H. estaba cansadísimo. Dormía apoyado en la muralla norte del cuarto donde P. aún inconsciente reposaba conectada a algunas máquinas. B. estaba de guardia en la puerta. Miraba de vez en cuanto en dirección ala camilla tratando de reconocer algún movimiento o signo en la mujer que amaba. Q. leía unos reportes que le dejó K. antes de salir. Sabía que algo encontraría para desentrañar la mala jugada que le habían hecho a H.
Aún era temprano. Los relojes de los tres policías estaban sincronizados y cada uno sabía el por qué. Marcaban las 11.10 de la noche. El siguiente turno era el de Q.
H. estaba sumergido en un extraño sueño. Un sueño que le parecía un presente distinto. Se veía en tercera persona, compartiendo una conversación con Q. y su hija en una casa que no reconocía. Tocaban la puerta y por eso la extrañeza del sueño: ninguno abría la puerta a pesar de la insistencia de los golpes. Trató de safarse de ese sueño para poder hacer cosas en primera persona, le fue difícil, pero lo logró. Se paró de la mesa y al abrir la puerta frente a él, estaba D. Apuntándose la cabeza con el revólver de H., D. le decía unas cosas que no logró distinguir. De hecho no las recordó hasta mucho tiempo después de esa noche de vigilia. La cara de D. estaba demacrada, algo fea, con barba y sucia. Era un ermitaño con su revólver. H. trataba de calmarlo, la situación era más que inquietante, pero al volver la vista hacia dentro Q. ya no estaba, su hija tampoco. Se puede decir que H. se arrepintió de haber tratado de controlar su sueño. D. se reventaba la sien después de empujarlo hacia la casa. Una vez su cuerpo en el piso, la puerta se cerraba. H. despertó tan repentinamente que botó su sombrero, el cual fue a dar a los pies de Q. que levantó su cabeza y le preguntó si estaba con pesadillas de nuevo.
- Tu estúpido padre se acaba de reventar los sesos en mi sueño, chico. - sobre exaltado le respondió a Q. como si él fuese el culpable, a lo cual se dio cuenta y repuso - Disculpa, Q. Me estresan de sobre manera estos sueños, es como si D. estuviese pidiendo ayuda.
- Tranquilo, H. Todos sabemos que mi padre jamás haría semejante estupidez, y si "los viejos" lo volvieron loco, yo creo que él le hubiese reventado los sesos a ellos. - rió Q. sacándose ese mal pesar interior.
- Así es, chico.
B. que en la puerta los miraba, entró, recogió el sombrero y se lo lanzó a H. en forma de freezbee.
- Tú turno, Q. - la seña en forma de pistolas con ambas manos de B. en dirección a Q. relajó aún más el ambiente. - Y tú, H. No duermas si vas a andar de malas, ¿ estamos ?
- Jaja, está bien, está bien... - levantando las manos H. se quitaba la culpa. Colocando su sombrero en su lugar, recordó que no podía fumar en la sala, así que hizo el gesto y salió en dirección a la oficina de K.
- Tráeme unos dulces del dispensador, H. - le dijo B. lanzándole una moneda.
- "La casa invita" - dijo H. devolviéndole la moneda de la misma forma.
Todo era tranquilo. B. pensaba en lo genial que era estar otra vez los cuatro mejores policías de la ciudad juntos. P. pronto tenía que despertar según las indicaciones de K. Q. prendió las luces y dejó los papeles en una mesa acercándose a B. H. se oía en el pasillo. Pocas veces se le oía tararear, ya que de cantar nunca lo hacía. Q. sintió el crujir de la máquina cuando hace caer el pedido, pero algo raro había. Jamás fallaba su presentimiento. La máquina no estaba en el pasillo. Y H. no pudo demorarse tan poco en fumarse un cigarrillo sabiendo que había ido a la oficina de K. que estaba en dos pasillos más al sur del cuarto piso. Le dio una palmada a B. y le dijo en voz baja que no era H.
- ¿Cómo está P., eh B.? - una voz más profunda que la de H. hablaba desde la orilla de la puerta.
B. no reconocía la voz, pero estaba ciento por ciento seguro que no era H. jugándoles una broma. Q. movía el biombo para tapar a P. al mismo tiempo en que le entregaba a B. su pistola.
- ¿Quieres verla? - B. firme le preguntó aún sin saber qué hacer.
- No, es por eso que te pregunté, sigues siendo el mismo B., un tonto que no lee entre líneas y necesita de sus camaradas para hacer la tarea. Está ahí Q., ¿no es cierto?, ¿ o será H.?.
- No tengo por qué contestarte, de todas formas, créelo o no, te haz metido en un lío. - B. caminaba lentamente en dirección a la puerta mientras comprobaba la hora, H. debería estar ahí en dos minutos más.
- ¿Yo? ¿en un lío?, por favor, B. Yo diría que esta situación es todo lo contrario. ¿Recuerdas a quién tienes en la camilla?
B. baciló un segundo, giró lo más veloz que pudo y se lanzó al suelo avanzando sin fricción por las baldosas. Un disparo avanzó hasta el final del pasillo y se clavó en la muralla del fondo. B. se repuso de su estado y lo único que vio en el piso fue una chaqueta de cuero cubriendo un walkie talkie por donde una risa incontenible se oía y a la vez una segunda voz que gritaba: ¡Oh diablos! me dieron, grandísimo estúpido, llévame al hospital, me dieron imbécil, ayúdame...
- B., B., B., sigues siendo el mismo...
- Malditos sean, bastardos, los encontraremos.
Al momento H. aparecía por el pasillo preguntando qué diablos había pasado. Q. le indicaba el aparato en el piso y la chaqueta. En la sala P. levantada, sonreía y decía:
- ¿Qué tal chicos, me extrañaron? |