Las paredes y el techo de este salón son como un gigantesco documento, en el cual cada texto es a su vez una unidad fractal y un todo interdependiente con los otros todos. Este confuso rincón guarda analogías con una torre de Babel de verbos rebeldes, y rige además un determinismo: el de leer, incurriendo así en un proceso lúdico que no avizora límites. Es la primera vez que lo visito, aunque puede que mi memoria frágil me traicione y haya entrado aquí en más ocasiones.
He aquí la primer frase que leí, escrita en preciosa letra imprenta:
El mundo obra como representación de una voluntad real.
Una viva referencia a Schopenhayer ardía en esas palabras, pero esto es solamente una irrelevante acotación. Emergía reproducida de numerosos modos, por ejemplo:
Como representación de una voluntad real el mundo obra.
Tras la caverna sombría en que vivimos se oculta una inmensa mano que quiere crear.
Algo quiere que veamos lo que vemos.
La voluntad es lo único real, es todo.
En el primer caso se emplea el hipérbaton, en el segundo la metáfora, en el tercero la lítote y en el cuarto la hipérbole. Pero podría enumerar alguna más:
Representación una el real mundo obra voluntad como de.
El mundo obra, obra como representación, representación de una voluntad, voluntad real.
¿Alquien sabe en qué frase se aplica la sínquisis y en cual la anadiplosis? Yo lo ignoraba hasta el entonces de esta experiencia (y hasta ahora ignoro si alguien podrá leer esta narración). Los tropos, las figuras amenazan con obnubilar mi entendimiento, las tautologías se repiten expresando que lo mismo es lo mismo, poemas que empezaban con anáforas y acababan en epíforas me causaban la impresión de haberlos releído decenas de veces...
Bajo un rótulo de elipsis intenté desmenuzar el significado de llegar a ser el que se es; aparecían escritos de enciclopedistas muy afectos a complicar no sin simpatía la tarea del lector. Aprendí que significan próstesis, epéntesis y paragoge al revisar la afirmación que sigue:
Vel homebre testá condelnaudo ah sere libren
Juro que aunque tuve conatos de escapar no me podía resistir. Estaba amarrado a las cadenas de las contre-pétteries, mi intelado estaba anonadecto; soy corpáctico extúsculo; obligado me hallé a devorar redacciones con anagramas en las cuales odot abatse poxtuyaste nis drone. También proliferaban redes de palíndromos, algunos de connotaciones bíblicas tales como: nada, yo soy Adán, o, Ave Eva, y otros tan populares como atar a la rata o dábale arroz a la zorra el abad.
Aparte, me ocurrió algo a mi juicio inopinado. Leí un largo párrafo de Hamlet, de Shakespeare, manufacturado en forma de lipograma, omitiendo la letra e. Aquí hay círculos, rutas, oblicuas vías, algo para no olvidar. Algo así sin aquella letrita. Habían cuentos de las Mil y una noches transcritos de manera retrógrada, del final al principio, y al leer todo esto creí rozar la exaltada vanidad, me sentí capacitado para la orfebrería literaria, ejercitando varios estilos como los escritores de la Oulipo, sea en forma de narrar, o aplicado a figuras. Tampoco estaban ausentes los expertos de la epítome para reiterarme las primeras oraciones de algunos párrafos, ni los cultivadores de la catacresis para ilustrarme sobre las patas de una silla, los brazos de un sillón o la cola de un piano. Mi animadversión hacia el oxímoron disminuye al descubrir la difícil sencillez o la larga brevedad de cuentos que me leían cuando niño...
Y un verso de Quevedo nuevamente me impactó:
Es hielo abrasador, es fuego helado
Aplicando la sinécdoque este verso decididamente extraordinario es el poema que define al amor, y los practicantes de la paradoja y el aforismo toman nota... ¡Oh universo clandestino, oh aventuras lingüisticas!, surge el apóstrofe; los escritos con perífrasis se tornan demasiado largos, demoran en progresar, las ironías dicen que aquí no hay letras, y muchas historias las veo metamorfoseadas en sonetos, silvas, odas, seguidillas, tankas. El camino no tiene fin (final y propósito) dice la silepsis, aunque creo que sí hay un propósito: volver loco a cualquiera; con tantos neologismos, alusiones a filosofíbulos, cientificios, hombreobreros, metalenguáxitos... Todo parece tender a un temible idioma universal, que nos abduzca, que nos transmute en símbolos...
A estas alturas elijo culminar el relato, mas los avatares no han finalizado. Sentado en una esquina de la habitación voy anticipando el punto final, y definitivamente he decidido mantenerme mudo. Sé que el lenguaje léxico sobrevivirá a nosotros, quienes lo hemos parido. Las palabras juegana, jugarán conmigo a diestro y siniestro, encerrándome en significados; ahora yo soy el instrumento y ellas la mano. |