-No se te hace que estas un poco mal de la cabeza, decía mi mujer.
Mientras subía las nalgas, dejándome penetrar más profundamente, al mismo tiempo, con su mano tapaba la bocina del teléfono para que su amiga, al otro lado de la línea, no nos oyera. Para mi mujer, aquella conversación banal era innecesaria.
En mi cabeza sin embargo, aquella voz, unía a su dueña al más fantasioso de los tríos.
Eran las diez de la mañana, del sábado sin sol en la ciudad de México.
La conversación:
-Qué estás haciendo amiga, la voz de Alejandra
-Tumbada en la cama viendo la tele, respondía mi mujer a bote pronto.
¡Estoy cogiendo!, dile, estoy cogiendo, murmuraba yo, pegado a su oído.
-Ya te asomaste a la ventana, el día está bien frío ¿Y tu marido? Dijo Alejandra.
Caliente, dile, que muy caliente, volvía a murmurarle a mi mujer, apenas aguantando la risa.
-Si amiga hay mucho frío. Él está preparándose un café, como siempre, respondió mi mujer.
Y mientras, sosteniéndola por ambos lados de las caderas la elevaba aún más contra mí.
Dentro de mí cabeza, la voz clara de Alejandra al otro lado de la línea. Nítida también en mi fantasía, la imagen de esa mujer revoloteando desnuda pegándose a mi mujer y a mí.
La conversación seguía:
-amiga, me habló anoche Lety, la pobre esta que no se aguanta con el cabrón aquel. Pero yo le dije que es muy pendeja si sigue en ese plan ¿no crees? Dijo Alejandra
-la verdad es que yo no me he querido meter, respondió mi mujer.
Pero qué tal lo que tienes metido ahorita, dije y volvía yo a sonreír cuchicheando a su oído.
-Pero es cierto, amiga, yo se lo he dicho varias veces. Ya ves lo cínico y mañoso que le salió el marido-. De nueva cuenta la voz de Alejandra.
Y empujaba más hondo sobre la grupa de mi mujer. Ansioso y desesperado con la voz clara de aquella amiga.
-No se vale amiga… -No se vale por que conocemos a Lety. Se pasa de buena cayendo en lo pendeja, dijo Alejandra, con un dejo de enojo.
-Pero ella así lo quiere, contestó ahora mi mujer tratando de suavizar.
-Por pendeja, estás de acuerdo, repetía Alejandra al otro lado de la línea.
Y me salía levemente, para volverme a hundir enseguida.
Mi mujer, tendida boca abajo, comenzaba lentamente a seguir mis embestidas. Rítmicamente subiendo y bajando mientras yo, comenzaba una respiración que en breve, difícilmente podría contener.
-Hay que entenderla, musito quedamente mi mujer-. Quebrándosele la voz.
-Hay que qué, inquirió Alejandra,
-No te escuché bien, amiga, agregó después.
-¡Entenderla! Repitió mi mujer, esta vez ya, con la voz bien modulada
-Se te fue la voz amiga, dijo Alejandra.
Dile, es que voy a venirme, por eso se me fue, dije a mi mujer, mordisqueando su oreja
La humedad haciendo gala de presencia. Las caderas de mi mujer subiendo y bajando cada vez más aceleradamente.
Que hable, has que siga hablando, pedí a mi mujer.
-¿Cómo está tu mami? Preguntó mi mujer.
No, de su mamá no, a quién le importa su mamá en estos lances.
Y entonces mi mujer soltó una risa mal disimulada
-Mi ma…, qué pasó, ¿ya está Oscar? Pregunto Alejandra
-No. Él Sigue en la cocina, dijo puntual mi mujer.
-Oye, y cómo te quedó el pantalón, preguntó ahora mi mujer. Tratando de reorientar la plática a terrenos más apropiados, al mismo tiempo que hacía dos o tres movimientos violentos con las caderas, ya en franca respuesta de temperatura que pasa de caliente a muy caliente.
-No me quedó amiga, respondía lejana nuestra amiga Ale.
Y es que, estando como estaba completando con nosotros el trío, dejó de pronto de ser Alejandra y pasó de lleno a ser Ale.
-¿Pequeño? Alcanzó a murmurar mi mujer.
-Ya ves como batallo por el culo, dijo Ale. Y al escuchar perfecta la palabra “culo”, viniendo del otro lado de la línea, cerré los ojos y no tuve más que recordar con plenitud el cuerpo de Alejandra.
-Pero se te veía muy bien, aseguró mi mujer. Asumiendo aquella conversación un papel catalizador.
Mi mujer recogió las piernas por el pecho, -conmigo a bordo por supuesto. Y en un brevísimo tiempo, cambió también el ritmo de su respiración.
-Pero ya ves, amiga, delgadita pero con buenas nalgas, dijo Ale, aderezando sus palabras con una risa, que llegó plena hasta mis oídos, y se acuñó en el limbo de mi cerebro.
Muy buenas nalgas, alcancé a decirle a mi mujer al oído.
Mientras empezaba a agitarse y a volver la cabeza de uno a otro lado. La respiración violenta y áspera.
Si, si… decía mi mujer. Y enseguida: no, no. Cubriendo con mayor desesperación la bocina del teléfono
Hay Dios, hay Dios, hay…
Y me pegué totalmente a su cuello
-Bueno, bueno, bueno.
-Bueno. Oye qué paso, nuevamente al auricular la voz de Alejandra
-Se le cayó el café sobre mí, y me quemó un poquito. La voz de mi mujer tratando imperiosamente, de no dejar escapar la risa, y, recobrando también con prontitud el ritmo de la respiración.
-Amiga, hasta pensé que estaban en pleno faje. Alcancé a escuchar que decía la voz al otro lado del teléfono.
-Mejor después te llamo, dijo Ale.
-Chao.
Dile que muchas gracias. Le dije a mi mujer al oído
-Dice Oscar que muchas gracias, dijo mi mujer
-¿De qué? Preguntó Ale
Y colgó el teléfono. Serví una copa de vino a mi mujer, y una de coñac para mí.
© 2008 By Oscar Mtz. Molina
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