H. reía sarcásticamente mientras miraba a Q. al subir al auto. Olía a humo dentro del vehículo y trataron de ventilarlo en dirección al hospital a gran velocidad con las ventanas bajas. Algo era más que raro, además del "atentado", la vuelta de P., el incendio, el vaso... H. trataba de armar algo parecido a un mapa de todo lo ocurrido ese día, pero prefirió concentrarse en el volante mientras aceleraba una vez colocado su cinturón de seguridad. Presionó el botón de incandescencia para prender un cigarrillo al notar que su encendedor no funcionaba.
- Tendrás que botar ese sombre y comprar uno nuevo, H. Lo estropeaste todo al entrar en el Bar. - dijo Q. tratando de romper el hielo.
- Lo sé. - H. estaba concentrado en algo que Q. no podía decifrar ni especular. Algo en sus ojos le decía que la aparición de P. tenía que ver con eso.
- ¿Estás bien, H.?
- No, pero no quiero hablar de eso... Ahí va la ambulancia. - indicó el camino con el mentón al identificar al otro vehículo.
- Sí, la veo.
Q. sabía que cuando H. estaba mal o se concentraba en cosas, no debía molestarlo o cargarlo con preguntas. Sabía también que al final de todo, H. terminaba contándole. Movía el vaso, como si fuese una pelota de baseball con una mano, el otro brazo apoyado en el marco de la ventana.
P. se encontraba inconsciente en la ambulancia y un respirador artificial ayudaba a expulsar la cantidad de humo consumida durante el incendio. B. con un nebulizador también en su boca apretaba su mano derecha moribunda. Aún lloraba y se maldecía a sí mismo por haberla dejado hacer tal misión. Hoyos en el pavimento hacían saltar los implementos que rodeaban a B., P. y los paramédicos encargados de reanimarla. Faltaban ya pocas cuadras para llegar al Hospital y B. sabía que necesitaría refuerzos para mantenerla vigilada durante su recuperación. H y Q. venían ya a la par de la ambulancia por la calle principal. Dos balizas iluminaban las murallas del centro haciéndose paso a gran velocidad.
- Bájenla con cuidado - dijo el doctor que los recibió en la puerta del hospital, el tipo había sido informado de la emergencia y que en un carro de bomberos venía otra persona con características similares de inconsciencia. - Tiene pulso, estará bien B., no te preocupes.
- Gracias K.
K. fue compañero de escuela de B. y H. Un caballero con algo más de años a pesar de tener la misma edad que ellos. Pelado y bigotes con barba en forma de candado canoso, voz ronca pero siempre alegre. El mejor médico de la ciudad... Se podía confiar en él. Salió del área médica del instituto policial y a veces se hace cargo de los antecedentes forenses del departamento. K. era el tipo con quien H. tenía que hablar.
Pasaron unas horas fuera del hospital, fumando en silencio y tratando de hilar cosas que desencajaban con "los viejos". Algo estaba sucediendo "arriba" y si no se preparaban mejor, el golpe sería más duro del que recibieron ese día.
- 9 pm, ¿entremos? - dijo Q. una vez acabado su café de máquina dispensadora.
- Está bien, ¿qué piso era B.? - preguntó H. tirando su séptimo cigarrillo al suelo
- El cuarto, ahí K. iba a esperarnos para decirnos cómo va todo.
Entraron juntos. B. presionó el botón del ascensor y nadie dijo nada al llegar al cuarto piso. Salieron a un pasillo largo y algo oscuro. La luz titilaba en esos focos fluorescentes sueltos del techo, algo que a H. le desagradaba de sobremanera. Se encogió de hombros y siguió su camino hacia la recepción de pabellones. Ahí estaba K. esperándolos, miraba por sobre sus anteojos de medio lente haciéndoles señales de que todo estaba bien y tranquilo.
- Nada de qué preocuparse señores, P. se encuentra en la sala 3, descansando. Por situaciones obvias sólo dejaré entrar a uno de ustedes a verla para confirmar su recuperación. - K. miró a H. haciéndole una reverencia que indicaba "tú, acompáñame".
- Ve tú, B. - dijo Q. mientras miraba a H. alejándose de ellos junto con K.
- Gracias.
H. con sus manos en los bolsillos caminaba dándoles la espalda a sus compañeros en dirección a la oficina de K.
- H., sabes que se encontraron huellas tuyas y testigos enviaron fotografías de tu persona junto con X. y Z., supongo que ya viste los informes y necesito que me des explicaciones o me resumas que diablos pretendías involucrándote con ellas. - K. fue duro por primera vez al hablar con H.
- K., sé que te será difícil creerlo pero esas fotos, el ochenta por ciento son falsas. Yo mismo corroboré la información y enviamos las falsas a investigación, porque sé que eran de muy buena calidad dentro de su falsedad. Pero también debo decirte que habían fotos originales. X. sabía que la seguían, me llamo esa noche para dármelas de guarda espalda mientras ella compraba el objeto robado en el asesinato. - dijo H. algo nervioso. - No tengo idea de qué diantres había dentro de ese bolso, pero algo me dice que contenía información valiosa de "los viejos" o alguna cosa que los haría bajar un poco dentro de su anonimato. Estuve pensando en eso estos últimos días y puedo decir que en mi mente hay algo que no recuerdo y que justamente X. me dijo antes de retirarme a casa. Cosa que tampoco hice ya que al salir de su departamento me fui al café y me encontré con su hermana. Lo demás lo sabes, estabas ahí.
- Sí, entiendo. También supuse que las cosas habían sido como me las acabas de narrar, jamás confié en las fotografías. Ahora tendré que esperar el examen que mandaste a hacer para cambiar la versión del informe. No te preocupes, te tenemos como uno de los nuestros, y sabemos que "los viejos" te quieren bajar, al igual que a Q. y B. - K. al igual que H. daba palmadas tranquilizadoras en las espaldas de sus compañeros. Una de esas acababa de recaer en H. - A todo esto, H., ¿no tuvieron mayor problema al encontrar a P.?
La pregunta descolocó a H. K. sabía el trasfondo de la historia. Y sabía que H. estaba algo preocupado por P. De hecho más que preocupado.
- Eh, no, K., ninguno.
- Ya hombre, relájate. Se recuperará. Supongo que se quedarán esta noche acá en vigilia.
- Sí. - H. asintió con cabeza y palabra.
- En el armario de mi oficina hay frasadas, tendrán que dormir en el sofá de la consulta y repartirse los asientos sobrantes.
- Ok, ok, de eso no te preocupes. Tenemos también el auto allá abajo.
- Bueno. Yo haré el último checkeo a P., y los dejo para seguir con lo mío.
- Gracias, K.
- ¡Hey!, ¿hace cuánto que dices gracias? - K. liberó la tensión de H. haciéndole esa pregunta tan sarcástica para el humor de su amigo.
H. sólo atinó a arreglarse su sombrero mientras se despedía de K. con una seña. B. salía de la sala donde estaba P. y les decía que se veía bien. Todo estaba tranquilo. El día terminaba pero la vigilia recién comenzaba. |