PARTE I
Hace ocho meses que Angela se fue, pero para mi han sido siglos. Mi apartamento es un asco, yo soy un asco, porque se fue sin decirme nada, nadie sabe nada de ella, todo es tan extraño, es como si la tierra se la hubiese tragado.
Ayer me anime, salí a la calle, entre a una tienda de curiosos objetos, una lámpara de cuero fino adornada con dragones chino me cautivó. Regrese a casa con una lámpara y una buena novela bajo el brazo. Esa noche, al terminar mi lectura y acercarme para apagar la lámpara note algo muy extraño.
PARTE II
En el cuero estampado con dragones chinos se dibujaba una extraña figura, su forma alargada semejante a una pequeña isla en un mapa me recordó repentinamente a Angela, en su espalda tenía un lunar parecido.
La mañana siguiente volví a la tienda, estaba cerrada, vi al dueño salir. Entonces entré. Sentí escalofríos, mas que extraña, aquella tienda era macabra, animales disecados, estatuas satánicas cobraron vida y venían a atacarme. Lleno de pánico corrí, tropecé una vitrina y la rompí. Estaba llena de brazaletes, collares, anillos con diseños maléficos de serpientes y calaveras. Recuperaba el aliento cuando escuché un grito espantoso.
PARTE III
Los gritos parecían provenir del cubículo donde se hacen los tatuajes. Pero entre y no hallé a nadie. Entonces note que venían de abajo, abrí la compuerta que estaban en el piso y baje las escaleras a tientas. La superficie estaba viscosa, el sótano emanaba un olor insoportable.
Cuando encendí la lámpara del techo encontré a una mujer tirada boca abajo, encadenada de pies y manos a una camilla. Tenía un tatuaje fresco en su espalda, aun destilaba sangre, me acerque y descubrí horrorizado que el tatuaje eran unos dragones rojos y dorados, idénticos al de mi lámpara de noche.
PARTE IV
El piso estaba ensangrentado, las paredes también. Alrededor habían muchas tinas llenas de cuerpos flotando, cabelleras humanas colgadas en maniquís, pieles humeantes apiladas como sometidas a un tipo de proceso de tinturado, y otras cosas horrorosas que no alcazaba a distinguir. Al advertir mi presencia, la mujer comenzó a sacudirse y ha sollozar. Imaginé que me confundía con su captor. Le dije que la liberaría, me suplicó que buscara las llaves. Busque y busque pero no las encontraba, al fondo estaba un armario lleno de atuendos de mujer. Una chaqueta llamó mi atención, su aroma inconfundible era el de Angela.
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