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Inicio / Cuenteros Locales / Lotty / Yara, la mujer del lago.

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Eran las doradas postrimería de un cálido otoño. Los árboles de las colinas cercanas atrapaban entre el follaje los rayos de un sol transparente, casi etéreo. El lago que rodeaba al pueblo, bajo el sol de la tarde, parecía una taza de oro líquido brillando bajo un cielo sin sombras. Unas nubes teñidas de púrpura volaban sobre las cabezas de los novios quienes, con los ojos brillantes de felicidad, caminaban con paso presuroso hacia el pueblo. Iban a concluir los preparativos para su boda.

En el pueblo hicieron todos los trámites necesarios para el matrimonio. La novia, no había dejado nada al azar. Por su parte el novio, como un director de orquesta, dirigía a los hombres de la ornamentación en el local destinado a la fiesta. Todo parecía estar en regla, como una música de tonalidad tranquila.

Al pasar por la florería, ambos se toparon con una de las amigas de la novia, quien les comentó lo feliz que estaba por el matrimonio de ellos, y haciendo un ademán afectado salió de la tienda. Esto provocó en el novio una sonrisa que se convirtió en risa y posteriormente en una carcajada aguda, casi histérica, sin motivo, vacía de todo contenido y sin poder detenerla.

La dueña de la florería, la novia y otros clientes que allí estaban, lo miraron detenidos, con el temor reflejado en el centro de sus ojos en medio de un gélido silencio. Pues habiendo pasado toda la vida en el pueblo, habían oído contar cosas terribles de los seres que se esconden en las profundidades del lago, y sobre todo la historia de la mujer llamada Yara, que busca jóvenes próximos a casarse para apoderarse de ellos.

Olvidado entre las montañas, el pueblo había crecido solo, sin olvidar sus antiguas tradiciones y leyenda, pasadas de generación en generación en las tardes de invierno cuando la nieve los aislaba por completo de todo contacto. Era entonces cuando la magia se hacía presente y lo transfiguraba todo. No era de extrañar que se creyera aún en cuentos de aparecidos y brujas. Historias que todos conocían, pero que deseaban olvidar y que, sin embargo, a nadie extrañaban.

La novia, con los ojos desmesuradamente abiertos y los labios temblando, se acercó al que sería su esposo y le dijo:

-Mi amor, tu risa es insana, y sólo los que han visto a Yara ríen así. . -¡Dime que no la has visto! ¡Amor mío! ¡Dime!

El novio dejó por fin de reír. Casi exhausto y sin aliento, y, ante la insistencia angustiosa de su amada novia, comenzó a contar lo que unas noches atrás le había sucedido cuando venía de regreso.

Era tarde, casi de madrugada cuando el novio caminaba cerca del lago. Y allí donde el camino hace una vuelta y se ensancha. Allí, donde crece una arboleda, sintió que lo llamaban. Fue apenas un susurro el que lo detuvo. Era un sonido tan dulce, casi como un canto, aunque no pudo entender las palabras. Se acercó hasta el borde del lago y en el agua, majestuosa, se reflejaba la luna. Allí volvió a sentir el canto que lo llamaba por su nombre, pero como no vio nada, sintió temor y volvió al camino apretando el paso.

La novia, se estremeció de pies a cabeza, y abrazando al novio le susurro al oído:
-¡Prométeme que no volverás a caminar cerca del lago!
-¡Te lo prometo!, dijo el novio con aire tranquilizador.

La novia, aún temblando, y con la voz cortada, volvió a decirle:

-Ella es mala, siempre quiere llevarse a los novios. -¡Los quiere para ella no más! - ¡Tengo miedo, mi amor! –Prométeme que no irás más por ese camino… - El poder de esa mujer es enorme, atrae a los novios y los hace olvidarse de todo. Ya ha sucedido antes, hay muchas jóvenes que han perdido a sus amados y viven solas con el corazón destrozado… - y no quiero que esto nos ocurra a nosotros.

El novio, desconcertado, pensó en qué mal podía hacer un simple canto; quiso sonreír, pero al ver la palidez casi mortal de su novia, sólo atinó a decir:

-Lo lamento

El día anterior a la boda, ambos estuvieron ocupadísimos con los últimos preparativos. El tiempo parecía que flotaba inmóvil, como una nube sobre el pueblo y sus habitantes. Sólo la novia se movía en un frenético afán en medio de un día tibio y opaco, propio de un otoño.

Al llegar la noche y antes del beso final, la novia puso en la mano del novio un hermoso y antiguo camafeo de plata, diciéndole:

-Es para que te proteja de Yara. Si alguna vez oyes su canto, acércalo a tu oído y sólo oirás mi voz y no la de ella.

El novio la miró extrañado, pero no se atrevió a decir nada, y se fue caminando con paso lento y el pequeño camafeo en su mano.

Ya anochecía y desde lo alto del camino vio como en el lago se reflejaban los mágicos destellos, que la luna parecía tejer misteriosamente. La noche era agradable como si lo invitara a penetrar en ella. Extrañamente sentía un calor abrazador, quizás, pensó el joven novio, el calor de un corazón enamorado.

Miró la superficie lisa del lago; miró cuidadosamente a su alrededor. Algo flotaba en el aire que lo invitaba a bañarse. Y aun cuando recordó la promesa hecha a su amada novia, se encaminó por entre los árboles hacia la playa, donde había estado la otra noche. La luna brillaba ya en lo alto del cielo.

Al llegar a la arena, se quitó los zapatos y hundió los pies en la arena fría. Se sentó un momento sobre una piedra y guardó el camafeo en un bolsillo de su pantalón. Entonces escuchó un suave canto que parecía llamarlo. Se incorporó y miró hacia la oscuridad de la noche y vio como un rayo de luz se filtraba entre los árboles dirigiéndose hacia el agua. Iluminada, en el centro, vio a una joven de extraordinaria belleza que lo llamaba con un canto y una voz tan melodiosa que ningún ser humano hubiese podido resistir.

Sintió pánico, pero siguió avanzando hacia la luz; era tal el hechizo que lo embargaba, que no podía evitarlo. Avanzó unos pasos por la arena fría y pronto sus pies entraron en contacto con las heladas aguas del lago. Trato de resistirse, de pensar en la novia y en todo su amor, pero parecía que las fuerzas lo habían abandonado, mientras la figura en el haz de luz se movía hacia él como invitándolo. Sentía el agua ya en la cintura y en un momento trató de retroceder, mas el canto de Yara se hizo aún más atrayente y estremecía todo el ser del novio, quien sintió que toda resistencia era inútil, tonta e indeseable.

Vencido, dejo caer sus brazos, pero al hacerlo su mano derecha rozó el bolsillo donde había guardado el bello camafeo que la novia le regalara. Y haciendo un esfuerzo sobre humano, pues el canto de la mujer se había hecho más dulce, más tierno y atrayente, cogió el camafeo y lo puso cerca de su oído. Y escuchó la voz de la novia que le hablaba de amor, de los planes que tenían, de las promesas que ambos habían cruzado, de las ternezas que transfiguran el alma y de la felicidad verdadera. El novio sonrió y la voz de Yara fue desvaneciéndose. Pronto se pudo mover y salir del agua.

Ya en la playa el sol comenzaba a salir por el horizonte tiñendo todo de un suave anaranjado. Guardó el camafeo en el bolsillo, se puso los zapatos y avanzó hacia la dorada mañana; la mañana en que la novia sería su esposa.


FIN

Texto agregado el 24-11-2008, y leído por 1083 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
12-12-2008 Qué cosa más bonita de cuento. Es como sacado de la mitología, con sus cantos de sirena y todo. Precioso***** shambhala
28-11-2008 Un relato para contarlo junto al fuego, con un final feliz y que atrapa al lector. churruka
27-11-2008 un cuento magnífico, con misterio, amor y el triunfo de los entimientos verdaderos, me gustó mucho divinaluna
26-11-2008 bien contada parece leyenda, saludos..... POSEIDO
25-11-2008 Bella historia relatada al estilo de las leyendas. Mis ***** acuariana
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