Cuando era pequeño creía que en córdoba habitaba una especie de gaviota con plumas de oro. Al cumplir los quince tuve la desilusión de dejar de creer en ellas. No fue porque la física me explicara que el peso del oro no dejaría volar a la dábil gaviota, ni que la biología desconfiara el encontrar tal mineral dentro de un sistema orgánico. Tampoco fueron las burlas de la vecindad, ni las pocas probabilidades de alimentación que tuvieran tales aves alejadas de la mar. Ocurrió que un día una pequeña gaviota con plumas de oro se posó en mi ventana mientras dijo "No existimos, por favor no creas en nosotras". Por más frío que sea, uno no sería capaz de negarle confianza, aunque sea únicamente por ternura, a un pobre pajarito con plumas de oro.