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La noche crece y nadie creía que creciera tanto
Emilio Adolfo Westphalen.





Se asumían valientes, capaces, y siempre iban en grupo. Eran cinco, pero con sus sombras parecían ser más. Ernesto, alias el Pajarraco; Ricardo, el Astroboy; Luis, el Rana; Alfonso el Cucaracha y Santiago, el Destripador. Todos menos de dieciocho años, mayores de dieciséis. Alrededor de una fogata, a espaldas del Cementerio de la policía, se la pasaban bebiendo una Havana Club, discutiendo el atraco a un importante Centro de Convenciones. Se encontraban entonados con el licor, y la noche para ellos era propicia para matar policías. El Rana era obeso, alto, de papada abultada y ojos largos y dormidos; tenía la boca ancha y gruesa, y parecía sumido en un permanente sueño, de allí el apelativo. Astroboy parecía un niño. Llevaba el peinado del pequeño robot, era delgado, de piel pálida, ojos grandes y tenía una voz aguda que cuando gritaba en medio de una batida hacía reír a los rudos policías con su voz de duende. El pajarraco, que más que un parecido a alguna ave, era atractivo, con una nariz ganchuda, de pelo crespo y largo, y cuerpo atlético; su apelativo se debía a una famosa tira cómica que devoraba todos los días, el Pajarraco en Manhattan. Por su parte, Alfonso, era llamado el Cucaracha por su parecido a este repugnante insecto. Tenía los ojos grandes, la boca pequeña, menuda y dientes grandes, la cara angulosa y de frente tan ancha que era fácil imaginarse que pudiera abarcar en ella la novela de Kerouac, El camino. Por último estaba Santiago, el Destripador, el cabeza de grupo. Llamado así por su crudeza al momento de evocar pasajes de su personaje de ficción favorita, Jack. Alguna vez confesó, entre copas, su deseo de destripar el abdomen de una mujer embarazada de siete meses con la hoja de una navaja para partir margarina. Todos ellos discutían eufóricamente detrás del cementerio, hacían pagos a los malos espíritus con cráneos que robaban de las tumbas profanadas, alentaban su excitación con pornografitas portuguesas y fumaban marihuana. Esta vez acordaron tomar por asalto el Centro de Convenciones del Hotel Crillón, en el Cercado de Lima, y para eso deberían esperar a que la noche se cierre por completo, pasada la medianoche. El atraco empezaría con la hora de los muertos y los fantasmas, y el ingreso de los delincuentes por la parte posterior del edificio. Los hechos poco importan, solo detallare en otra ocasión aspectos íntimos de este grupo de chicos malos que la ciudad expectora por su conducto de mierda y los deja al amparo de la ilegalidad.

Texto agregado el 15-11-2008, y leído por 57 visitantes. (1 voto)


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