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LLUVIAS DE INVIERNO


Un brasero humea leve al centro de la pieza, su compañera de siempre, la ennegrecida tetera comienza a hervir vaporosa sobre el carbón encendido y trozos de pan se tuestan frágiles por las calcinadas orillas, balanceándose, como trapecistas de circo pobre, entre las ardientes brasas y la tierra húmeda.

Las mujeres están sentadas sobre angostas y largas banquetas de madera, apoyando sus vigorosas espaldas en amarillentas tablas despintadas.

- Sueño - Que comparten los mates y que sorbo a sorbo pero en labios distintos los van secando, escucho aun, el ruido acuoso y resonante en el intento de arrancarles hasta la última gota de agua - yerba.
Algunas mujeres están llorando... las más ancianas son las que lloran, son nuestras mujeres humildes... mujeres eternas, de pechos grandes y leche fresca, hoy la tristeza les cuelga como sus trenzas, largas y negras.
- Sueño - Con un niño, que pedalea montado en un triciclo alrededor del brasero, juega casi en silencio, compitiendo, también en sueños, que es un piloto en una gran carrera y el eco de un motor lejano, nace de su boca, escapando de sus delgados labios amoratados.
Hay voces de hombres que discuten las ultimas injusticias y uno, el que más habla, - comenta - Que la única manera de parar a los explotadores es con una huelga general, que deben unirse - Dice -. Los obreros Agrícolas, Metalúrgicos los Mineros. Los otroslo miran curiosos y asienten con lentos movimientos de cabeza, cabezas que cubren con chichoneras de tevinil café forrados en chiporro, las orejeras sueltas caen por las barbillas desafeitadas tropezándose por los descarnados pómulos, todos tienen las manos en los bolsillos, a excepción de Don Manuel que gesticula mientras habla y
empuña su mano levantando el brazo amenazaste.- Por que somos cobardes y nunca hemos aprendido a defendernos, a enfrentar junto nuestrosproblemas, venimos aquí, a velar a un compañero, y a decirle adiós, ahora que no nos escucha, en esta sede ya no discutimos de lo que haremos en el futuro, parecemos viejas que no hacen otra cosa que
llorar, nunca tomamos una decisión y eso nos esta matando y no será ésta la ultima muerte que velemos - Decía vaticinando el mañana - Si no hacemos nada, será mejor que nos vayamos acostumbrando y cambiemos el nombre de esta sede y la transformemos en sala de velatorio -.
La voz llegaba a confundirse con el coro improvisado de las mujeres cantando sus letanicos rezos y las risas de otros niños que bulliciosamente juegan, terminaban por cubrir el sonoro ambiente de muerte que esa tarde nos rodeaba.
- Sueño - Con grises nubes que amenazan aguacero, y el viento que se levanta con su capa de hálito frío, viene a visitar gélido las casas, entrando a través de las tablas y los entretechos, apropiándose de las manos y las caras, abrasando las camas y las sabanas.
La noche se vino encima... Sueño... que llorando se vino la noche y sobre nosotros dejo caer sus lagrimas, que golpean las ventanas y los vidrios empavonados como bolitas de piedra y ojitos de gato cayendo del cielo. La lluvia traspasa la techumbre de fonolas y latas humedeciendo hasta las penas.
Achitas y cuartas, globitos de agua, sapitos en charco, calcetines y zapatos mojados.
El aguaviento trajo el féretro negro que pusieron al centro de la pieza, avergonzando al brasero, que relegado quedo en una esquina junto al triciclo volcado.

Hay cuatro débiles cirios que coronan el ataúd en sus cuatro esquinas, y el Dios te salve María, entre sollozos, porque llena eres de gracia y el viento interminable como la pobreza, arrecia jugando al Runrún, con brazo invisible quiere arrancarnos los techos, bendito es el fruto de tu vientre y se apaga el coro junto con el alumbrado, los postes del tendido eléctrico endebles y afilados tiemblan, hay techos que no soportan los atropellos y rencores del viento, convertidos en retintos y sombríos volantines vuelan algunos metros para tropezarse, pronto, con desgastados tabiques de madera, provocando la impotencia de los moradores y el llanto de los niños. En ese instante los labios enmudecen y se transforman en piedras inertes, en océanos de balbuceadas palabras nunca dichas, los rezos son para adentro, para tranquilizar el alma y calmar el espíritu - a oscuras rezan - entre la penumbra de la noche sin luna, con nubes grises y el viento
cada segundo más sibilante, por el que esta en el cajón y por ellas mismas – rezan - para que el temporal no traiga más penas ni más dolores…ya son suficiente, el Ave María se acalla, las plegarias murmuradas cambian de tono, el silencio turbador de lluvia se impone majestuoso, sin ponerse de acuerdo sin mirarse siquiera, el Padre Nuestro es ahora la preeminente ilusión, juntan las manos, entrelazando sus dedos, los llevan a la frente mientras cierran con fuerza los ojos, agrietando aún más, sus ajados rostros, en ese instante solo cabe esperar, los hombresque desde hace algunos minutos ya están en el salón - arrancaron de la lluvia - no participan de los rezos, se les olvido hacerlo a
medida que aumentaba la callosidad de sus manos, ellos guardan riguroso silencio, mirando el suelo húmedo y sus zapatos mojados, sintiendo que de alguna manera, todos tenían un pedazo de si mismos en el denegrido cajón, negro como su suerte, como su
destino, así fue en el pasado y el futuro no deparaba cambios mejores, lo decía

Don Manuel.- y él sabe -. Estaban parados con los hombros caídos, como viejos soldados derrotados, gladiadores del trabajo arduo y abundante sudor, todos despeinados y las chichoneras en las manos, apretándolas, en un intento fallido de ahogar los malos recuerdos, que en momentos como estos se agolpan en las sienes tiznadas de plomizas cenizas.

El tren de las ocho y media cruzo turbando la noche, atropellando a la lluvia, rasgando el aire. No se detuvo, nunca se detiene (no somos gente de viajes). El expreso de las ocho treinta lo sabe y pasa con sus luces, como de carnaval encendidas.
Piteando atronador. Burlándose. Chispeando en el riel, en el acero desnudo. Desafiante, con su foco feroz e iracundo prendido en su rostro alumbrándolo todo, como boca de dragón incendiada, quemando la hierba, calcinando los sueños aplastando a la bruma. Furioso, como disparo de misil, sin contemplaciones con los cuerpos caídos, arrasando cabezas. Poderoso, comiendo kilómetros, tragando huesos, degustando niños.
Hoy piteo más fuerte - eso parece - Con un grito de triunfo paso frente a nuestras casas, frente a nuestro muerto. Rugiendo en la lluvia. Provocador, dividiendo a las gotas en miles de gotas, Dominante, Hiriendo al viento.
Paso exacto a las ocho treinta, no se atraso ni un minuto, puntual como la muerte, puntual como el hambre. Riéndose irónico atravesó por nuestro patio grande.
Demoliendo durmientes, desclavándolos de su letargo, despertándolos.

Perdiéndose en la niebla carrilada, entre la infinita huella de hierros se alejo el tren seguido de sus vagones iluminados.
Nosotros nos quedamos junto a nuestro muerto, solos y en penumbras, con el murmullo de las oraciones, con el silbar del viento y con la lluvia inagotable, con el aroma del brasero asfixiante y las coronas de flores, ahogándonos.
Hay un niño que rueda montado en un triciclo alrededor de una urna y las mujeres, de trenzas negras y de piel oscura rutinariamente se acomodan, arrellenándose en los mismos puestos y en las mismas bancas, repitiendo de memoria los ritos de muerte y siempre las más ancianas son las que lloran, los hombres silenciosamente fuman con
las chichoneras en sus manos, la huelga general se hizo y se deshizo con una balacera. Don Manuel no volvió esa tarde, se quedo tendido en la calle mirando al cielo, esperando a las estrellas, dicen que en el pecho le floreció una rosa roja, dicen que disparo palabras y le devolvieron balas. Dicen, que levanto su brazo amenazante y en el puño cerrado, solo blandía esperanzas.


Nuncio Cabbada

Texto agregado el 23-11-2008, y leído por 483 visitantes. (0 votos)


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