Un montón de preguntas se agolpan, de repente, en el sujeto.
El sujeto es una mujer. Una mujer de turbios contornos.
Esas preguntas, galopantes, como jinetes sin cabeza, se debatían en un contexto de pobreza y aridez desértica.
Una substancia surge de la nada. Es una sombra, la substancia (un diálogo vacío) contempla cómo las preguntas se agolpan. Las mira, casi sin sentir, casi sin mirar, casi despectivo.
Una sombra es un sujeto, y se debate en el humo de su cigarrillo. Se acerca a la mujer, despacio y sin hacer ruido, casi sin dar pasos, camina…
Se sienta a su lado, sin emitir sonido, sin emitir palabras, casi sin emitir respiros. La mujer, en cambio, calla… pero el mero acto de callar nunca es hacer silencio.
“¿crees en Dios?”
“Dios me ha esclavizado…”
“¿Por qué lo dices?”
“Porque trabajo para él…”
“¿Por qué no renuncias?”
“Porque aún le debo algo…”
La sombra y la mujer conversan.
Discuten, también.
El sujeto y la sombra se funden. Se funden en un único ser. Han debatido tanto que se han quedado sin qué responder al afán existencialista del otro. Han decidido dejar de ser sujeto y substancia, y ser algo más real.
Pero real… no es más que un manojo de preguntas y un diálogo vacío. Es ficción.
|