La primera vez que te vi, descansabas apoyada sobre la barra de un bar. Tu mirada se perdía distraída sobre la pista de baile, una copa de oscuro licor descansaba en tus manos. Los hielos chocaban entre sí cada vez que la acercabas sibilinamente a tu boca, traspasada una y otra vez por el ya aguado licor.
Cuando nuestras miradas se cruzaron, el mundo desapareció de mi alrededor, te advertí que no me miraras de ese modo, que no jugaras con mi deseo, que dejaras tranquilo a mi corazón que iba bombeando la sangre, concentrada en un solo punto.
Y una línea recta seguían mis pasos, el camino hacia ti, que mantenías la copa vacía en tu mano, a modo de invitación. Me acerco a tu lado, un paso tras otro, abriéndome paso entre el humo de los cigarrillos y el tumulto de la multitud, mi único destino: tu.
Camino despacio, sin prisas, saboreando cada momento que me permite el cortejo que aún no ha traído los besos. Un paso, otro paso, me voy acercando a mi meta, mientras observo como ese vestido se ciñe a tu piel, mientras observo tus hombros desnudos, tu canalillo a través del escote.
A pocos metros del destino, comenzaste la retirada, mientras observabas mi embobamiento divertida.
¿Acabo de llegar y ya piensas en marcharte?
Tus dientes abrazaron tus labios, te advertí que no te mordieras el labio inferior mientras me mirabas, te dije que no apartaras la mirada en momentos estratégicos, que rieras todas mis gracias, te aconsejé que no jugaras conmigo.
Quien juega con fuego acaba quemándose pequeña princesa, pero tu no tenías miedo, y te acercabas a mi lado, rozabas la pasión, avivando el deseo. Acariciaste mi rostro con la yema de tus dedos, paseaste con tus uñas por debajo de mi camisa arrugada, te supliqué que no me besaras de esa forma, que no susuraras palabras obscenas en mi oído, que no lanzaras al aire aquella petición.
Te pedí expresamente que no me sacaras de aquel bar, que no me llevaras a tu casa, pero yo mismo desoí mis consejos, yo mismo me dejé guiar por tus manos, yo mismo decidí seguir tus pasos hacia el balcón de tu casa, donde observamos la ciudad iluminada por miles de luciérnagas.
Embriagados, aceptamos la invitación de la cama, me tendiste sobre ella e hiciste conmigo todo lo que se te antojó, desnudaste mi alma, calmaste mi sed, callaste mi ansias...Pero jugaste conmigo, y ya te había advertido que yo no eraningún juguete de usar y tirar...
La última vez que te vi, descansabas distraida sobre la barra de un bar...
¿Acabo de llegar y ya piensas en marcharte?
Te advertí que no lo mirases de ese modo, que no llamaras al deseo mientras te acercabas a él, que no le cedieras tu calma, ni tu respiración agitada. Te pedí que no jugaras con los botones de su camisa, que no apoyaras tus cálidas manos sobre su pecho, que no besaras supálida boca, que no te dejaras engañar por el destino, que no lo acercaras a tu cama...
¿Y de que sirvieron mis advertencias? ¿Dónde quedaron mis súplicas? ¿Todas mis peticiones? Descansan en el mismo cajón del que salió este arma que ahora sostengo entre mis manos. El mismo revolver que observa como te vas desangrando sobre las sábanas revueltas, como expiran tus últimos suspiros, como se acaban tus gemidos.
Te veo como caes una y otra vez en tu propia trampa, y ahora ya se ha librado tu última batalla, desde el mismo balcón donde observamos las luciérnagas, ahora espero a que amanezca
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