A finales de los años cuarenta, mediados del siglo veinte, Varsovia era una ciudad libre y preciosa con aires frescos de campo. Los chicos jugábamos a policías y ladrones y los mayores nunca se cansaban de reír.
De repente, un día, todos se hablaban a gritos, como los policías cuando se encuentran con los ladrones. Lo malo, es que yo no era capaz de diferenciar a policías de ladrones.
Condecoraron con una estrella de oro a mis padres y les aconsejaron que nos guareciéramos en sótanos. Estaban oscuros, olían mal y estaban llenos de ratas; pero, según parece, había tantos ladrones que no se podía hacer otra cosa.
Misha Czerniaków era mi hermana. Cuando llegó la primavera decidió salir a juntar un ramo de flores. No la vi más. Me dijeron que los ladrones se la llevaron. Desde entonces papá no volvió a reír y mamá se quedó triste y silenciosa. Al final ambos fueron a buscarla y dejé de verlos para siempre.
Hoy sé que han pasado unos años, pues un compañero a quien veo ciertos días en ciertos lugares, me lo asegura. Pero ya no hay problema. En mi nuevo hogar todo está limpio y cuidado, vivo con unos ángeles que visten todos de blanco ¿por algo son ángeles, no? No hay ratas, los policías se llevaron a los ladrones. En cuanto a mi hermana, supongo, se habrá buscado una casa grande y preciosa, llena de flores hasta la bandera.
Cuando mi jefe me condecore con una preciosa estrella de oro y me convierta en policía, pienso irme a vivir con ella...
José Fernández del Vallado. Josef. Nov. 2008
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