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María tomaba el té mientras se mecía en su silla, al final del día y casi de su vida. Gozaba viendo las aves, aunque ella habría preferido ver niños correteando por la terraza, pero jamás los tuvo y por lo mismo no podría esperar nietos, que por su edad le corresponderían; María pensaba prolijamente en el pasado, pero no se valía de él, más se contentaba con el presente.

Cuando dejé de verla en aquella terraza sentí deseos de llorar su ausencia, pero María no lo habría sabido, aunque no sería esa mi intención. Me senté en su silla, casi pude percibir el calor de su corazón. Algo caía por mis ojos ¿qué es esto? Una lágrima rayaba la seda gastada de mi cuerpo; entré en la casa. María tenía todo muy bien ordenado, era la casa de lo que pienso sería la abuela ideal: manteles tejidos por ella misma, las tazas de loza para servir el té, los enormes sillones, todo perfectamente estirado. En el patio las flores sonriéndole al Sol, hasta me sonrieron cuando me vieron entrar; me eché en la escalera viendo los suaves haces de luz que atravesaban las viejas cortinas, y otra vez advertí que la lentitud de una gota corría en mi agrietada piel ¿otra lágrima?...

Me enteré de que María tuvo un amor hace muchos años, un hombre que la amaba como se merecía y que más aun, vivía sólo por ella. Pero una tarde simplemente no regresó. Le dijeron que se había golpeado la cabeza y que había perdido la memoria, que las posibilidades de recuperarla eran nulas. Aquella fue la brecha más grande en la vida de María, tener a su esposo pero a la vez no, tenerlo y no. Aun así, nunca lo dejó de amar, y él tampoco. A la falta del recuerdo el amor seguía espabilando en los ojos de su amado hombre y por eso ella siempre se veía feliz, aunque cargase con aquella tan grande herida, que en manos de otro habría sido fatal, ella no se cansaba de sonreír.

¿Cómo sé todo esto? Porque María siempre me sonreía cuando la miraba al pasar por la calle; porque ella se mecía mientras esperaba paciente a que caminase por ahí, como un reloj que siempre completa el mismo círculo; porque María me conocía y yo la amaba, la amaba sin saber por qué y quería abrazarla cada vez que nuestras miradas se cruzaban, pero mi cuerpo estaba viejo, al igual que mi corazón, que era feliz sólo con verla, con ver a María, la María que el mundo quiso que olvidara, pero que mi alma nunca supo como hacerlo.

Texto agregado el 17-11-2008, y leído por 285 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
22-11-2008 que tierno. creo que recogiste la esencia misma del amor verdadero, tranquilo y perdurable. Felicidades, me gustò muchìsimo ***** zaga
18-11-2008 wooooooow que historia, casi me hace llorar, felizidadeees!!!! VanYItzY
17-11-2008 Hermoso, tiern, amoroso!!! ***** MariBonita
17-11-2008 Hermoso, tiern, amoroso!!! ***** MariBonita
17-11-2008 hermoso texto..mezclas elementos q conmueven mucho..Saludos. Mildemonios
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