La prostituta y el soldado
Primera parte: La llegada.
Por: GandocaFly
Eran casi las cinco de la mañana, apenas iniciaba el trajín de los autobuses y vehículos ingresando a San José, claro y a la hora pico era peor, casi no había posibilidad de pasar por la ciudad y se volvía un infierno el querer siquiera parquear el auto en los alrededores de aquella horrible y sucia capital.
Alejandra había llegado desde Nicaragua en una mañana sombría del mes de octubre del 2001, parecía como si aquello fuese un presagio de la amargura que viviría años después por aquellos lugares. Su autobús la dejó en la calle más amarga de la ciudad, donde se mezclan los borrachos, drogadiptos y prostitutas, al lado de aquellos hijos de Dios llegaba Alejandra esa sombría mañana.
La niña apenas y había entrado en sus doce años, pero como casi era costumbre había sido violada por su padrastro allá en Chontales, de donde tubo que venirse casi obligada por su madre, que prefirió mandarla donde su tía Carmen a seguir soportando la vergüenza de su familia. Yolanda, su madre se había casado tres veces y su último marido era casi como un psicópata, claro como era de esperarse, convivía con una mujer trece años mayor que él y al mismo tiempo, convivía con dos mujeres más a escondidas de Yolanda.
Al darse la situación de Alejandra, la niña más linda y coqueta de aquel polvoriento barrio nicaragüense, Genaro, el padrastro, le hecho el ojo como lo hacía frecuentemente con las niñas de aquel lugar. Solo que ahora se trataba de su hijastra, por lo que la violaría en la propia casa, tal como sucede en muchas ocasiones en los países donde, por machismo o simplemente por el escaso apoyo de la ley a las mujeres o a los niños, se disimula este flagelo humano que envuelve a muchas familias de muchos países.
Era una mañana fría. El viejo reloj de la trinidad apenas advertía el amanecer, lo que provocaba en Alejandra un escalofrió muy sentido, al igual que casi todos los nicaragüenses que arriban por primera ves al Valle Central, la sensación es que pasaron de su caluroso país a un frío insoportable, cerca de 16 grados al amanecer. Pero el frió del ambiente ni siquiera se compara con la reacción de aquellos seres humanos, aquellos que saben con morbo y mucha leche, como se dice por allá, amainar a cualquier buen alma de Dios que se venga de la vecina nación.
Y es que para colmos de males, la niña había aprendido poco en los tres años de escuela que llevó en Matapalo, un pequeño poblado de Chontales y bueno, apenas y podía pronunciar la d, por lo que su acento nicaragüense se notaba a leguas, algo que para vivir en el vecino país era como haberse topado con el Diablo. Que pena que la cultura de un pueblo no dependa de los años de educación formal, que pena que el juego de la politiquería llevase a seres humanos hermanos en sangre, e inclusive, muchas veces tan similares como el gallo pinto y las tortillas que consumen todos los días, a vivir una sangrienta lucha de humillación de unos y otros.
La Tía Carmen había llegado caminando esa mañana desde el parque la sábana, donde la había dejado Jose su compañero y confidente, ella tenía más de veinte años de vivir en un poblado cerca de Pavas, algo que le permitía fácilmente moverse por San José hasta Escazú, donde vivían sus patrones, una familia Hens de origen alemán, que hacía 18 años conocía y que la habían tomado como nana para sus dos hijos, Thomas y Esmeralda. Ella se suponía que pasaba a La Merced, un pequeño parque donde se acostumbra dar la referencia a todos los nuevos inmigrantes del Norte, de tal forma que siempre existe un o una “Nica” amable para proteger al recién llegado (a) de la pandilla de callejeros que rodean todas las mañanas la ciudad.
Apenas y conocía la dirección al bajar del autobús, con una mochila y un pañolote lleno de “chuicas” como se le acostumbra decir a los trapos ya usados y generalmente maltratados que visten los pobres, muchos de ellos de segunda o tercera maño, dado que se compran una o dos o tres veces, en las famosas tiendas “American Chuicas” que han proliferado por toda Centroamérica y que funcionan para deshacerse de la ropa de segunda o usada de nuestros vecinos del norte.
La niña busco un pequeño texto que traía en su bolso de mecate y le preguntó al primer cristiano de aquel país, donde podía encontrar el parque La Merced. La respuesta de Jorge, un abogado que apenas regresaba a casa esa noche fue tan fuerte y fría, como dolorosa para Alejandra, la niña que por primera ves resentía el sentimiento anti-nicaraguense de aquel extraño. Mire si no sabe donde queda para que diablos viene a este país, si uno no sabe para donde va cualquier ruta es buena, mejor devuélvase a su mugroso país. El tipo parecía un tanto enfurecido y entre sollozos decía, otra mugrosa “nica” ignorante para engrosar las prostitutas de la calle 12.
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