Mientras caminaban a casa de Bermellón, Rojo no paraba de sorprenderse de la personalidad del joven, se tomaron un par de fotos con la cámara digital de Rojo, Una junto al inmenso árbol de navidad que adornaba la entrada principal de la universidad, otra en donde Bermellón utilizaba el semáforo como caño y simulaba varias poses de stripper, las carcajadas tenían a Rojo con un dolor increíble en su pansa y en la boca aunque esta última podría ser por el énfasis de sus besos durante la tarde. Todo parecía perfecto, tan inusual, mágico y contrastante con los meses anteriores. La naturaleza dudosa de Rojo inmediatamente comenzó a cuestionarse lo sucedido, pero nada parecía truculento, Bermellón poseía una espontaneidad que difícilmente pudiera simularse.
Seguían caminando, la noche había tornado a la ciudad fría, pero eso no importaba demasiado, el corazón de Rojo latía a mil y Bermellón se quedó largos minutos charlando con una nenita que jugaba con su gato, se lo pidió un instante para que Rojo pudiera fotografiarlo. Finalmente llegaron a casa y lo primero que hicieron tras dejar sus mochilas en el suelo, fue besarse intensamente y reír. Fueron a un almacén cercano a comprar un par de gaseosas y unos pasteles y volvieron a casa, Rojo reprodujo en su notebook las canciones que tenía compiladas en una carpeta llamada “Para besar” y ambos se dejaron llevar, se tumbaron en la cama y se fueron quitando la ropa poco a poco, los besos, los gemidos y jadeos se hacían cada vez más intensos. No había más luz que la proveniente de la calle. Apenas y los jóvenes podían verse, sólo un intenso brillo en los ojos de ambos era el mapa a seguir. Bermellón era bastante coqueto y le dijo a Rojo sin ningún disimulo: ¿Quieres jugar con mi espalda?, Rojo no tardó en acceder y comenzó pasando sus manos intensamente por la ancha espalda de Bermellón, siguió con su lengua y finalmente terminó posado sobre él y palpándose con todo su cuerpo. Ambos volvieron a lograr un orgasmo, seguían siendo intensos y diferentes a los otros. Los muchachos se quedaron nuevamente contemplándose y sin notarlo siquiera, se durmieron aferrados el uno al otro, deseando que todo aquello no terminara jamás. Era curioso que de manera tan inesperada se hubiese desatado más pasión de la que habían conseguido anteriormente.
El día llegó y con ello, todo el ajetreo de la universidad, Rojo debió partir aceleradamente a su casa para asearse y coger ropa nueva, tenía una clase muy importante relacionada con su tesis y no debía perdérsela. Quedó de almorzar junto a Bermellón quién estaba en sus exámenes finales de música. La magia no acababa, el sueño seguía ahí, lo que desencajaba y sorprendía a Rojo, quien estaba acostumbrado a que las historias de amor gay fueran tan tormentosas y con finales horrendos, ¿Sería esta la excepción?.
Rojo llegó diez minutos tarde a la clase, dentro de los quince reglamentarios, en la sala de pintura estaba el profesor guía de sus tesis, Zafiro acompañado de Aguamarina. Ambos contemplaban los siete cuadros que componían hasta ahora la tesis de Rojo, los siete inspirados en sueños y pesadillas, si bien Zafiro era reticente a dar su visto bueno. Aguamarina parecía encantado con el universo en común que poseía cada obra, un hilo conductor que únicamente se desvanecía para intensificar la angustia de las pesadillas y lo placentero de los sueños. Rojo no pudo evitar sonrojarse, Aguamarina era el profesor que más respetaba y corría el rumor de que también era gay. Salió de su clase con el pecho inflado por la satisfacción de que sus obras fueran del gusto del profesor Aguamarina, después de todo, él sería parte del jurado evaluador. Tardó unos minutos en dejar las siete obras guardadas, eran casi más grandes que él, cada una medía un metro cincuenta de alto y uno de ancho, sólo faltaba una para completar la serie. Era increíble como el tiempo había pasado. Tras dejar todo en orden e ir a una clase teórica, Rojo partió raudo y veloz para reunirse con Bermellón, en la facultad de Artes estaba todo tan ajetreado porque al día siguiente sería la gran exposición final, como Rojo era de cuarto año, su participación era voluntaria, pero igual debía ayudar a montar al resto de sus compañeros de cursos más bajos. Pero tenía una cita, así que se escabulló sin que la jefa de carrera tuviera tiempo de notar su ausencia. Corrió y corrió hasta llegar al punto indicado. Bermellón aún no llegaba, pero Rojo se quedó ahí, sabía que los exámenes podrían haberlo entretenido más de la cuenta y lo esperó.
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