La (casi) Historia de la Estrella Enana
Cuento elaborado en comunion de Amaranta, cuentera del valle del Aconcagua y yo
La verdad es que las cosas en el universo no siempre son lo que parecen, y tampoco parecen lo que son. Seguramente hay muchas cosas que no siquiera imaginamos, y otras que nos han hecho olvidar. Y, en el cielo, ese que vemos todos los días, pasan cosas como las que cuento a continuación...
Esta es una historia que me han contado las estrellas, en un afán de que sepamos que es lo que pasa en el mundo estelar...
En el Sistema Solar, hace mucho tiempo –aunque no tanto como suele creerse- cuando estaba conformado solamente por estrellas, planetas, y satélites naturales, existía una pelea muy fuerte por quien debía gozar del poder de gobierno y representación, es decir, ser la Gran Voz Mayor de todo el Sistema Solar.
Para ese entonces (y por su nombre puede ser fácil de imaginar), la Gran Voz Mayor era el Sol. Que estaba ahí, en el centro del sistema solar, grande, imponente, majestuoso... todas las estrellas lo querían, porque, claro, el Sol también es una estrella, hermana de todas las demás. Lo cierto es que ni planetas, ni satélites, querían a la Gran Voz Mayor Sol. Lo que ocurría era que la Luna era el satélite que más añoraba el poder que tenía el Sol sobre el Sistema Solar, y estaba dispuesta a hacer lo que fuere por sentarse en el trono del centro del Sistema Solar. Los planetas, muy amigos de los satélites por la compañía que éstos les hacían, apoyaban a la Luna en su camino para sentarse en tan ansiado trono.
El sol, sin duda, era un símbolo para las estrellas, toda una luminosidad, decían que era la estrella de la Libertad. Incluso tan así que era tratado como una divinidad, un rey, un emperador. Un ejemplar estelar digno de amar. La luna, por su parte, es la reina de lo misterioso, de lo escondido, porque, como todo satélite natural y toda oscuridad, brilla por una de sus caras, mientras en la otra... absoluto misterio, permanece tenebrosa, y fríamente oscura. Además, siempre se supo que los satélites toman la luz a otro cuerpo que brille por sí solo. Sin ese cuerpo que le dé luz, la luna no podría existir.
De tanto molestar la luna al sol, la Gran Voz Mayor junto con las otras estrellas, decidieron defender el trono, y pelear porque las cosas fueran como debían ser: el Sol tenía que ocupar el trono del centro del sistema solar. La luna, entonces, y apoyada por los otros satélites y planetas, declaró la guerra celestial al Sol. Guerra que duró tantos años luz como estrellas hay en el cielo.
El caos en el sistema colar puso en peligro la vida y brillo de las estrellas. Satélites y planetas tomaban la luz, el brillo y las manos de las estrellas para poder brillar ellos... Las estrellas, cada vez en mayor cantidad, dejaban de brillar, de existir.
La luna logró al fin ocupar el trono y ser la Gran Voz Mayor del sistema solar. La mayoría de las estrellas ya estaban muertas y el sol no podía con la fuerza de sus oponentes, cada vez más brillantes, sin embargo, el sol con las estrellas que aun brillaban, lucharían por sus vidas y porque el sol volviera a su trono. Que volviera a ser la Gran Voz Mayor del sistema solar. El caos continuaría.
Entre tanto, Estrella Irene y Estrello Juan se habían conocido. ¡Estaban tan enamorados!. Juan era una estrella del norte, mientras Irene era una estrella sur. Y cada vez que podían, Juan e Irene se reían y gozaban de su amor celestial, casi galáctico. Dos jóvenes estrellas de dos millones de años de existencia. Juan iba de norte a sur a visitar a Irene, mientras ella esperaba tranquila que su amado estrello volviera... Escondidos de los satélites y de los planetas, estrello Juan y estrella Irene se amaban entre meteoritos, escasas luces, oscuridad y miedo... pero se amaban.
Y adoraban sus cuerpos gaseosos, cada molécula, cada espacio de luz, de polvo o de oscuridad.
Ya habían pasado varios años luz desde que la luna ocupara en centro del sistema solar, y Juan e Irene aún brillaban de amor escondido. Cierto día... ¡La gran noticia! Irene llevaba en su gaseoso vientre a una futura estrellita, estrellita que era la huella que el intercambio de polvo y abrazos había dejado en ellos.
Cuentan las estrellas que Juan ese día se convirtió en la Estrella más feliz de la Galaxia completa, que no había estrello más brillante que él en todo el Universo. Mientras que Irene... se opacaba cada vez más. Su brillo se acababa. Ella ya no era la misma. El miedo por el caos y la luna amenazante tan llena de brillo poderoso, como nunca, no la dejaban vivir tranquila. Siempre tan llena de miedo.
Irene confesó a Juan que había decidido no tener a esa estrellita que descansaba aún en su gaseoso vientre, y que cortaría sus manitos y su brillo antes de nacer. El semblante de Juan entristeció. Necesitaba una explicación, se opacaba, se entristecía. Amaba a Irene y a su estrellita.
La explicación era terrible. Irene ya no lo soportaba... tenía miedo por el futuro de las estrellas. Miedo por el caos y por la maldad de la luna que nos sigue quitando el brillo. Miedo de sus seguidores. No quería traer a su estrellita a un cielo tan horrible y desastroso como ese. No quería que la estrellita sufriera lo que ellos habían sufrido. No quería que la pequeña estrellita viera como la casa de las estrellas y el sistema solar se oscurecía entre maldad y poder. No quería que su estrellita sufriera... Ya no había nada que hacer, Irene ya había cortado sus manitos. Pronto la estrellita no tendría brillo ni vida.
Juan enmudeció y lloró un claro de polvo de estrellas... no había nada por hacer. No había nada por hacer.
La luna, en tanto, reía fuerte a carcajadas con su brillo tomado de las estrellas. Seguramente muchas estrellas y estrellos. Seguramente muchas estrellas murieron de miedo. La luna reía, porque cada vez quedaban menos estrellas.
En medio de ese caos, Irene y su estrellita murieron. El frágil y triste cuerpo de estrella Irene no soportó tanto miedo, tanta oscuridad y tanto dolor que sintió cuando acabó el brillo de su estrellita.
Las estrellas creyeron que Juan moría. La luna y su maldad mataban a sus hermanos, mató a su amada y a su estrellita.
En el Universo, cosas pasan.
Y esta, es la historia de las estrellas. Y de la Estrella Enana de Juan. Es la Estrella Enana, que como un ángel, aun Juan, en silencio, escucha sus latidos. Cerca, bien cerca, más cerca cada vez...
Amaranta.-
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