Cada atardecer, al llegar a casa,
una sensación de soledad y melancolía inundan su interior,
cada rincón, cada objeto, transmiten recuerdos alegres
recuerdos tan felices que un día sucedieron
y que quedan ya lejanos.
Frente a la chimenea, repleta de leña,
sentando en el viejo sofá de mi abuelo,
contemplo el vaivén de las llamas
mientras intento plasmar mis sentimientos en una vieja libreta.
Pero no es tan fácil como parece,
pues en cada letra, en cada palabra que escribo
parece como si se desprendiese un pedazo de mi corazón
lo que provoca una gran presión en mi pecho
que sólo logro aliviar con ayuda del alcohol.
Tras un rato, el sueño se apodera de mi cuerpo,
sumiéndome en un profundo sueño.
Cada noche, el sueño se repite,
una y otra vez,
sin que pueda evitarlo,
veo como el taxi sale de la carretera,
y tras un par de vueltas de campana se detiene.
Una y otra vez veo como intentan reanimarte sin respuesta
y me culpo por no haber ido a recogerte a la estación.
Día tras día, intento salir a la calle y aparentar que me encuentro bien,
que he logrado superarlo después de 3 años,
pero al mirarme al espejo me doy cuenta que no es verdad,
que el color que pusiste en mi vida se ha desvanecido.
Cada noche, ruego a dios que se apiade de mi,
que me libre de este sufrimiento,
y me permita acompañarte.
DIOS, ¿por qué razón tuviste que llevarte mi única razón de vivir?
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