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LAS PERLAS DE HIROTAME

En el Museo de Papeete se exhibe, en una vitrina de grueso cristal, un collar de 32 perlas unidas por un fino cordón de plata. Si las perlas polinésicas son famosas por su belleza, la perfección de esas margaritíferas supera toda referencia, y el brillo irisado de su nácar impresiona particularmente al visitante. Monssieur Sampé, director del museo, me contó su historia. Provienen de la bahía de Murutoa, donde los buscadores debían sumergirse más de 50 metros para encontrar las más hermosas, provistos sólo de cuchillo y red. Era peligroso, algunos morían en el intento, y bastantes sufrían daños irreversibles por la prolongada falta de oxígeno.
Hirotame era uno de esos buscadores. Estaba enamorado de Vaimiti desde la infancia de ambos, antes de que los padres de ella la vendieran a Madame Genevieve, dueña del mejor burdel del Mercado de la Carne, para deleite de los popaas, los colonos blancos. Hirotame no se resignó a perderla, y pidió precio para recomprar a Vaimiti. La madame fijó un precio excesivo: 32 perlas de Murutoa. Eso no arredró a Hirotame, que se puso ilusionado a la labor. Requeriría tiempo para hacerlo, pero estaba dispuesto a todo para recuperar a su vahine.
Hirotame no se cuidaba de mantener en secreto el avance de su tarea, y cuando anunció que ya había recolectado todas las perlas, recibió la visita de varios popaas bravucones y llenos de alcohol. Le dijeron que no consentirían que Vaimiti fuera solo para él, y le pidieron que les entregara las perlas. Hirotame no les dijo donde las guardaba, y ellos registraron su choza destrozándolo todo. Como el registro fue infructuoso, agarraron a Hirotame y con unas tenazas le fueron arrancando los dientes, sin obtener del joven ninguna confesión.
Después regresaron al burdel. Genevieve, traemos las perlas para comprar a Vaimiti. Le entregaron los dientes de Hirotame, bancos y brillantes como perlas. La madame les echó sin contemplaciones y puso el hecho en conocimiento de la Prefectura. Los gendarmes acudieron a la choza de Hirotame, pero él no estaba allí. Lo encontraron al día siguiente, ahogado en la orilla del mar, con una bolsa que contenía las 32 perlas. Las guardaba enterradas en el fondo de la bahía, y su última inmersión para recuperarlas resultó fatal para él.
Fallecido Hirotame sin herederos, el juez decretó que las perlas eran de propiedad pública. Vaimiti siguió trabajando para Madame Genevieve, y poco a poco fue perdiendo la razón. Se adornaba con un collar de blanquísimos dientes, que acariciaba constantemente mientras murmuraba: Hirotame, hoy mai, ua here vau ia oe (*).

(*) regresa, te quiero

Texto agregado el 12-11-2008, y leído por 158 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-11-2008 Un premio muy merecido. margarita-zamudio
17-11-2008 te dejo mis *****, y si bien no fue uno de mis elegidos, es un hermosos relato. domingo_azul
12-11-2008 Hermosa historia, con la precaria verosimilitud de las leyendas. Se aprecia la investigación cuidadosa que permite una puesta en escena de buen nivel literario. Mis cinco perlas*****. leobrizuela
 
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