Una silla obscena
recoge mi cuerpo desnudo,
sacudido involuntariamente,
por retazos de memoria
incorporadas a la carne
como la soledad
de algunos muertos.
Una silla flota
en un río interminable
de espasmos azules,
la corriente la empuja
con movimientos lentos
a perderse en su interior,
en donde las moscas
hacen rebeliones sacrílegas
y se alimentan de su sangre.
Una silla se hunde,
mientras yo decreto
con los labios cerrados,
que los niños no mueren.

-Una silla obscena recoge mi cuerpo desnudo-