pero sabemos que, a pesar de que la casa de Meyer no este ahí, los recuerdos están en el corazón, donde esta debe estar, y en palabras de Meyer, muy sabias por lo demás, y estemos donde estemos, el hogar esta donde el corazón esta, y eso no puede ser mas cierto.
En todo caso, la casa de Meyer, un lugar real, construido por nuestros sueños sobre el futuro, esta en nuestro corazón. |