Estando de pesca con mi señora esposa,
a orilla, nada menos que del mar Caspio,
un corpulento cangrejo, con al frente dos interesante filosas tenazas, mordió mi dedo gordo del pie derecho. Le propinamos a dúo tantos golpes en la cabeza que lo dejamos aturdido,
pero aún así cual Pealsboork nunca me llegó a soltar. Como cuenta la leyenda o como dicen los que saben demasiado, los cangrejos no gustan de morder seres sin vida, entonces mi estúpida mujer,
en una más de sus improntas de porquería,
donde aseguro, la pobre ilusa no sabe medir las consecuencias, quizá desesperada por tanto verme sufrir, de golpe clavó un puñal en mi corazón para así librarme de la bestia. Y vaya que lo consiguió.
Quedé literalmente fulminado en la playa,
mientras que con el alma partía con enormes dificultades desde la orilla hacia la puta nada.
Enseguida fue condenada a cadena perpetua.
Pero ese mismo día, de la desesperación de ver como en breves instantes nuestro mundo se desmoronó (seguramente después quedando mis lindos hijos separados en orfanatos diferentes)
resultó imposible hacer los requisitos para un digna participación en el juicio final, quedando de esta manera en un transe fantasmagórico de donde jamás alcancé salir para continuar camino hacia el cielo. Así fue que tuve que refugiarme primero en una caverna lindera al lugar del deseso,
para más tarde mudarme a un casona abandonada. Que al poco tiempo de habitarla se hizo como famosísima por los extraños acontecimientos metafísicos ocurridos (resultó ser como estar viviendo en un gallinero, pués antes que arribé,
otros de mi misma condición, ocupaban el magnífico predio).
Pero a base de ahorrar acumulando energías,
pude meterme en el interior de un micro con destino hacia la gran ciudad.
Allí fue que en un bar conocí a un hombre del que me hice bastante amigo, que lamentablemente desea, sin un ápice de arrepentimiento,
quitarse la vida cuanto antes.
Le propuse hacer un experimento acorde,
que desde luego no dudó en aceptar.
Su cuerpo debe quedar sin grandes lastimaduras,
por lo tanto lo más conveniente será ingerir una tonelada de barbitúricos.
Cuando su alma estaba emergiendo del cráneo
irrumpí en su cuerpo, como alguien que entra a una discoteca celoso porque se enteró que su chica estaría bailando con otro, y allí, cuál pariente que te enfrenta a informar de una desgracia familiar, abracé su blonda energía girando a gran velocidad,
hasta hacer que el centrifugado despida el sobrante. Mi gran amigo, en los últimos rastros de vida, se hubo programado para hacer perder del alma la parte voluntariosa de querer continuar la marcha, mientras que yo debía mentalizarme,
en realizar como primera acción, colocar mis dedos para provocar un arcada grandota que haga vomitar la ración de pocima. Entonces fue que tomé su lugar haciendo me cargo del cuerpo completo.
El quedó convertido en un poderoso trueno,
que hizo retumbar su explosión en la noche de la resurrección. No obstante, siento que soy el de antes, del cual prefiero omitir su nombre. Sinceramente lo que lamento poderosamente es la suerte de mis hijos, pero como ahora soy un hombre pudiente: Don Eliseo Brizuela Longo, les hice llegar una falsa herencia para que puedan sobrellevar la historia.
Decidí continuar mi camino por separados.
Detesto que ellos toquen mi nuevo por demás velludo. ¡Que pierdan la fé al creer que el destino es eterno!.
Fin.
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