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Inicio / Cuenteros Locales / guvoertodechi / ¿El Santo de la Espada o el Cholo de Misiones?

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Parada bajo el rayo del sol de aquella luminosa mañana de enero, no se movió hasta que el birlocho con los viajeros y la carreta cargada de baúles, bultos y maletas traspusieron la última hilera de casas colectivas y desaparecieron de su vista tras encarar el camino de tierra colorada bordeado de durazneros, naranjales, huertas y yerbatales con rumbo al lejano sur. No obstante su juventud, se la veía muy cansada. No era para menos: en las semanas precedentes le había tocado participar del intenso ajetreo que supuso ordenar, embalar y cargar las múltiples pertenencias de la familia del señor gobernador que se mudaba definitivamente. También lloró mucho aquellos días y tampoco era para menos: se había encariñado con los hijos del funcionario español, en especial con el más pequeño, a quien había amamantado y cuidado con especial dedicación desde su nacimiento. El niño, con apenas tres años de edad, le brindó un postrer saludo extendiendo su manito desde el costado del coche tirado por cuatro caballos que se alejaba dando tumbos. Una fresca brisa matutina, proveniente de la cercana costa del río Uruguay, secó las lágrimas que rodaban por el rostro moreno de la muchacha. Rosita, decorosamente vestida con prendas de corte europeo obsequiadas por doña Gregoria, aunque descalza como era habitual entre los nativos del lugar, permaneció un buen rato absorta con la vista clavada en el confín del poblado. Luego, caminó unos metros y se sentó bajo la sombra del enorme higuerón que ocupaba el ángulo noreste de la plaza. Allí, de nuevo la abrumaron los recuerdos de los momentos compartidos con el niño que había criado como propio, que había jugado en aquel hermoso solar, que había trepado por el frondoso árbol y que acababa de partir para siempre.



De 140 leguas es la distancia que media entre Nuestra Señora de los Tres Santos Reyes Magos de Yapeyú y la ciudad de Buenos Aires, por entonces (1781) flamante capital del Virreinato del Río de la Plata. El trayecto se complicaba porque, si bien el río Uruguay efectúa idéntico derrotero para volcar sus aguas en el estuario platense, la navegación no es viable con embarcaciones de regular calado debido a que los accidentes geográficos, a la altura del actual límite entre Corrientes y Entre Ríos, alteran la continuidad del curso de agua. Por eso, la familia de Juan de San Martín debió viajar por tierra hasta San Antonio del Salto Chico (hoy Concordia), muelle de trasbordo donde se embarcó en un bergantín que unos cuantos días después la dejó en la boca del Riachuelo. En aquella época, el periplo era bastante peligroso, tanto en el tramo terrestre como en el fluvial, a causa de las incursiones maloneras de los indómitos indios minuanes y charrúas que, con frecuencia soliviantados por los bandeirantes portugueses, se mantenían al acecho desde la ribera oriental del río.



Don Juan había arribado a Yapeyú a fines de 1774 en calidad de Intendente Gobernador de las Misiones, conglomerado de reducciones guaraníticas de las que habían sido expulsados los padres jesuitas unos pocos años antes. El funcionario real había llegado junto a su esposa, Gregoria Matorras, y a tres pequeños hijos: María Helena, Juan Fermín y Manuel Tadeo. Una vez instalados en el pueblo de 5.500 habitantes, enclavado en la confluencia de los ríos Guabiraví y Uruguay, nacieron dos nuevos vástagos: Justo Rufino y José Francisco. Recurrentes dificultades para administrar el extenso establecimiento rural y un grave conflicto con los caciques de la población aborigen instaron al virrey Vértiz a disponer su remoción del cargo al cabo de algunos años. Luego de una intrascendente estadía en Buenos Aires, la familia San Martín partió a España para no volver nunca más a América. Salvo el hijo menor, quien, una vez completada una brillante carrera militar revistando en el ejército peninsular durante dos décadas y media, en marzo de 1812 regresa a las incipientes Provincias Unidas del Río de la Plata , se presenta ante las autoridades patrias y ofrece sus servicios para luchar en favor de la causa emancipadora.



Rosa Guarú, la india guaraní que había sido nodriza de José Francisco, esperó hasta el último de sus días –y vivió más de cien años- que “los patrones” la mandaran a buscar al pueblito donde vivía, como se lo habían prometido antes de irse. Se presume que, por comentarios transmitidos de boca en boca llegados a aquel remoto lugar de la Mesopotamia argentina, ella podría haberse enterado de la gloriosa campaña militar y política protagonizada por el hombre que había criado y que se había convertido en el libertador de medio continente. Se dice, además, que luego del combate de San Lorenzo (1813), un soldado correntino que integraba el Cuerpo de Granaderos a Caballo viajó a Yapeyú con la misión de entregarle en mano un relicario (o una medalla) con el retrato del victorioso capitán. También se dice que la aborigen, ya muy viejita, pidió que al morir la enterraran con aquel recuerdo entre sus manos. Se dice.



· ¿La pinta es lo de menos?



¿Cuántas veces hemos tenido la oportunidad de observar el retrato del General José de San Martín? Desde el desteñido aunque imponente cuadro colgado en el salón de clases, pasando por las coloridas ilustraciones de las revistas escolares que mirábamos durante la infancia y los libros de historia argentina e hispanoamericana que consultábamos en la adolescencia, a las estampillas de correo impresas con su rostro, son innumerables las ocasiones en las que nos cruzamos con su estampa militar, sus inconfundibles rasgos faciales y su mirada diáfana y severa a la vez. En cada pueblo y en cada ciudad del país hay una plaza, un parque, una calle, una avenida, un teatro o un edificio público en donde se levanta la estatua ecuestre, el busto pétreo o el bajorrelieve broncíneo del Libertador, ya sea de frente enarbolando la bandera con gesto triunfal, o bien de perfil, escrutando el horizonte. Es así que los argentinos, de cualquier lugar y generación, conservamos en lo más profundo de la memoria la figura egregia del prócer, la cual nos acompaña desde los primeros años de nuestra vida.



Sin embargo, la augusta imagen de San Martín hoy aparece envuelta en una singular controversia. En efecto, se han detectado importantes diferencias entre la tradicional fisonomía de semblante español-americano convertida en icono patriótico y la que esbozaron quienes, siendo sus contemporáneos, lo conocieron. Se trata de personas que lo frecuentaron alguna vez (viajeros, cronistas, funcionarios, políticos, comerciantes, militares, incluso adversarios), ya sea durante la década en la cual intervino en la campaña emancipadora o durante su posterior residencia en Europa. Prestemos atención, entonces, al siguiente glosario de descripciones sobre el triunfador de Maipú que hicieron quienes tuvieron la oportunidad de verlo en su madurez:



“[San Martín] es de elevada estatura y con semblante de color aceitunado oscuro, con cabellos y ojos negros.” (Samuel Haigh y Basilio Hall, viajeros ingleses).



“Casi de seis pies de estatura [1,80 mts.], cutis muy amarillento, pelo negro y recio, ojos negros.” (William Worthinghton, agente norteamericano).



“Alto y grueso, de rostro interesante, moreno y de ojos negros, rasgados y penetrantes.” (William Miller, militar inglés).



“Le decían el tape de Yapeyú” (Miguel Brayer, oficial francés que revistó en Chile).



“Era de una estatura más que regular; su color, moreno, tostado por las intemperies; nariz aguileña, grande y curva; ojos negros grandes y pelo negro, lacio”. (Jerónimo Espejo, oficial del Ejército de los Andes).



“Yo firmo con mano blanca, no como San Martín que la suya es negra” (ironía de Casimiro Marcó del Pont, último gobernador realista de Chile).



“Un poco más alto que los hombres de mediana estatura. Yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado…” (Juan B. Alberdi).



Por su parte, historiadores decimonónicos que, si bien no lo trataron en forma directa, recogieron testimonios de la época aportados por gente que sí lo conoció, coinciden en describir a San Martín del siguiente modo:



“Las facciones de su rostro estaban vigorosamente modeladas en una carnadura musculosa y enjuta, revestida de una tez morena y tostada” (Bartolomé Mitre).



“Bastante bronceado, de rostro anguloso…aunque más claro que muchos de los generales de Bolívar… Para los godos era un indio misionero” (Pastor Obligado).



“[En Chile] era considerado un paraguayo, el mulato San Martín, como llamaban los señores vecinos del Mapocho al ilustre criollo” (B. Vicuña Mackenna). El historiador chileno agrega: “Había servido a la independencia americana porque la sentía circular en su sangre de mestizo”



Más cerca en el tiempo, sus principales biógrafos también hicieron mención a las características mencionadas:



“[En Perú] los españoles lo calificaban como el cholo de Misiones” (José Pacífico Otero).



“Tenía la tez morena, por lo que algunos envidiosos motejábanlo de indio” (Ricardo Rojas).



Rojas, autor de “El Santo de la Espada ”, no conforme con la descripción física del héroe, avanza en elucubraciones acerca del enigma sanmartiniano, diciendo:



“… atraído por su cuna indígena, José de San Martín, ya hombre, volvió de España a América y pasó con su ejército los Andes…”



Trasponiendo la cuestión fisonómica e incursionando en la nada convencional conducta que observó el Libertador en su vida, este escritor se pregunta:



“¿Por qué cuando la familia San Martín, formada en América, marchóse a España, todos los hermanos criollos quedaron allá a servir al Rey, y solamente José volvió a su patria americana para luchar contra el Rey? ¿Por qué nació José en una reducción de indios, cuyo nombre Yapeyú, quiere decir en lengua guaraní: el fruto llegado a tiempo, como si el nombre de la cuna indígena marcara ya, con una voz de oráculo, el destino del héroe?”



Alberdi, cuando visitó a San Martín en París (1843), esperaba encontrarse con la recia estampa de un indio americano, un macho guaraní, como tantas veces se lo habían descrito diferentes interlocutores. En cambio, sólo vio a un anciano de tez morena y muy canoso, un mestizo, quizás. Ricardo Rojas, por su parte, uno de los más destacados panegiristas del Gran Capitán, en el clásico libro que escribió sobre la vida del prócer parecería que estuviera a punto de develar el secreto de su probable origen aborigen y que no terminara de decidirse a hacerlo. Similar reflexión podría hacerse con la obra del historiador trasandino Vicuña Mackenna.



Finalmente, cabe agregar que en la provincia de Corrientes, distrito al que pertenece el histórico pueblo natal, la tradición oral, la poética popular y el folklore regional de sucesivas generaciones de lugareños sostiene que Rosa Guarú fue la verdadera madre del General José de San Martín.



· Indicios, evidencias y conjeturas



Isidoro Ruiz Moreno, de la Academia Sanmartiniana , cuya palabra goza de prestigio en la materia, señala: “La ciencia genealógica se basa…en dos clases de documentos: partidas parroquiales o registros civiles, y testamentos, en los cuales…suelen acotarse diversas alusiones a situaciones familiares…Sin restar valor a otras fuentes tales como padrones, poderes notariales, títulos oficiales, y crónicas de diverso origen, que ceden en importancia a aquellos dos tipos de certificados, producidos contemporáneamente a los hechos que los motivan.”



Si nos atenemos a este encuadre, no hay mucho más que decir. Sólo restaría confirmar que tal como lo consigna la “historia oficial”, decenas de manuales, libros y trabajos ensayísticos que se han ocupado de investigar la saga sanmartiniana, los padres del Libertador de Chile y Perú fueron los españoles Juan de San Martín y Gómez y Gregoria Matorras del Ser, ambos oriundos de Palencia, provincia castellana, siendo ellos quienes en sus respectivos testamentos reconocieron a sus cinco vástagos, el último de los cuales se llamó José Francisco. Además, ateniéndonos a la pauta que define Ruiz Moreno, los rumores vecinales y las leyendas populares, por extendidos y perdurables que sean, para el análisis historiográfico no merecen considerarse seriamente, a menos que se crucen con otro tipo de pruebas que los respalden y les otorguen veracidad.



Sin embargo, he aquí que, para turbación de quienes defienden la postura canónica, la filiación de San Martín es endeble en el terreno documentario. Podría decirse que su natalicio “está flojo de papeles”. Efectivamente, la fe de bautismo (acta de nacimiento) jamás se encontró. Se supone que se perdió en 1817 cuando tropas portuguesas atacaron e incendiaron la localidad de Yapeyú. A partir de este déficit básico, si bien los historiadores clásicos (Gutiérrez, Mitre, Otero, Rojas) admiten como fecha de nacimiento del “Padre de la Patria ” el 25 de febrero de 1778, dicha datación plantea dudas no sólo porque nadie vio el documento original sino porque el propio San Martín en varias oportunidades se atribuyó a sí mismo una edad que remitía a probables fechas de nacimiento diferentes, tanto en la correspondencia intercambiada con amigos, conocidos, autoridades y biógrafos como al momento de formalizar determinados escritos protocolares. De resultas de semejante dispersión de evidencias y de constancias, que hacen sospechar que ni él mismo lo sabía a ciencia cierta, San Martín podría haber nacido entre 1777 y 1780.



Por su parte, hay quienes dudan de que su cuna haya sido Yapeyú y señalan a Santo Tomé, otro poblado de la región. Además, la incógnita alrededor del árbol genealógico del prócer se torna más compleja si se consideran las cuestiones que enumeramos a continuación:



a) “El aspecto físico de José Francisco difería netamente del de sus presuntos padres. Juan de San Martín era rubio, de ojos azulados, de muy corta estatura y Gregoria Matorras era blanca y noble; ambos de probada ‘pureza de sangre’, sin mezcla de infieles, moros ni judíos” (Hugo Chumbita).



b) Cuando renunció al ejército español (1811) y emprendió el viaje a Sudamérica, no se despidió ni de su madre ni de sus hermanos. Es más, hasta su muerte (1850) no volvió a mencionar a su familia ni a tomar contacto directo con sus miembros, salvo en una fugaz ocasión.



c) El acta de matrimonio con Remedios Escalada (1812) consigna que San Martín “es hijo de una criolla de Buenos Aires” (dato que Halperín Donghi avala) que ya había muerto, cuando en realidad Gregoria, española de la cabeza a los pies, vivía en Orense y fallecería un año después.



d) Durante el transcurso de la campaña militar, en varias ocasiones el Libertador invocó su origen aborigen ante caciques araucanos y quechuas con el propósito de ganar su adhesión a la causa (o, al menos, su neutralidad), dado que, salvo excepciones, éstos simpatizaban con los realistas.



e) Residiendo en Francia solía contar que, luego de ser nombrado albacea testamentario del magnate Alejandro Aguado, su amigo y protector fallecido en 1842, había recibido la visita de un pícaro andaluz que le ofreció sus servicios para reconstruir el árbol genealógico sanmartiniano, al que atribuía ancestral abolengo y alcurnia nobiliaria. San Martín lo despachó con malos modos diciéndole que su madre había sido una “recluta” (“una cualquiera” en la jerga soldadesca) que rondaba a su padre en Misiones.



Ante estos y otros indicios, cobra relativa fuerza la hipótesis de que Rosa Guarú, la nodriza india, haya podido ser la madre biológica de José Francisco. Por cierto que entonces ingresamos en un terreno aún más cenagoso cuando inquirimos quién fue el padre. En este punto, o bien se trató de un acto de infidelidad de Juan de San Martín (según los cronistas, las muchachas guaraníes eran de una belleza irresistible), falta tolerada por su cónyuge que habría aceptado el hecho consumado y al niño en adopción, o bien, intervino otra persona cercana en la concepción del creador del Ejército de los Andes.



· Un padre para el Padre de la Patria

[2]



Diego de Alvear y Ponce de León, marino y funcionario de la corona española, prestó servicios en calidad de segundo comandante de la fragata Rosalía que había realizado diversas misiones militares y técnicas en Montevideo, Colonia del Sacramento y Santa Catalina durante la guerra desatada entre los reinos de España y Portugal (circa 1775) que había concluido con el Tratado de San Idelfonso. En dichas diligencias oficiales, al joven marino le tocó recorrer los ríos de la Plata y Uruguay, pudiendo entablar relación con los San Martín cuando todavía vivían en una estancia de la Banda Oriental. Es probable, además, que tiempo después haya sido huésped del gobernador de Yapeyú, antes de que lo nombraran para integrar la comisión demarcatoria de límites del territorio en disputa entre los reyes Borbones y Braganza. No obstante las imprecisiones de tiempo y lugar, es factible que Diego -por entonces, con 28 años de edad- haya conocido a Rosa Guarú en la época en que se supone fue concebido el prócer americano.



Siendo oficial superior de la Armada Real , Alvear se casó en Buenos Aires (1782) con María Josefa Balbastro y con ella tuvo nueve hijos. Su esposa e hijos -todos menos uno- sucumbieron en un enfrentamiento con naves inglesas ocurrido cuando la familia viajaba rumbo a España (1804). Además del padre sobrevivió Carlos María, el impetuoso joven que años después introduciría a San Martín en la sociedad libertaria secreta “Caballeros Racionales” de Cádiz; que viajaría con él de regreso a América y donde desarrollaría una relevante carrera pública. Con el tiempo, entre los dos hermanos de logia (¿y de sangre?) la relación se resintió. Tomás de Iriarte, que conoció bien a ambos militares, escribió en sus Memorias que “Alvear detestaba a San Martín y este odio era recíproco. En Alvear obraba un sentimiento de envidia por el renombre del adversario. En San Martín tenía otro origen el encono que profesaba a Alvear: era el conocimiento que de él tenía”.



Alvear padre, en su forzada estancia en Londres (había sido tomado prisionero luego del ataque que segó la vida de su familia) entabló sólidas relaciones con autoridades y políticos británicos. Volvió a contraer enlace, esta vez con Louisse Rebecca Ward, con quien luego se radicó en España y, a pesar de la diferencia de edad, tuvo con ella unos cuantos hijos más. Los descendientes de ambas familias Alvear, la peninsular y la argentina, coinciden en sostener que Diego de Alvear fue quien financió la carrera militar de José Francisco en España, pagó sus estudios de música y la nutrida biblioteca que formó, le proveyó los contactos y las vinculaciones imprescindibles para ascender en una estructura aristocrática como era el ejército español, apoyo que Juan de San Martín, funcionario mediocre y de modesto nivel económico, jamás hubiera podido brindarle. Es más, fueron los Alvear los que introdujeron en el seno de la sociedad patricia porteña y presentaron al triunvirato gobernante a quien, sin grandes antecedentes curriculares ni prosapia destacable, sería nombrado al frente de los Granaderos a Caballo, primero y Jefe del Ejército del Norte, después.



Parientes memoriosos de uno y otro lado del Atlántico, recuerdan que -no obstante la cerrada prohibición familiar de mencionar el tema- siempre se murmuró acerca de la paternidad de don Diego, quien habría gestionado ante el matrimonio San Martín la adopción del bebé que parió la sirvienta guaraní, a cambio de prestarles ayuda económica (tipo de arreglo que era más habitual de lo que puede imaginarse). En suma, el marino habría pagado las erogaciones que demandaba el hijo natural y, también, facilitado recursos a sus progenitores putativos para sobrellevar el difícil trance que sobrevino luego de la destitución del jefe de familia y del subsiguiente regreso a España con las manos vacías. Además, es razonable pensar que Diego de Alvear, habiendo visto morir a sus vástagos legítimos en un cruento combate naval, haya profundizado el apego hacia ese apuesto y lúcido muchacho que, sin ostentar el mismo apellido, llevaba su sangre en las venas.



· Controversia ideológica y testimonio demencial



Hasta aquí se ha tratado –con la prudencia y el respeto que el caso requiere- de informar acerca de un conjunto de conjeturas que provienen de indicios concurrentes (varios de ellos, endebles), más que de evidencias incontrastables que hayan surgido de un análisis profundo. Así planteada, la cuestión podría tratarse de una mera controversia retórica sin solución a la vista, o bien, de una pieza argumental melodramática a desarrollar en un proyecto literario.



Entre los historiadores que defienden el origen mestizo del Libertador, están quienes adscriben a la interpretación “indigenista” de la gesta emancipadora, postura con la cual disentimos. En las antípodas de la formulación que reivindica a “los pueblos originarios” como principales hacedores de la Historia Americana , se ubican quienes consideramos a la etapa independentista como un capítulo trascendente del proceso de modernización democrática que tuvo epicentro en el continente europeo (Alberdi dixit) y que replicó con modalidad propia en las colonias sometidas al anacrónico sistema burocrático, clerical y monopólico español. En dicho contexto, San Martín fue exponente cabal de tales ideas liberales revolucionarias, un “volteriano” que simpatizaba con el modelo político-institucional y económico anglo-sajón. Dos posturas para las que, si se comprueba que él fue retoño de india y español, éste sería un dato no exento de interés.



El debate subyacente asumió notable actualidad cuando, a partir de una investigación encarada por Hugo Chumbita y Diego Herrera Vegas, saltó a la luz pública una evidencia que permanecía en la penumbra de los archivos tribunalicios rosarinos. En efecto, en el año 2000 fue rescatado el cuaderno con las memorias escritas de puño y letra a fines del siglo XIX por Joaquina María Mercedes de Alvear Quintanilla y Arrotea, hija del general Carlos María de Alvear, hermana de Torcuato de Alvear y nieta de Diego de Alvear. En este testimonio, redactado con la intención de legar información genealógica a sus descendientes, Joaquina afirma ser “sobrina carnal, por ser hijo natural de mi abuelo el señor don Diego de Alvear Ponce de León, habido [con] una indígena correntina, el general José de San Martín”. Y más adelante, el texto remata: “Éste fue el General José de San Martín, natural de Corrientes, hijo natural también del capitán de fragata señor don Diego de Alvear Ponce de León (mi abuelo)”.



En forma concomitante, al publicarse el libro “Don José”, biografía novelada del Libertador elaborada por José Ignacio García Hamilton, el autor informó que obraba en su poder una copia de dicho manuscrito, fechado en Rosario el 22 de enero de 1877. De ese modo, la noticia adquiría una dimensión historiográfica y una difusión pública que la convertía en insoslayable, no obstante el esfuerzo de determinadas instituciones tradicionales por retacearle importancia, incluso, por “ningunear” el hallazgo.



A partir de esta impactante revelación, se renovaron las actitudes –académicas, unas y de intriga política, otras- dirigidas a esmerilar la autenticidad de la nueva prueba. El principal argumento descalificador se basa en que Joaquina de Alvear fue declarada incapacitada mental por un juez civil de Rosario y confinada a la tutoría de su esposo, Agustín Arrotea, empresario con vastas relaciones en los medios comerciales y oficiales de dicha ciudad. Siendo en principio correcta la observación, permanece la duda de si no fue, precisamente, el relajamiento de inhibiciones que experimenta la conducta de quienes padecen el trastorno moderado –erotomanía- que le diagnosticaron a esta sufrida mujer, lo que la impulsó a develar el secreto familiar ocultado celosamente durante generaciones.



Sea cual fuere el resultado final de la investigación que, a partir del descubrimiento mencionado, se ha puesto en marcha con renovados bríos, no deja de sorprender el vehemente malhumor con el cual han reaccionado algunos historiadores, quienes han planteado que, revolviendo en el pasado personal de los próceres, se estarían profanando “sacrosantos valores nacionales”. En tal dirección cabe señalar la postura de Patricia Pasquali, que ha escrito una de las más completas y sólidas biografías de San Martín publicadas en los últimos años. Sin embargo, el libro pierde compostura y ecuanimidad en una nota al pie de página en la que, con referencia al testimonio hológrafo de la perturbada nieta de Diego de Alvear, asume una actitud despectiva e intolerante hacia quienes han indagado con seriedad en el tema y formulado la hipótesis del probable mestizaje de San Martín, sugiriendo que se trataría de una conspiración “marketinera” de los “indigenistas” orientada a confundir “a los cándidos”.



De nuestra parte, confiamos en que tarde o temprano se impondrá la verdad, no obstante las especulaciones políticas y los prejuicios ideológicos que hoy obstaculizan el esclarecimiento del asunto. Quizás, dada su impresionante trayectoria, resulte irrelevante determinar si San Martín fue español, criollo, mestizo o indio guaraní. En cambio, puede que sea importante saber por qué “oscura” razón se escondió este dato elemental durante tanto tiempo.



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GRAGEAS HISTORIOGRÁFICAS

Hechos Extravagantes y Falacias de la Historia

Año VI – N° 43-44 (doble)





Elaboradas por Gustavo Ernesto Demarchi, contando con el asesoramiento literario de Graciela Ernesta Krapacher, mientras que la tarea de investigación fue desarrollada en base a la siguiente bibliografía:



· Argañaraz Alcorta y otros: “Pretenden hacerle ADN al Gral. San Martín”; Inst. Nac. Sanmartiniano, 2008.

· Busaniche, José L.: “San Martín vivo”; Nuevo Siglo, Bs.As., 1995.

· Capdevila, Arturo: “Mi general San Martín”; Atlántida, Bs.As., 1959.

· Chumbita, Hugo: “El viaje del Libertador hacia sus orígenes”; Rev.Veintitrés, 2002.

· Chumbita, Hugo: “El secreto de Yapeyú”; Emecé, Bs.As., 2001.

· Chumbita, H. - Herrera Vegas, D.: “El manuscrito de Joaquina”; Catálogos, Bs.As., 2007.

· De Gandía, Enrique: “San Martín. Su pensamiento político”; Pleamar, Buenos Aires, 1964.

· Galasso, Norberto: “Seamos libres y lo demás no importa nada”; Colihue, Bs.As., 2000.

· García Hamilton, José I.: “Don José. La vida de San Martín”; Sudamericana, Bs.As., 2000.

· Halperín Donghi, Tulio: “Historia contemporánea de América Latina”; Alianza, Madrid, 1990.

· Lapolla, Alberto: “El origen mestizo del Gral. San Martín”; Nuestra América.info, 2007.

· Mayochi, Enrique: “Retorno al país nativo”; Inst. Nac. Sanmartiniano (web).

· Ocampo, Emilio: “Inglaterra, la masonería y la Independencia ”; Todo es Historia Nº 463

· Pasquali, Patricia: “San Martín. La fuerza de la misión y la soledad de la gloria”; Emecé, 1999.

· Raffo, Juan Carlos: “El padre de San Martín nunca pudo ser Alvear”; Corrientes al día (web), 2006.

· Rojas, Ricardo: “El santo de la espada”; Corregidor, Bs.As., 1997.

· Ruiz Moreno, Isidoro: “La filiación de San Martín”; Inst. Nac. Sanmartiniano (web); 2000.

· Sejean, Juan B: “San Martín y la tercera invasión inglesa”; Biblos, Bs.As., 1997.

· ILUSTRACIONES: [1] “Rosa Guarú con el niño José Francisco”; óleo mural de Rubén Vispo (Corrientes).

[2] De izquierda a derecha, retratos de Diego y Carlos de Alvear y José de San Martín.





Trilogía EL PADRE (putativo) DE LA PATRIA

Fascículo 42: La (primera) traición de San Martín. PUBLICADO

Fascículo 43-44: ¿El Santo de la Espada o el Cholo de Misiones? PUBLICADO

Fascículo 45: “No vayas a la escuela porque San Martín te espera”

Texto agregado el 21-11-2008, y leído por 158 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-11-2008 coincido con aguja, es un texto excelente para imprimir y comentar . Gracias por el trabajo que desarrollaste tan generosamente divinaluna
21-11-2008 Buenísimo desde cualquier punto en que comience a leerse! Desde la narración a modo de intro, siguiendo por la recopilación de datos que se muestran con elegancia y claridad. Me gustó, disfruté y aprendí. Un trabajo de investigación verdaderamente admirable. La_aguja
 
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