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LA JAULA

En la última pieza del conventillo, en aquella, que seguramente los antiguos dueños, allá por los tiempos de la colonia, deben haber construido como buhardilla para la guarda de cereales, carbonera o leñera, sin vista alguna hacia el resto del patio del caserón, con no más que una pequeña puerta, dirigida al fondo del sitio, desde donde sólo se puede divisar el único árbol, un olivo apestoso que la conchilla parece haberlo infertilizado, vive don Julio, “El municipal”, un gigantón de dos metros de alto, que se mantiene permanentemente atlético gracias a que su trabajo consiste en correr todo el día recogiendo los tarros de basura, sembrados en los frontis de las casas y vaciarlos en la parte trasera del camión recolector, el que se arrancará vacío, si Julio se pone lento.
Nadie sabe de su procedencia y mucho menos que fue de su vida antes de vivir en el conventillo, pero un día llegó allí buscando donde vivir, la arrendadora le ofreció ese viejo cuarto abandonado, sin puerta, con los tabiques de una muralla del lado sur, cayéndose, roída por el tiempo, por la humedad de las lluvias de varios inviernos, por los orines de los perros y de los chiquillos. El lado norte colinda con el corredor de la pieza de doña Ángela, por donde debe pasar inevitablemente para llegar a la suya. Ella escucha, cada noche al llegar, sus sigilosos pasos, el ruido que produce la aldaba al retirarle el viejo candado Odis y el crujir de las bisagras ausentes de lubricación. De a poco la fue reparando, le remendó los tabiques de la muralla con una mezcla de barro y paja, le instaló una puerta recogida de una demolición y le construyó una ventana que, aunque no exactamente cuadrada, cumplió perfectamente el objetivo de entregar la claridad necesaria para hacer habitable ese rincón tétrico.
Nadie le preguntó nunca quien era para permitirle vivir entre ellos, pero al poco tiempo, fue considerado como un hombre serio y respetuoso, principalmente con las señoras a las que nunca se les ha propasado, ni siquiera en aquellos días en que para aliviar el cansancio de su agotador trabajo, se le han pasado un poco las copas, junto a sus amigos y colegas en algún restaurante, cerca de los corrales municipales. Siempre ha sido en esos días de fin de semana cuando se nota su presencia. Los sábados por la noche, se transforma el silencioso hombre de la semana, en un cantor empedernido y al decir de algunas señoras - Parece que el sabor agrio del pipeño, le monta en la memoria viejos recuerdos - y los expulsa hacia fuera con las estrofas de una canción mexicana que alude la historia de un Gorrión que rompe los alambres de una jaula pendiente en un balcón, para liberar a una Calandria, que irse con él le prometió: - “ Y la ingrata Calandria, después que la sacó, tan luego se vio libre voló, voló y voló”- Como nadie le conocía ni sabían de su pasado, le supusieron la historia triste de un hombre abandonado por una mujer, similar a la historia de la canción del Gorrión y la Calandria, como si esto fuera poco, le pegaron la chapa de –“El Gorrión”-, apodo que poco a poco fue suplantando su verdadero nombre y que a él, perece no molestarle.
-Anoche, no llegó El Gorrión.- Comentan las mujeres en el lavadero, cuando Doña Ángela, pasa la información de no haber sentido el ruido de la aldaba ni las bisagras de la puerta, en la noche anterior.
-Debe haberse quedado enredado en las pajas de otro nido.- Dice Sonia, la hija menor de Doña Ángela y hermana de la Mary, que ya en edad casadera, no le mira con malos ojos.
-Hombre al fin y, sus necesidades habrá de tener pues.- Le defiende Doña Margarita, la mujer del albañil especialista en yeso, que vive en la pieza grande del lado oriente. Durante toda la semana Julio se levanta con el alba y no llega hasta ya entrada la noche a excepción de los domingos, único día que dedica al descanso o a dormir la borrachera del Sábado por la noche, cuando da rienda suelta a su abstinencia de la semana, que sólo le dedica al trabajo, acto por el cual parece sentir una verdadera idolatría, ejecutándolo parece lograr su realización laboral Se siente enormemente orgulloso del trabajo que hace, para demostrarlo en más de una oportunidad se le sorprendió contando una historia con la cual destaca la importancia del trabajo de recogedor de basuras.
-“En un País, no muy lejano del sur del mundo, existió una vez una ciudad de hombres y mujeres arrogantes, arribistas, miradores en menos, donde cada persona era respetada según la profesión que ejercía y, nadie quería realizar un oficio que le denigrara, Las mujeres cocinaban a escondidas, nadie barría el frontis de sus casas, los albañiles, los maestros carpinteros, las niñeras y personal de servicio, venían de otros pueblos; Solo Juan se levantaba a las seis de la mañana empujando su carretilla y vistiendo un mameluco de mezclilla gris para barrer las calles. Juan era un viejo de la tercera edad y había jubilado hacía un par de años, pero como no existía en el pueblo nadie que quisiera realizar una tarea indigna, él continuaba haciéndolo porque sabía que si dejaba de hacerlo un día, una semana, un mes o un año, la basura se juntaría en las calles, taparía las alcantarillas, llenarían las calles, los caminos y, las gentes no sabrían donde ir, los trabajadores no llegarían a las industrias, de regreso no encontrarían sus casas, la basura fermentaría con el calor, crearía gérmenes que producirían enfermedades, los niños enfermarían, los ancianos morirían y se declararían epidemias, todos morirían y el pueblo dejaría de existir. Un resfrío sin cuidado, de fin de verano, enfermó a Juan de neumonía, su edad no le permitió soportar un edema que llenó de liquido las vías respiratorias, dejó de existir no habiendo nadie más quién realizara su trabajo. Entonces comenzó a hacerse realidad la profecía de Juan, sólo lograron salvarse de la muerte, aquellos que decidieron irse, este pueblo es ahora uno de los pueblos fantasmas que siembran el desierto del sur del mundo.”-
Los niños le escuchan con sus panfilotes rostros de atención, incapaces de sujetar la baba, las mujeres en el lavadero, suspenden los pelambres habituales para, disimuladamente, orientar el lóbulo auricular, a la vez que valoran los oficios de sus respectivos hombres, sin dejar de prestarle a él un tanto de admiración.
A manera de moraleja, termina diciéndole a los niños, que todas las profesiones y oficios que realizan las personas son igual de importantes, que éstas deben hacerse con esmero y que para poder hacerlo bien cada hombre debe querer lo que hace.
-Esta bien. -Les dice, - que cada uno de ustedes tenga sueños y quieran cuando grandes, ser Doctores, Abogados o Ingenieros, pero sólo el destino de cada uno sabe lo que realmente van a ser, pero si no logran realizar sus sueños, el oficio que el destino les asigne, tendrán que quererlo y siempre deberán preocuparse por hacerlo bien, porque de esa forma, lograrán ser felices.-
Un día de septiembre, llegó la Mary, acompañada de una amiga y compañera de trabajo en su oficio que ejerce en la casa de la Mona de Palo, una ex... compañera de Doña Angela, que con mejor suerte llegó a tener su Casa Propia, organizando la fiesta de su santo, donde no faltó, por supuesto, ninguno de los habitantes del conventillo.
En el conventillo, sólo hay que decir que debe celebrarse algo, para que aparezcan, las Papas Mayo, los Panes de canapés, las ensaladas necesarias y por su puesto, suficiente líquido para pasar lo comido y quitar la sed de lo bailado. El Afuerino, el padre de Marcelo, al que le llaman de esa manera por trabajar en faenas y muy rara vez estar en casa, se puso con medio cordero; Don Julio, el Municipal, con una chúica de tinto; Doña Margarita, la mujer del Albañil, preparó las ensaladas, con todo el surtido juntado por las mujeres y, El Pela´o Roberto, con una damajuana de blanco, que terminó en una ponchera, macerándose con dos tarros de duraznos en cuadritos.
El Pela´o Roberto, es hijo de Doña Margarita y Don Manuel, el Albañil especialista en yeso y ostenta su apodo desde que debieron pelarlo al rape, como efectivo remedio contra la pediculosis, cuando tenía ocho años y chapa que él mismo se encarga de ratificar cuando por insurrección lo acuartelaron y volvieron a pelarlo de igual manera, mientras cumplía su SMO ( Servicio Militar Obligatorio) allí fue donde al decir de Doña Margarita: -Le desquiciaron a su hijo.
-Los milicos, le lavaron el cerebro. ¡Se lo vaciaron¡. Decía con pena cuando le encontraba en la calle durmiendo la borrachera o, cuando le venían a avisar que el Pela´o, había armado una riña y se encontraba detenido en la comisaría. El obligado desayuno del Roberto, no podía ser otro que una caña de tinto, con harina de trigo tostado. A las diez de la mañana, el Pela´o, ya se encontraba durmiendo su primera mona. Desde que puso término a su SMO, nunca más volvió a probar sorbo alguno de agua y se ganó excelentisimamente bien ganado el prestigio de monrero.
En esta misma fiesta fue donde El Gorrión, mostró por primera vez sus dotes artísticas y después de la tercera copa de tinto con frutilla, apareció con una guitarra en la mano, haciéndola sonar al mismísimo ritmo de los Charros y, con una voz gorgojeante y aguardientosa, no salió de las canciones mexicanas, donde “El Gorrioncillo Pecho Amarillo” y “La Calandria” se repitieron incontable cantidad de veces. Doña Angela bailó como en sus mejores tiempos, unos corridos de punta a punta. Sonia, la hermana de la Mary, miraba embelesada al cantante, mientras Doña Margarita, rociaba Borgoña y Clery, sirviéndole a los comensales del conventillo y a los invitados que en su mayoría venían desde La Calle de las Viudas.
El asado, duró un cuarto del tiempo que lo que demoró en dorarse, el que servido con papas cocidas y un pebre de cilantro con ají verde en el mismo caldo de las papas, hizo olvidar la existencia de las ensaladas surtidas que marchitas de tristeza, se aguaban olvidadas sobre un oxidado tambor en un rincón, fuera de la pista de baile.
Ardía la fiesta y sudaban copiosamente los danzantes. De las gargantas brotaba melodiosamente la canción de la amistad, cantada a coro por toda la concurrencia, cuando, después de haber dormitado un rato sentado en una ruma de ladrillos, apareció zigzageante el Pela´o Roberto, medio perdido y a tropezones, enredándose con sus propios zapatos y para no caerse estiró instintivamente las manos en busca de cualquier soporte existente para no terminar rebotando su rostro con el zapateado suelo, encontrando con suerte la bien proporcionada parte trasera de la amiga y compañera de trabajo de la Mary, la que acostumbrada a que los clientes pasados de copas le tomaran esa parte, no le dio la menor importancia y más bien se felicitó de haber estado allí y evitado que el pela´o, cayera de porrazo.
El Gorrión, que charrasqueaba la guitarra descansándola sobre el muslo derecho, con el pié instalado en el marco de una destejida silla de totora, no lo interpretó de la misma manera y no tardó en pasarle su instrumento a la Mary, para increpar al Pela´o, reprendiéndolo por su insolencia , por lo que él estimó atrevimiento y falta de respeto, que ese tipo de cosas no se le hacían a una mujer.
-Mientras yo viva. Le dijo. –No permitiré que un degenerado como tú, exista y no dejaré nunca, de darle su merecido. Dejándole caer la manota de basquetbolista americano en plena quilla nasal, lanzándolo de espaldas sobre Don Manuel, el albañil, que recibió en brazos a su hijo, evitándole caer sobre la ruma de ladrillos y llevándoselo a la pileta, para lavarle el liquido púrpura que le brotó de manera copiosa e instantánea de la vía respiratoria.
El fin de la fiesta no fue de los mejores y mientras algunos se recogieron a sus habitaciones, otros se quedaron allí, en torno a la mesa y al resto de brasas que quedaban de lo que fuera el fuego del asado, unos a descansar de lo bailado, otros a esperar si la fiesta continuaba y otros a esperar la mañana, para no tener que andar de noche por las calles peligrosas, pero nadie de todos de los del conventillo, hizo comentario de lo ocurrido. Sólo la invitada de la Mary, se encontraba asombrada de que pudieran existir hombres como don Julio. En toda su perra vida de Puta, que aunque joven, el tiempo en el oficio le ha parecido eterno, porque comenzó de muy niñita sirviendo las mesas, en contra de su voluntad, porque la necesidad es más poderosa, había conocido a un solo hombre que la respetara como mujer y, éste que ni la conocía, hasta se había peleado por eso.
-Estos son hombres que las mujeres tenemos que cuidar hasta le muerte. Dijo. Y comenzó a acercársele, de esa manera infalible que había aprendido en el oficio, para atraer al hombre.
A la quietud de la conversa, el frío de la noche comenzaba a abrazar a los rezagados y los obligaba a juntarse cada vez más entre ellos y al resto de rescoldo tibio del brasero. La amiga de la Mary, buscaba el calor y la protección segura, cada vez más cerca de don Julio, cuando llegó nuevamente el Pela´o Roberto, poseído de un cúmulo de bronca, buscando su revancha y desafiando al gigantón del Gorrión a un enfrentamiento de hombres, a la vez que le tiraba sobre la mesa un cortaplumas con cacha de hueso, con la marca impresa en el metal - el huasito parralino – mientras él se quedaba luciendo el metal brillante de un corvo, al que muchas veces se había referido con orgullo y guardaba como un trofeo de guerra , diciendo que era el más querido recuerdo de su Servicio Militar.
- !A comer nomáh me llamai po´h, Piojento´e mierda¡ Contestó el Gorrión, saltando de la silla, se sacó el elegante y deportivo vestón de cuero café con que se había presentado a la fiesta, se lo enrolló en el brazo izquierdo para usarlo de protección y tomó el arma, haciéndola silbar cortando el aire. Ambos retrocedieron pateando sillas y mesas agrandando los espacios, haciéndose cancha; las cenizas del brasero blanquearon el piso y al ruido, comienzan a levantarse las mujeres, vistiendo camisones de franelas floreadas que llegaban hasta el suelo, sólo la Herminia, la hija mayor de Doña Margarita y Don Manuel, a su vez hermana del Pela´o, vestía una camisola de seda, regalo que el comerciante en muebles, su veterano enamorado, le había traído de Italia, al regreso de un viaje que tuvo que realizar, con ocasión de la consagración como sacerdote, del hijo mayor de su primer matrimonio, envestido por el propio Papa, en Roma.
-¡Sepárenlos!¡Sepárenlos! Gritaba una de ellas.
-¡No los dejen hacer eso, por el amor de Dios! exclamaba beatíficamente Doña Margarita.
-¡La policía! ¡La policía! ¡Busquen la policía! Decía otra que se daba vueltas en círculos y, nerviosamente salía corriendo sin dirección alguna.

-¡Déjenlos nomás!... ¡ Déjenlos! -Ordenó la Mary- Ninguno de los dos es capaz de hacerse daño, sólo son bravacuras de sus ataques de hombría. ¿ O, acaso ustedes, mujeres viejas, no conocen a los hombres? Les reprendió con ese tono de sabiduría que da la experiencia de haber presenciado antes, enfrentamientos de borrachos.
-Otro, sí. -Dijo la Herminia. –Pero el Pel´o, no. Ese, es capaz de cualquier cosa. Si él mismo ha tratado de matarse dos veces.
-¡ Los Pacos ! . ¡Vienen los Pacos! Gritó alguien que llegó, corriendo desde la calle.
Las herramientas, desaparecieron, volando por los tejados y de un dos por tres, ambos se encontraban sentados a la mesa, como si hubiesen estado allí, por horas conversando la amistad, junto a dos platos de pancutras frías que nadie sabe de donde aparecieron.
Cuando la pareja de carabineros se hizo presente, el Pela´o se hacía el dormido junto al plato de pancutras frías y el Gorrión, se aprestaba a tomar la guitarra, para entonar por enésima vez “ El Gorrioncillo Pecho Amarillo”. La Mary, servía dos copas de clery, con las que gentilmente invitaba a los representantes de la ley, a sumarse a la fiesta.
Lo primeros rayos de sol encontraron allí a los dos policías, sentados junto al pela´o, con las gorras y terciados esparcidos en cualquier lugar, las mujeres comenzaban recién a juntar los ojos; El Gorrión, se había retirado a su nido, la última pieza del lado poniente contigua a la de Doña Ángela, acompañado de la amiga de la Mary, la que nunca más volvió a su trabajo y se quedó allí diciendo que había encontrado a su media naranja. Chica y enjuta, parecía una humilde avecilla, junto al gigantón de Don Julio, por lo que no tardaron en apodarla como “La Calandria.”.Y, sin preguntarle siquiera como se llamaba, la aceptaron allí, como una más de los habitantes del conventillo, conformando junto a “El Gorrión”, una alegre y singular pareja que dieron calor al nido de la última pieza del lado poniente del conventillo, a la que todos con cariño bautizaron con el nombre de “La Jaula” .


Enrique Aravena Ramirez

Texto agregado el 24-11-2008, y leído por 213 visitantes. (0 votos)


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