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Estimada Rosario: Hacía mucho tiempo que no sabíamos nada de ti. Hace unos días hablé con tu madre. Me dijo como padecías en este momento tan duro, tan malo, tan inesperado.
Recuerdo que, un lejano día, me confesaste que sufrías. Que padecías una soledad indescriptible, desconocida, aquella soledad que envuelve a la adolescente, una rara insatisfacción que todos hemos soportado en alguna ocasión y que tú, la traducías en esta corta frase: “yo soy el patito feo”.
Más tarde, mucho más tarde, no conseguiste gozar del amor. Te traicionaron y solamente conseguiste un acercamiento a un frío padecimiento. Ya sabes estimada, que hoy, del sexo, se dice hacer el amor. Todos los que te queremos o te venimos queriendo de verdad, conocemos y sabemos la diferencia. La verdad no es todo lo que nos produce placer, cualquier placer. La verdad no va unida a todo aquello que es bueno o bien nos parece bueno. El amor si es de verdad, no se convertirá en sexo y este, aunque forme parte de la existencia, nunca será amor.
Rosario estimada, quiero decirte una cosa que nunca he dicho a nadie. ¿Sabes por qué creo en Dios? En principio porque dudo de mi capacidad para imaginármelo ante las decisiones del homo sapiens sapiens, un hombre que, por ponerse derecho, ha conseguido que todo ser humano, termine padeciendo de dolor de espalda. Es cierto que, cuando tomó esa decisión, nada más era el homo pre-erectus.
La segunda razón, muy a pesar de no considerarme inteligente, me parecía del todo imposible, pues si Dios es justo, no puedo imaginarme que deje de intervenir con un golpe de gorra, cuando alguna cosa no la hacemos bien. Nos ha dado la libertad. Por este motivo creo, de acuerdo con el sentido de la exégesis (interpretación de la Biblia) el mismo Dios, de acuerdo con su compromiso de “potencia ordinata”, no puede hacer que un triángulo sea un cuadrado al mismo tiempo. Es su compromiso eterno; es su verdad.
Aquel primer imposible se ha convertido en inimaginable. No obstante, si he de admitir que la injusticia existe, con más razón, he de admitir que es evidente y meridiano al propio tiempo, ha de existir la justicia. La única justicia, la divina justicia; ahora si que creo del todo.
En tercer lugar, la pureza del alma, a pesar del homo sapiens de hoy mismo, la llevamos dentro del corazón; solamente necesitamos escuchar a nuestro prójimo, dar tan solo un beso, y todavía, algo tan sencillo como enjugar una lágrima. Y si alguno, piensa que escribo en diagonal, personalmente creo que El, también lo hace. ¡Cuántas veces hemos dado con una realidad que nos parecía mentira y viceversa!
Esta carta, estimada, Rosario, nada más tiene la intención de ayudarte, para que no pierdas la fé, para que sigas siendo fuerte, que no has dejado de serlo, y lo sabemos. No es la belleza exterior, que también la tienes, la belleza interior es la que cuenta, una belleza que no la has perdido. Para todos nosotros, tú, siempre has sido “un cisne blanco”. Te garantizo que para siempre.
Para siempre, aquel Dios mío, que creía imposible, que te estima, también te hará llegar el amor inmaculado de la justicia de su divinidad.
Esto te desea toda mi familia patito bello; te seguimos queriendo. No lo olvides

Tu amigo Robert Bores Luis

Texto agregado el 09-11-2008, y leído por 88 visitantes. (0 votos)


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