Trato aun de saber, si pasó en verdad. Tiene que haber pasado. Tiene que haber sido cierto. Esa es hoy mi búsqueda.
Repetía el rito matinal, una y otra vez. Salía al balcón, apoyaba mis manos en el barandal y miraba el horizonte, desafiando las inclemencias del clima.
__No estropearas mi humor, te lo aviso!!, esputaba a los vientos, a la vez que, entrecerrando mis parpados, luchaba por evitar que el tierral en suspensión, fuese empujado dentro de ellos por la ventisca.
Vivo en el sur de Argentina, en la Patagonia, y esa es la constante. Viento, tierra y el vasto desierto. La geografía forja el carácter adusto y huraño de la gente, y aun dentro de esa característica general, dentro de mi burbuja, hago esfuerzos supremos como para no perder mi humor. Un tanto sarcástico y burlón, para nada ecléctico.
El aroma del mar cercano, lo llena todo y, aun entre los ruidos citadinos, logro escuchar las rompientes golpear contra las costas acantiladas.
Desayuno en una paz inigualable y sin apuros. Luego de varios años pude, finalmente, dejar la vida de “prospero hombre de empresas” y hacer lo que me place, cuando me place. En el desarrollo de una empresa de transportes de carga, descubrí que me gustaban mucho más, los viajes y la soledad de las largas rutas, que lidiar con las personas. Finalmente, de empresario a camionero independiente.
La melodía de “Sometimes I feel like screaming” de Deep Purple, a modo de ring toné en el celular, genera una gran contradicción. Me encanta ese tema, pero irrita el saber que alguien requiere de mis servicios del otro lado del maldito aparato. Que por otro lado, hace caso omiso a los sonidos de silencio que le emito partiendo en dos mis labios con el dedo índice.
Una empresa de logística internacional requiere de mis servicios de entregas personalizadas. Una carga espera en la Aduana dispuesta para ser entregada en un paraje perdido dentro de la zona cordillerana. Comento no conocer, ni haber escuchado nombrar el lugar de destino, pero vía fax remiten un plano que marca las cercanías del lugar y el encontrarlo, depende ya de mis habilidades.
Acepto finalmente y de muy buena gana. Los lugares montañosos son mi pasión, amén de que me pueden los desafíos. También será un trabajo de varios días de viaje, y por lo tanto, pocos humanos que soportar mientras dure.
Parto en el instante de recibidos los últimos pequeños detalles y la confirmación del depósito del pago. Extraño, por cierto, en mi cuenta y sin emitente.
Un par de días me lleva llegar a la Aduana, y sorprende el encontrar que los eternos papeleos están misteriosamente listos, casi como queriendo deshacerse lo más pronto posible de, una extraña caja de madera del tamaño de un pequeño automóvil, completamente cerrada, sin pasos de aire, ni marca alguna. Sin remitentes, ni nombres para su recepción a la vista. Solo un nombre en los remitos “Tranquera Azul”, sin personalizar.
No es tan raro en realidad, porque sé en qué país vivo y que moviendo un par de “influencias”, cualquier cosa se puede lograr. En conocimiento de esto, emprendo tranquilo el viaje, sabiendo de antemano que tengo inmunidad para poder pasar los controles. Me tranquilizo pensando será algún tipo de maquina o herramienta, solo burlando las tasas de importación, o algo por el estilo. Nada anormal por estos lares.
En todo caso, el trabajo ya esta pago y ahora toca cumplir. Y disfrutar en ello del viaje y la geografía.
Toca un par de días más llegar a la marcación que cita el plano. Es solo ruta, solitaria e intrincada. Cualquiera que ha recorrido la Patagonia sabe de lo fácil que es perderse, y de los cientos de rutas y pasos sin carteleras marcando destinos. Bueno, después de todo, lo que yo pedía finalmente era no rastros de civilización, y es lo que tengo.
Reflexiono a cada paso sobre la paz que es en estos momentos, saber que nadie estará preocupado por mí, y que por otro lado, tampoco persona alguna sabe dónde y que estoy haciendo. Sin testigos. Sin ningún testigo…
Entrada la noche, cansado y ya casi sin combustible en los depósitos, totalmente perdido en los caminos laberínticos, la luz, aun tenue, de una pequeña farola a queroseno, se bambolea en los brazos de una silueta humana y detrás, la tranquera. Descubro su color azulado, solo luego de enfocarla a las luces de mi camión.
Un gesto de la figura conminando a que lo siga, me lleva por un sendero que en medida que nos adentramos, torna en una vegetación densa y profusa. Demasiado para la zona, y de especies que no logro reconocer, pero, el cansancio extremo impide centre la atención en identificarlas en estos momentos. Ya veré al regreso.
El sendero de vegetación, se va tornando en, casi un túnel, oscuro, pringoso y sumamente tétrico. Igual, no me preocupa, solo quiero llegar y descansar.
Un comité de pocas personas nos recibe en el final del trayecto. Las figuras son simétricas, todas de igual tamaño y altura, y ubicadas en semicírculo.
A duras penas, tambaleándome y con histéricos movimientos de descontractura, desciendo del vehículo a la vez que desde el centro de la formación, un hombre de rasgos lineales y pétreos, viene a mi encuentro, saludando parco pero amistosamente.
__¡¡Buenas noches, soy Jonás, espero vuestro viaje haya sido placentero!!... me dice estrechando una mano huesuda, pero demasiado tersa.
__¡¡Gracias por llegar a tiempo. Estimo estarás cansado, se te acompañara prontamente a la salida!!...comenta con el mismo gesto amistoso, tanto que, no suena a que estuviesen despidiéndome tan rápido como amable es la forma.
Le explico entonces que aun logrando sobreponer el extremo cansancio, y la posibilidad de dormir en la cabina dormitorio del camión, difícilmente podría seguir ya que los tanques de combustible están casi vacíos.
La reacción que genero me hubiese asustado, de no ser que aun considerando el lugar, y la superioridad en números del grupo, el halito de paz que emite el lugar me provoca más curiosidad que miedo. Y curiosidad es mi segundo nombre, por supuesto, amparado en unas veloces piernas.
Con gestos suaves y cadenciosos, pero llenos de dudas, cada uno de ellos y en un total hermetismo, cruzan sus miradas, como en un intercambio de opiniones sin emitir sonido alguno.
Como en formación, y con movimientos frágiles, me abren un callejón con la entrada de la pequeña morada como epilogo. Ahora que el cansancio es, ya sobrepasado, por lo extraño del lugar y la situación, fijo la atención en la estructura de reducidas dimensiones a donde me dirijo, flanqueado. Imposible pueda albergar tantas personas, pero, tamaña es la sorpresa al ingresar. Camuflada en los subsuelos, la construcción torna en amplitud y modernismo.
El enorme espacio sin mobiliarios, ni artefacto a la vista, parece despedir un fulgor que envuelve en luminosidad a todo el lugar, y pierdo referencia de paredes o pisos. También a los integrantes del grupo, mimetizándolos con el entorno.
Ahora, gracias a la luz, distingo mejor sus facciones. Mayúscula sorpresa y van… Misma etnia, mismos rasgos. Blancos como algodón, sin muestras del contacto con los rayos de un sol, sin protección de la capa de Ozono, como el que golpea inmisericorde sobre las tierras más al sur de las Américas. Indefectiblemente, la lógica deducción lleva a concluir que esta gente no vive de la tierra. Grandes ojos de un celeste casi cristal, dentro de unas cuencas profundas y oscuras, y cortes de cara lineales, completan la fisonomía general del grupo. Solo el cabello de alguno de ellos se revela a parecerse en un todo. Al gris plata predominante, y claro está que esto podría ser producido solo por los efectos de la intensidad lumínica del lugar, solo escapan dorados intensos de una pequeña minoría.
A vistazos distingo que las cantidades de ocupantes, se multiplican por decenas, y la escena se asemeja a un limbo celestial y su comité de recepción.
En un supremo esfuerzo de concentración, me obligo a volver a la humanidad, exigiéndole a mí cuerpo potenciar las sensaciones de cansancio y hambre, como forma de poder escapar al influjo hipnótico que casi me automatiza.
El contacto de Jonás sobre mi brazo, ayuda. Con un leve empuje, me guía hacia un pasillo que desemboca en cubículos similares a los camarotes de un submarino. Sin ventilas y con muros de textura metálica, pero sin frialdad al contacto. Es más, casi desde el desquicio aseguraría que son de materia orgánica. Indefectiblemente a estas alturas, mi estado sicofísico esta cerca del colapso total y ya no coordino. Bah!!…, estoy más que acostumbrado, y es casi una regla en mí.
El esmero en atenderme, es causa común al grupo. Sin mediar pedido de mi parte, ni consulta alguna, todos mis deseos no revelados en cuanto a alimentos y bebidas, son saciados. Pero también flota en el ambiente, que con cada atención, hay una vigilancia tacita. En todo caso, no me importa que así sea, están en propio derecho, ante un intruso casi auto invitado. Semejante frugalidad disculpa sentir cualquier molestia.
Cada una de mis preguntas se revela en miradas compartidas como desde los principios. Pero ahora, y desde un estado catatónico, alcanzo a percibir leves sonidos como de conversaciones a muy bajo volumen, pero también, muy aceleradas. Contestaciones, absolutamente ninguna. Tampoco movimientos.
Sería el éxtasis poder darme un baño, pienso desde la timidez en pedirlo, cuando el silencio se rompe y llega el ofrecimiento. Y en estos momentos, es cuando el que está a punto de ofrecerse como un integrante más de esta comunidad, desde el agradecimiento, soy yo.
Nuevamente soy escoltado hacia una habitación con más aspecto de cámara de desinfección de un laboratorio, que de baño. Primera vez desde el arribo que soy liberado en albedríos, aunque en estos momentos hubiese pedido exactamente lo contrario, puesto que ya desnudo y dispuesto, no encuentro sanitarios, ni grifería alguna. Camino desconcertado de un lado a otro, tratando de encontrar los accionamientos, y en el instante que estoy a punto de caer de rodillas y comenzar a llorar como un marrano, desde el piso brota una lluvia que no moja, y paralelamente la sensación de pureza tanto en lo exterior, como internamente. Que buen método, más de un alérgico al agua estaría de parabienes.
Es en ese instante que ya no recuerdo más nada. Solo explosiones de imágenes flasheadas, como en un sueño, pero llenas de paz, como implantadas, elegidas en forma concienzuda.
El despertar es un estado de levedad, cargado de energía, y sensaciones extremas. Todos mis sentidos se perciben más agudos, y hasta, más desarrollados. Estallo en carcajadas, al creer sentir más inteligencia, que la poca que me toco en gracia de nacimiento. El pensamiento no dura demasiado, es estúpido pensar que mágicamente podría desarrollar inteligencia solo con un descanso por demás reparador. Me deja más tranquilo darme cuenta que sigo siendo el mismo pavote (bobo) de siempre.
No más tiempo de devaneos, al instante, me veo nuevamente rodeado por la “guardia pretoriana” que me acompaña desde mi llegada. No necesito gestos para entender que su pronta compañía, es también una invitación a que raudo emprenda nuevamente el viaje de retorno.
Es extraño el notar que casi como uno más de ellos, sin sonidos y simplemente con comunicación visual, entiendo intuitivamente cada intención y pedido.
Ya en las afueras de la estructura, la noche me recibe calma y llena con un cielo de constelaciones desconocidas.
Sin pérdidas de tiempo, ya en el interior del vehículo, descubro llenos los tanques de combustible, y sin más, nuevamente soy guiado a través del follaje desandando el camino hasta la tranquera que franquea el acceso a la ruta.
Nuevamente en viaje, recorro caminos y cruces, buscando el que me guíe a casa. Otra vez estoy perdido, y mientras busco alguna señal que me ubique en tiempo y espacio, la imagen del grupo en formación, homogéneo y silencioso, despidiéndome sin gestos ni explicaciones, despojado de sentimientos, vuelven a mi mente, una y otra vez. Solo sus ojos clarísimos, empotrados en sus cuencas, clavados en mí, como penetrando, estudiando y entendiendo mis próximas futuras acciones. También, en despedida final. O quizá no.
Es cuando el cansancio termina de convencerme que no lograre salir de este laberinto de caminos, que detengo la marcha, en un claro, a los costados de la ruta, y me dejo caer a la inconsciencia, en el mismo formato de imágenes y paz. Y duermo.
La intensidad de la luz matinal, me devuelve a la realidad. La sorpresa golpea, al ver, a pocos metros en el frente, un cartel indicando las distancias a terrenos ya conocidos. En pocos minutos retomo la marcha, mientras las horas pasan velozmente hasta llegar a destino, como consecuencia de los pensamientos y búsqueda de respuestas que no me abandonan hasta el arribo.
La sensación de haber soñado todo, es casi una tortura. Pero, no dura demasiado. Solo hasta que, luego de desempacar, el reflejo de mi imagen en un espejo, antes no vista, devuelve una nueva y desconocida fisonomía. Quedo petrificado al descubrir la palidez casi blanquecina de la piel, unos ojos mucho más cristalinos y profundos, y el cabello en un gris plata, casi adueñándose totalmente de mi cabeza.
Desde el sticker en la heladera (nevera), un calendario gaucho me pone al tanto de la fecha. A pocas cuentas, descubro que también alguien se quedo con un par de días faltantes de mi reciente historia. Durante semanas, inmerso en preguntas, naufrago una y otra vez, en la duda sobre la veracidad del suceso.
Han pasado un par de años ya, desde aquella experiencia. Cada día, descubro en mí, nuevas y desconocidas capacidades. He agotado por todos los medios, la búsqueda de información, sin encontrar pista alguna. Imposible encontrar a la persona que se contactó, encargando el movimiento de la carga. La negativa de las autoridades de Aduana a cualquier referencia, es la única contestación. Eso no me es extraño, por cierto.
Cada oportunidad de tiempos disponibles, a bordo de mi moto, recorro los sitios posibles, en una búsqueda obsesiva y casi, desesperada. Aun así, expuesto a los azotes de la radiación solar, el tono de mi piel jamás volvió a ser el mismo. Tampoco yo.
Pero, algo me empuja a seguir la buscando. Y también, algo me hace saber que esperan por mí. Tal vez, sea necesario desarrollar, evolucionar o solo finalmente terminar de creer.
Allí, en algún lado tienen que estar, deben de estar. El destino final. Mi destino. La comunidad.
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