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¿Han comido alguna vez sopa de pan?, a mi padre le toco un día probarla y no quiso.
Quien diría que un plato de comida podría cambiar tanto la percepción de las personas al verse frente a algo que nos disgusta, como el brócoli para algunos, la coliflor para otros, el cochayuyo para la mayoría. Son platos que pueden, a algunos, provocar un rostro de tristeza y de vida a punto de terminar.
Mi madre se casó con mi padre como la mayoría de la gente lo hacía en donde yo vivo, por un bebé en camino. Siempre estuvieron enamorados, pero nunca fueron ricos y solo tuvieron prosperidad cuando a mi papá los años le hicieron ver que en la vida todo se conseguía con sacrificio y que con una buena compañera a su lado, como era mi madre, conseguiría todo lo que se propusiese. Quien iba a pensar que una sopa de pan, después de más veinticinco años de matrimonio, recopilaría todo lo que significaba para la familia, una vida colmada de bendiciones, en un humilde plato “Futura”.
Le puso el plato en la mesa colmado de una sopa cremosa y un poco marrón, que evaporaba un aroma especial, él la miró con un aire de desdén, quien sabe que pensó.
-¿Qué es esta cuestión?
-Sopita de pan.- dijo mi mamá saboreándose con anticipación el manjar que para ella sería comer.
-A mi no me gusta, es más asquerosa que la cresta.- replicó mi papá que jamás le había negado un plato de comida a nadie a menos que fuera sopa de pan.
-Pero si es rica.- respondió mi mamá sorbiendo las cucharadas calientes de la espesa crema y saboreando contenta. –Yo con mí abuelito comíamos siempre, es rica, pruébela.- agregó mirando a mi papá que aún tenía en el rostro la molestia. Recién se habían casado y ya había un plato sobre la mesa que se negaba a probar. Mi madre dice que ese día no comió la sopa, que su corazón no se vio ni afectado ni mucho menos destruido, si bien, el rechazo les duele a todos, a mi madre nunca le pareció afectarle no probar la receta de familia que en más de alguna ocasión ayudó a calentar una fría tarde de invierno y que en esa ocasión no quiso mi padre simplemente probar.
Creo que ese día el plato quedó sobre la mesa, asumo, quizá, que luego mi mami le habrá dado a algún perro el plato frío de sopa, yo aún no nacía, no puedo decir con exactitud que pasó, pero si sé que pasó hace más de veinticinco años después cuando un día desayunando hablábamos respecto a la mítica sopa de pan.
-Más tonto yo, no la quise probar, quien sabe me habría gustado.- dijo mi papá.
-Sipo’.- Dijo mi maní sonriendo.
-¿Y porque no hace un día sopita de pan?- le pregunté a mi mamá.
-No sé, quien sabe, algún día haga.- Respondió ella. Estaba segura de que mi madre no quería correr el riesgo, después de todo, comida es comida y sin ella morimos, pero mi padre no moriría del hambre por un plato de sopa.
Una buena tarde de junio, pasado de las seis de la tarde, llovía sin compasión, donde yo vivo, y el frío provocaba el comer algo caliente para el cuerpo, cuando un aroma particular salió de la cocina, era mi mamá que cocinaba la ancestral receta del pobre, la receta que de familia había llegado a la casa y que solo una vez se había preparado, sin éxito para el jefe de hogar. Ese día como nunca habría cena en la casa, ¿Qué cenaríamos? Sopita de pan.

Texto agregado el 25-11-2008, y leído por 91 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
18-01-2009 Muy simpática la historia... lesu
08-12-2008 Buena la anécdota dinosauro
 
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