El civil torturador, autor de lo porvenir
Digo, lo cual es probable, que por muchos años he esperado este momento. Recuerdo lo mucho que sufrí cuando madre y Nora fueron sometidas a la humillación de ser encerradas en un calabozo. Claro que los incorregibles, como yo mismo los bauticé, justificaban estas acciones por la ofensa que estas señoras de bien habían realizado a la figura de una actriz de cuarta y a un denigrante presidente que desprestigiaba a las fuerzas militares. Ellas no podían callar lo que yo mismo, de no ser tan tímido, diría.
Pero más sufrí cuando otro innombrable de alguna extraña e incoherente manera introducía un “informe” dentro de una novela que hablaba de no sé que héroes y no sé que tumbas, para acusarme de ser miembro de extrañas fuerzas ocultas que tejen y ordenan la vida del país. Aunque la literatura se lo permita con los demás, a mi no me engaña. Era por mí que decía lo que decía. Era y sigue siendo para mí una acusación y una revelación.
De nada vale ahora sufrir con el recuerdo. Este momento exige otras emociones y otros sentimientos. Esta noche llevarán a la “señora” a no sé que prisión en el interior del país. Yo debo –esa es la orden precisa- “desempolvar” mi atuendo de labor.
¡Con qué gusto posaría en una instantánea con mi negro traje y la capucha que definitivamente me hace cobrar altura! ¡Sí pudiera verme! En realidad antes que ocultar mi identidad siento que vestido de esta manera infundo una imagen aterradora. Esto me alegra, siempre me ha gustado intuir el terror en los ojos de los prisioneros que las fuerzas del orden me han encomendado. Más por solo poder imaginar mi imagen temeraria contenida sus retinas, que el terror que pueda sentir el detenido es que maldigo esta ceguera. Claro que a la vez me sirve de fachada para alegar inocencia e indefensión. Lo cierto es que esta imagen causa tal terror en mis víctimas que en ocasiones evita que puedan contener sus esfínteres.
Un espejo con una luna roja despintada dibuja la imagen de un ciego quien como por un milagroso oxímoron está mirándose y a la vez sintiéndose doble. Ese espejo también es testigo de que un sordo a las voces del pueblo y amante de extrañas culturas, ahora escuche la voz de un sistema que lo ha elegido nuevamente para ser torturador en un pequeño cuarto de “Escuela”. Hacia allí será conducido con ayuda de un lazarillo femenino. También ella (Beatriz o María, no puedo precisar) lo ayudará en la delicada labor. No es la primera vez que lo hacen. Antes lo hacía sin ella. Entonces la venganza de ser tratado como paria era el móvil que lo convertía en torturador. Desde el 30, sucesivos “golpes” del destino y de la historia del país lo habían llevado a formar parte del grupo selecto de forjadores de la “nueva patria”. Todos esperaban que esta vez la misión triunfe. Se juraban ser muy obedientes al sistema y extremadamente cuidadosos para cumplir en adelante cada uno su rutina.
Ya es otro día, es el 25 de marzo de 1976. La labor planificada desde hace un tiempo, dio comienzo de manera sistemática.
- Estoy seguro que mi prisionero ya fue conducido hasta el lugar de “tareas”. He elegido mi víctima entre tantos. Ahora sólo debo acercarme al prisionero que no ha dormido, que no ve ni sabrá nunca quién lo tortura. Mis manos hurgan su rostro, puedo sentir su calva y sus bigotes. Es él, el que elegí. No me presiente. Sus manos están cuidadosa y fuertemente atadas por la parte de atrás de la silla. Tomo el libro. Abro una página al azar. Ajusto el micrófono en mi solapa. Imagino los rasgos orientales de mi “lazarilla” accionando con sus finas manos la palanca en la consola de sonidos para que mi voz se distorsione. Todo ha sido previsto: lo que se ha dicho, lo que se dice y se dirá.
-“Es un aparato singular- dijo el oficial al explorador, y recorrió con una mirada hasta cierto punto admirativa esa máquina que, sin embargo, tan bien conocía…”
- Cualquiera sabe que esto que leo al torturado es el comienzo del magistral relato de Kafka llamado “En la colonia penal”. Cualquiera sabe que este cuento habla de un “acto de amor” entre torturador con su instrumento de tortura. Lo que cualquiera no sabe es lo doloroso que puede resultar al oído de un escritor reconocer la maestría de otro. Yo lo sé y por eso ésta es la manera más brutal con la que he decidido torturar a alguien. Siempre dije que los espejos, la cópula y los libros son abominables porque repiten hasta el infinito al hombre y también posibilitan la repetición de sus acciones. Uds. en el futuro comprobarán lo que sostengo y sostendré. Sé que cuando lo liberen estará definitivamente quebrado. Nunca podrá escribir algo de su autoría. Todo lo que podrá realizar será lo que mi ingenio o mi dulce venganza proyecte sobre su torturada mente. Es en vano que grite pidiendo clemencia. Es en vano que se desmaye. Lo reanimarán así podré seguir con mi tarea mostrarle la pobreza de su novelar. Aunque a los demás en el futuro les parezca original, sólo mi oriental lazarilla y yo sabemos que en adelante no podrá escribir nunca más una novela.
Espero haber exterminado mi competencia y poder descansar en Ginebra para cuando el “Redactor de informes sobre ciegos” publique su próxima obra -que será paradójicamente mía- y como que me llamo “Georgie”, estoy seguro llamará “Nunca más”. Será el libro de un enumerador, muerto como narrador. Estoy seguro que no leerán esta obra, porque a Uds. yo los engañaré con mis cuentos, invariablemente.
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