Ahi estaba yo, sentado en el banco de la plaza en aquel agradable día de primavera.
Todo parecía estar calmado, todo vibraba con el esplendor de la estación del año en que las flores estallan por el aire y dejan su suave olor a viento fresco, tierra húmeda y sol.
No miraba a nadie en particular y de súbito ella llegó a mi lado.
No la vi venir, ni se dejó anunciar.
Tenía la vestimenta de los colores de la primavera. Colores cálidos como su aspecto.
Rojo, amarillo y naranja.
Todo se paralizó, como queriendo captar el momento en que ella se ponía delante mio, mirándome fijamente, dándole la espalda al sol, dándole el viento a su espalda.
De vez en cuando pasaba alguien y ella huia a algún lugar lejano, pero después volvía rauda a su posición preferida.
Con los ojos fijos en mi y con la espalda al viento y al sol.
Yo la miraba fijamente, veía su perfil y no quería decirme nada.
Hasta le sonrreí, pero no se inmutó.
Solo gozaba de su paseo diario por el lugar y de su baño de sol que le daba fuerzas para enfrentar la fría noche.
A veces se dice que ella llega en el momento menos pensado y se presenta ante ti, y eso indica algún evento inesperado, misterioso como su presencia, pero ¿saben qué?
Solo soy yo interrumpiendo su ritual diario, lo que le agrada hacer, nada más que eso.
La mariposa volverá mañana y se posará en el mismo lugar del parque a poner sus alas hacia el sol de la tarde y sus ojos no me dirán nada, porque ella no me vio pasar. |