La vida no es fácil para un hombre como yo. Nunca fue fácil. Siempre, desde niño, todo me ha costado el doble. Las decisiones me quiebran. A veces quisiera consumir alguna clase de droga que decida las cosas por mí. Pero en este caso, fue Sharleena quién decidió: "Vamos a mi casa ya".
La casa de Sharleena estaba entre una farmacia y una especie de iglesia o centro de evangelistas. Decía: "Deus com você" en un letrero con luces. Era de madrugada, pero se oían desde adentro los cantos religiosos. La voz enérgica de un hombre sobresalía y cientos de voces repetían a coro las últimas palabras de cada frase. "Entremos".
Ni bien entramos Sharleena se desnudó. No me gustó su actitud. Se supone que el hombre debe siempre desvestir a la mujer. Le dije "Así, no". Pero ella no me escuchó. Ya estaba en otro estrato, en otra dimensión. "Soy una mujer difícil de complacer", dijo, "te apuesto 45 reales a que no lo lográs". Me asusté con eso. Creí estar frente a una encarnación del diablo. ¿Cómo rayos sabía que mi debilidad son los desafíos? "Esos 45 reales serán míos", me oí decir. Y ahí comenzó todo. Los cantos de los evangelistas me daban el ritmo que buscaba. "Existe un punto, pero no lo estás alcanzando", dijo ella.
Estaba alienado. "¿Qué esconde esta mujer?", pensé. Quería que todo terminara rápido. Pero (y esto pocos me lo creen) pasaron tres horas y no sucedió nada. Sentía calambres por todo el cuerpo. Los evangelistas aún cantaban. "Dame una pista", dije. "Si mi mente no está a tono, mi cuerpo no se entera", dijo. Pensé. Esto ya era una prueba de ingenio.