Amo tus pendencieros recovecos,
tú seda cual puñal en mi mollera,
y así en cada casco en cada vela,
no veo, no siento, y gustoso me pierdo.
Amo la línea en lontananza,
otrora temida, de dragones posada,
que infinitamente ha seducido la sirena,
que besa mis labios, rocío de niebla.
En el fin, viajo por cada viaje recorrido,
nada nuevo, pero todo lo es,
no es amor, es deseo egoísta,
es de magnética atracción, de
brusca marea, y de
mi incansable unión al movimiento.
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