Sentir casitas de barro
haciendo tun-tún
en laderas lodosas,
húmedas y masticables
con cipreses redondos llovidos,
con huellas profundas,
con humo y silencio vertido en el suelo,
con un parlamento de grillos
desubicados, insanos,
sobre cuerdas flojas.
Grillos flacos
que con ton y son
dictan el ritmo a la danza
de labradores cansados.
No tener mangas
para guardar ases
ni poseer partidas
para ganar.
Guardar en los ojos
trozos de escenas y cocinas,
pintarrajeados groseramente,
con olor a sol,
a sol recién bañado.
Ser una casita, ser un ciprés,
ser un sol con frío,
ser hilito de aroma a café sin azúcar,
ser cal en los huesos del tiempo,
ser luego y durante los saltitos del reloj
una caratriste
con ganas de sonreír,
de apreciar una moneda vieja,
de vestir de fiesta un crucifijo sabio.
Tener vecinos
mudos
con oídos abiertos.
Sufrir de inocencia pútrida,
de egocentrismo egregio...
guardar, encerradas en baúles,
algunas sinagogas rojas.
Todo debe ser casualidad legal.
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