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Recojo las llaves de la puerta, como cada noche, abro, cierro, y salgo al frío que me espera en el exterior enfundada en mi abrigo. Un paso trás otro recorro el trayecto que me separa del bar de la esquina, donde la observo sentada en su mismo taburete de siempre. Con la mirada perdida en el infinito, distraida en el juego de hielos que chocan dentro del vaso que sostiene entre sus manos. Toda las noches sigue el mismo ritual, que observo a través de la ventana, mientras sus ojos negros se pierden en el tiempo, los míos son atrapados por su belleza, imbuida en la hipnosis a la que me transporta cada uno de sus movimientos, de la que no despierto hasta que abandona la barra, dirigiendo sus pasos hacia mi posición oculta. Deseando un cruce de miradas y huyendo de ello al mismo tiempo.

Noche tras noche me armo de valor y lo abandono antes de atravesa esa puerta que me llevará hasta ella. Noche tras noche repito la misma secuencia, atrapada por la rutina de mis actos. Hoy he dado un nuevo paso. He atravesado la puerta, he entrado en la estancia y paso a paso, con las piernas temblorosas y los sentidos distraídos, voy acercándome a aquella que mantiene su vista fija en algún punto de la pared.
Y, justo antes de dar el último paso, antes de que me de tiempo si quiera a alzar mi voz, oigo la suya:

- Te he estado esperando.
Enmudezco y espero. Oir lo que tiene que decir tras una afirmación que me ha cogido completamente por sorpresa. Ella no me mira, sigue inmersa en aquello que estaba observando, pero vuelve a alzar su aterciopelada voz:

- Cada una de las noches que te ausentas en mi salida he esperado la magia. Noche tras noche he sentido tu alma oculta trás el cristal. Estabas conmigo, me observabas, esperaba ansiosa a que cruzaras esa puerta, pero te limitabas a soñar, a estar ahí, sin oir los suspiros que te lanzaba al viento, y al reunir fuerzas para el encuentro, desaparecías, huías en la noche oscura, y las estrellas nunca me confesaron tu paradero...y tampoco la luna me contó tu secreto.
Y cada una de las inesperadas palabras de su confesión llegaron a mi mente como cien pétalos de rosas que se desbordan. Enmudecí, no fui capaz de pronunciar palabra. Compartiendo el sentimiento. En silencio, aquel que siempre fue un buen consejero. Silencio, a través de él acortaba las distancias, estando tan cerca que puedo apreciar el perfume que emana su piel. Acerco mi cara a su cuello e inhalo su espíritu, quiero empaparme en ella antes de que la magia se rompa, antes de que su embrujo desaparezca. Se gira, deja de mirar la pared donde estaban clavados sus ojos, me aleja de ella, se separa de mi, me observa.

- Ya estás aquí. ¿Realmente eres tú?
Con tan solo una mirada, me paraliza, y cual Medusa creo que va a convertirme en piedra, pero no huyo, no quiero huir una vez más, esta noche quiero asumir el riesgo de permanecer a su lado.

- La espera...¿ha merecido la pena?
Me interroga, aprovechando mi mutismo, me tiene anonadada, no puedo articular palabra, y dejo que su mirada me arrolle, que sus ojos me inspeccionen, que recorra cada uno de los rincones de mi cuerpo, estudiando mis formas, bebiendo de mi reflejo.

- Ven
Vuelvo a acercarme a ella, tan solo unos pocos centímetros nos separan, sus manos...acarician mi rostro sediento de ella, con sus dedos me sujeta la cara, rozando mis mejillas con una sola uña. Su boca se funde con la mía, suaves mordiscos se suceden en la parte inferior del labio. Bebe...Bebe de mi y vivirás eternamente, culmina el beso y ase mi mano, salimos a la interperie, y por las desiertas calles que tantas veces he recorrido en soledad, me dirige hacia un habitáculo escondido del mundo. Una pequeña buardilla en la cúspide de los sueños. No se lo que me espera pero, anhelante, lo espero.

Una vez dentro, me empuja, caigo al suelo. Un poco de violencia que no hace más que avivar mi deseo por ella. El lobo y el ángel habitaban en el mismo cuerpo. Y ahora que por fin la tormenta se ha desatado, me mira con ojos de felina, rasga mis ropas, me desprende de ellas, sigo el ritmo que ella me va marcando, respondiendo a cada beso, cada mordisco, cada arañazo, cada desplante, cada caricia. Es un desafío que me lanza y acepto. Es un reto en el que me busca y yo la dejo que me encuentre. Un camino que une a la pasión y al temor en un único laberinto por el que me guía cuando se esconde para que podamos volver a unirnos.
Como una carrera de hormigas ansiosas por llegar a la copa del árbol, recorremos nuestros cuerpos buscando la fruta prohibida que escodieron a nuestros ojos y succionamos en el mismo tiempo, en el mismo instante, en el mismo momento.

Mecemos los susurros en la cuna del viento, escondemos los gemidos en la desatada tormenta, la tempestad se lleva los gritos junto con la inocencia, la seda nos envuelve y el corazón se desborda.
En el camino del placer, la sangre se ha vuelto caprichosa y acelera el rubor de las mejillas, la respiración se ha vuelto entrecortada.

Y una vez que llegue la calma, no desempañes el vaho que dejaremos impreso en los cristales. Disfrutamos de la guerra para entender la paz y ahora descansamos tumbadas sobre lo que antes fue un campo de batalla, sin restos de lucha, sin sangre ni muertos, pero queda la tensión que suscitó el anhelo.
Explota conmigo. No te vayas de mis recuerdos una vez hayamos conluido. No me borres de los tuyos cuando todo haya pasado.

El sol vuelve a cegar mis ojos. El día llega. El olvido me espera. Tumbada en mi cama. Ni rastro de ella.

Texto agregado el 20-11-2008, y leído por 112 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
20-11-2008 sensual, tierno, casi una oda,embrujante, no pude parar de leer,mis cinco para usted santostobar
 
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