La religión siembra un pretérito mundo,
que descalzo golpea como una tormenta de dátiles,
la región del lumbago donde quedó el amigo quemandose al sol. Fuiste un murciélago con auyidos sosobrando el espacio que resultó ser la atmófera untada de edor. Un tristísimo misterio azotó la penumbra donde estabamos enclavados como neumáticos, soltando lágrimas de muralla en la hontananza, refrescando la íra que fue una ostra de tormentos, con tortugas dentro resongando cual bandoneones hechos ñoquis con estofado, ñanduces con caramelos derretidos como un echarpe de nieve.
Pero siempre acontese que luego de cuando las espigas finalizan el impostado enriedo,
el mounstro aterriza depositando la osamenta,
para enseguida comenzar a malgastar el tiempo, quitandose las liendres, pintando la alcoba de sudor. Y entonces todo ese colchón de laciva tristeza, aturdido abraza la chatura al hacer del bloque delgadas láminas.

Cuando la lanza penetró la carne pasando para el otro lado del oscuro negro de la noche,
las plumas rodaron por la cúspide con aires de incandesente lava.