Después de 5 meses, 26 días, y, aproximadamente 3 océanos de lágrimas, vuelvo a este bar. Y si vuelvo es para contarte cómo se ven los hechos de este lado del río. Porque ¿sabes? Frente a cualquier situación que se dé entre dos, inevitablemente van a existír dos orillas, dos lados de un mismo río. Atendé a mi relato. Me gustaría que realmente pudieses comprender el modo en que yo viví los mismos acontecimientos que a ambos nos han concernido. Intentá trasmigrar a mi piel, ponerte en mi carne por estos minutos.
Lanzo mi versión, los sucesos oralmente narrados.
Bien. Después de aquella ultima vez que hicimos el amor, y como tantas otras veces, sentí asco al tenerte dentro (se que nunca lo dije, y tomo cargo de mi parte de culpabilidad), he regresado a mi casa con la vista empañada -es, a veces, difícil lidiar entre el deseo y la razón-. Pienso que si nos hubiésemos llevado bien en la intimidad, muchísimas cosas podrían haber sido diferentes. Pero ese no es el punto. La cuestión es que regresé, y a la brevedad, como sabes, él me ha llamado.
Como también sabes, desde la primera vez que lo vi, supe que acababa de encontrar el objeto inalcanzable de mi búsqueda. En sus pupilas pude hallar la eternidad perdida en búsqueda de un abrazo, un infinito sendero de copas de árboles que me invitaban a dormir bajo su resguardo.
Y así fue como la historia comenzó a sucederse de acontecimientos paralelos.
Vos, siempre manteniéndome al borde del amor, y por otro lado del sufrimiento. Ese amor que tantas veces supo confundirse con lástima. Aún pude engañarte cuando mis lágrimas eran de pena, y bien quisiste confundirlas con ternura. La culpa fue también mía, no quise lastimarte.
Él, con un universo nuevo desenvolviéndose ante mi cada día, con la luna entre las pupilas, cuentos de enamorados, gallos de veleta, sueños romanos, un niño que escribía en un alfabeto raro sobre un rasgón de camisa blanca, ¿Cómo evitar que aquel sentimiento creciera? El café de cada viernes, el rato de cada mañana, el ingreso de su vida en la mía, con un pitido y una vibración, como un tren que abandona el anden, que me llevaba a un lejano horizonte sin abandonar la realidad. La aparición sorpresiva, la música que me regaló, cada acorde cotidiano con que constituyó una canción. Su figura en mis sueños, mi deseo, mi ambición, mi vigilia. El anhelo del labio prohibido, el beso que todavía no había recibido, y que tiempo después, desesperado casi se vuelca fuera de su sitio.
Pero estabas vos. Vos con toda la lástima que siempre me diste, y lo mucho que me torturo cada día por haber decidido ser feliz, y dejarte a la deriva. Vos con tu tristeza, tu agonía, tu oscuridad, el silencio de tu casa, tu frío invernal, tu muerte cotidiana.
Y siempre estaba él parado en la puerta, con una sonrisa renovadora, con una sonrisa que me devolvía las ganas, me hacia sonreir, hasta desarmarme en carcajadas... y me juntaba entre sus brazos, acariciándome suavecito, velando cada una de mis partes con sus verdes ojos fascinados.
¿Cómo negarme a su mirada? En mi lugar hubieses hecho lo mismo que yo, lo apuesto.
No me juzgues por haber intentado ser feliz, no interfieras en mis decisiones. Yo nunca imaginé un futuro a tu lado. Siempre hablabas de casas, jardines, piletas, autos, familias, hijos... y yo asentía ajena para no lastimarte. Imaginaba, ¿sabes? Imaginaba que aquello que estaba escuchando era una de esas novelas que a mi me gusta leer por las noches, y de ningún modo yo era la protagonista, ni mucho menos vos la persona de mis sueños, el hombre de mi vida. Y así pude tolerarlo. Vos planeabas un futuro conmigo, pero en el mío, no había rastro alguno de existencia, sino en más que lejanos recuerdos.
Hasta que llegó el día en que tuve que optar por la compañía de un hombre que me hiciera feliz, uno que me acompañara, me entendiera, me escuchara, me quisiera, me deseara, no esperara de mi más de lo que yo estaba dispuesta a darle, y lograra que yo le diera todo lo que necesitara.
Y lo elegí a él, sabiendo que te partiría el alma. Dolió, ¿sabes? dolió muchísimo verte destrozado en cientos de pedazos al parecer imposibles de soldar.
Después tu vieja intentó amenazarme porque te vio mal, y también me enteré que pensaste exiliarte, te emborrachaste, te drogaste e intentaste suicidarte, entre tantas aberraciones no menos importantes. Pero ¿qué más podía yo hacer por vos? Si lo único que te hubiese curado y te curaría es mi compañía... y vos curado, volverías a ser ese mismo sujeto apagado y triste de siempre.
No me juzgues por haber querido, y logrado ser feliz.
Pues ahora encontré el equilibrio. Disfruto de mi vida, no siento asco al tener sexo, descubrí el placer, valoro las caricias, las palabras bonitas. Creo que la vida es una lucha cotidiana que debe pelearse hasta las últimas consecuencias. Sueño con un futuro, y aprendí a callarlo, por temor a que mis sueños no encajen con los suyos. Utilizo el sentido de la ubicación, no me avergüenzan mis deseos. No cuento los días, no hago regalos de aniversario, sino que sorprendo en el momento en que así lo sienta, no aparento tener sentimientos ilocalizables en mi. Nadie me obliga a esforzarme, pues lo hago cuando quiero. He aprendido a manejar y respetar mis tiempos, no desvivir.
He aprendido, también, el verdadero significado del equilibro, y su paralelo con la felicidad....
Y ¿sabes? En mi equilibrio no te encontrás, ni creo algún día encontrarte allí.
Sé que el tiempo no te enseñó a controlar tu propia vida. Sé que la controla un grupo de profesionales con medicina en elevada dosis.
¿Pero qué más querías que hiciera por vos?
Tantas veces sospeché que estabas enfermo, tantas veces te lo dije, tantas veces te desentendiste del asunto... tuve que dejarte y ser feliz, para que te descubrieras que tu vida no tenía sentido.
Ojalá cuando disminuyan tu dosis, hasta erradicarla de tu vida, logres empezar desde un nuevo principio, y ningún rastro del pasado perjudique tu camino. Lo deseo sinceramente, porque dentro de mi equilibrio, es el pasado, el único factor que logra desequilibrarme.
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