La ética sin estética y viceversa
En lo que a novela distópica se refiere, se suele hablar de una tríada indiscutible: Un Mundo Feliz, Farenheit 451 y 1984. Acaso la más acabada de todas es la última, pero a un servidor le ha conmovido más Farenheit, y no es aconsejable ignorar el final tajante de Un Mundo Feliz.
De verme obligado a elegir entre la literatura argentina tres libros de cuentos, señalaría –no sin dudas– el Bestiario, de Cortazar; El informe de Brodie, de Borges (su simplicidad es uno de los motivos); y, finalmente, El desierto, de Horacio Quiroga. Ahora, si la cuestión fuere elegir tres cuentos nacionales me inclinaría por lo fantástico de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius; por el horror de La gallina degollada; y por lo indecible de Casa tomada ( que nos recuerda a Lovecraft).
Entre las novelas de aventuras que transcurren en el mar hay tambien tres íconos. Por supuesto Moby Dick, de Melville; La isla del tesoro, de Stevenson (tan admirada por los norteamericanos); y Las aventuras de Arthur Gordon Pym, Edgar Allan Poe.
La última de las tres es la primera en aparecer (1838). No es un secreto la influencia que ha tenido Poe en gran cantidad de autores directamente, y casi en la totalidad de éstos en forma indirecta. Sospecho que ahora no cave una excepción. Melville publica su novela en 1851 y Stevenson en 1883. Poe, hacia el final de su obra nos habla de un extraño terror blanco; Melville quiere que su monstruo, su Leviatán, sea blanco. La relación –a no dudarlo– es inverosímil, pero divertida y sugerente. Un tema recurrente en Melville es la soledad y la obstinación, en la Isla del Tesoro cunden los ejemplos de abaricia, traición y crimen. Temas todos tratados por Allan Poe, además del miedo, el pánico y, por supuesto, la aventura. Este autor ha hablado alguna vez de algo malvado que hay dentro nuestro, un demonio de la perversidad que nos demanda dañar a otros, este concepto no fue ignorado por Oscar Wilde cuando forjó a Dorian Gray, y me gusta creer que tampoco lo despreció el Conde de Lautrémont al escribir sobre Maldoror.
Pero si de miserias humanas y travesías en el mar hablamos, retrosedamos hasta Swift. Sus Viajes de Gulliver superan a las tres obras de aventuras mencionadas (en rigor, superan a todas las obras mencionadas en este texto...y a muchísimas más). No he podido evitar ver dos influencias fundamentales (a las cuales también superó), una de orden ético y la otra de orden estético: Una, la de orden ético, es Utopía, de Thomas More, de la cual Swift se sirve para su demuncia implacable contra la humanidad y para ensayar su anhelo de un mundo un poco más justo. La otra, de orden estético, quiero creer que es la Odisea, de Homero (o del último de los aédos que la haya cantado, no sé). No se me ocurre otra aventura por mundos desconocidos y fantásticos que sirva tan bien a Swift para poder transmitir su mensaje.
Ética y estética son igualmente importantes. La demuncia de Swift contra la humanidad (ética) no hubiera sido posible sin los componentes fantasticos de los viajes de Lemuel Gulliver (estética). Y digo: sin la aventura, la obra hubiera sido un ensayo furibundo de un funcionario amargado, de eso hubo y hay mucho. Ahora bien, sin la denuncia la cuestión es más obvia aún, años de no entender el mensaje, o no atender al mensaje (lo que es peor) han hecho de uno de los libros más importantes que ha existido, un mero libro de aventuras para chicos.
A veces, cuando uno está más paranoico, podría creer que es un acto deliberado el rebajar esta clase de obras, pero tal vez uno exagere un poco. Sin embargo he visto a Moby Dick en varios dibujos animados. Probablemente esto sea una humillación para Melville y Swift, aunque seguro nunca lo hubieran dicho, pero ¿quién acepta una humillación así?
Todas las obras mencionadas antes, y es anti-estético aclararlo, son verdaderas obras maestras de la comunión entre los dos conceptos tan levemente tratados.
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