La pequeña Rocío gemía, lloriqueaba, cogida firmemente por la mano de su madre, que apurada como todos antes de Navidad, no le oía sus quejas. El calor era demasiado y caminaban rozándose con la gente que iba y venía, Rocio traspiraba. Además
le habian botado su helado y mamá no se dió cuenta. A sus casi cinco años comprendió que caminaban en el bosque de arboles tan juntos uno del otro que le impedían respirar bien, arboles de diferentes colores y extraña diversidad de troncos que se tropezaban con ella, o ella con los troncos. Los arboles iban como apurados o estaban huyendo de un peligro o iban a decorar algún espacio vacío antes de la Navidad.. Se sintió ínfima entre ellos y le dolía mucho el brazo de cuya mano la tironeaba mamá, casi la arrastraba, apurada por salir de ahí y no podía levantarla, llevaba el otro brazo con los paquetes. . Sentía la niña que imensas hojas la rozaban con diferidos olores Ya no decía nada, esta tan cansada y le era complicado avanzar,el calor crecía, crecía...
Empezó a temer que se apareciera el lobo de ese cuento horrible que a veces le leían o que quizás una mala serpiente se descolgara de algún árbol y se enrollara en ellas dos. Y no vería más a papá. Empezó a temblar despacito, sentía dificultad para caminar, el bello de su piel se erizó, después de dolor a los pies, no los sentía, era horrible. Seguían avanzando. Repentinamente dió un quejido, su cara fue restregada tan fuerte como con un trozo de estera de saco, pero el hombre del saco no existe, así dice mamá y la tía Marcela. ¿Sería acaso el saco del Pascuero? Con tantas emociones dió un grito, mamá la miró hacia abajo sin detenerse y le llego su voz:
-Paciencia, mí linda, estamos llegando a la Plaza de Armas.
Parece que si, el bosque iba desapareciendo y podía respirar más fácil, dolorosamente le ardían las mejillas y ya nadie le restregaría la cara y quizas mamá le compraría otro helado.
Silvia Parra B |