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La caída de las primeras hojas, hacía presagiar un otoño que este año venía adelantado. Por las calles frías de Robben, sólo caminaban errantes las últimas almas que quedaban a esas horas, ya de retirada, huyendo de la noche, buscando el camino de vuelta a casa.

Al final de un pequeño callejón, la luz de un candil que se vislumbraba tras una puerta, daba la bienvenida al Café de Nicanor, que se levantaba entre las ramas de los árboles, alguno ya marchito, que proyectaban su sombra sobre él.
Una puerta de madera chirriaba quejumbrosa cada vez que algún transeúnte despistado la abría para acceder a su interior. Tras haber echado una rápida mirada a la placa que en ella descansaba, avisando a sus nuevos huéspedes:

"No olvides dejar el alma fuera".
El misterio que envolvía al café no descansaba, tanto en su ambiente como en sus gentes, pues pocos eran los que se atrevían a traspasar sus puertas, ávida cuenta que en aquel lugar sólo acudían las almas inquietas y errantes. Almas vagabundas, que buscaban un lugar en el mundo. Que traspasaban la ventana hacia la fantasía a través de esas voces que se alzaban para recitar sus propias obras o retazos de otras, ya olvidadas. Bajo una luz tenue, se mantenían conversaciones que en cualquier otro lugar habrían pecado de ingratitud, allí todos sentían la tentación de volver a ser libres, de dejar volar su alma, más allá de cualquier rienda humana.

Era un lugar angosto y frío. La humedad calaba entre sus visitantes en invierno, que no soltaban el abrigo tras su entrada.Sobre el viejo suelo, descansaban algunas mesas repartidas y una vieja barra al final de la estancia, donde Lucky servía casi en exclusiva alguna bebida que reviviera a sus moradores.
Esta noche era especialmente fría, Julia caminaba por el callejón para llegar al café de Nicanor, que ya conocía, que ya frecuentaba. Una ligera sonrisa, como siempre que se encontraba con aquella placa, y empujar la puerta con fuerza, mientras apartaba con el pie algunas hojas que se arremolinaban allí, para poder acceder a la estancia.

Lucky la miró desde la barra y le lanzó un gesto de saludo, al que Julia respondió cortésmente. El local estaba vacío, apenas había un grupo sentado en una mesa al fondo, apurando su última copa. Sentada al final absorta en su nuevo trabajo estaba clara, se inclinaba sobre su libreta, lápiz en mano, emborronando palabras sin sentido en una hoja, un tachón tras otro volvía a invocar a su musa que la había abandonado esa noche.
Otro trago de absenta.Recolocar su boina calada, y volver a escribir el comienzo de una frase que acababa tachando.

Sus largos cabellos le resbalaban por la espalda, sobre su serio rostro resbalaba una lágrima. Y volvía a comenzar la carta que cada noche se escribía a sí misma, que nunca terminaba, que nunca empezaba.
Esa noche, Julia, había decidido, desde que salió de casa, apartarse del bullicio de las calles y refugiarse en su pequeño rincón. Era un mujer esbelta, de 30 y pocos. Sus cabellos algo lacios, caían desordenados por su piel dorada, aunque algo marchita... La edad había echo mella en su rostro y en sus formas. Caminó con paso decidido y ocupó un asiento cercano a la barra.

-Ponme algo fuerte Lucky - sentenció la dama - Esta noche necesito visitar al diablo, quizás él me de la inspiración que necesito.
-La inspiración se ha fugado con la desidia - escuchó Julia a su espalda- Ya solo quedan las lágrimas, una para cada noche.

-Entonces - respondió Julia mientras se giraba - brindemos.
-Todo brindis merece un motivo - respondió la chica que antes había hablado - ¿cual es el nuestro?

-Brindemos por ellas - contestó Julia - Por que han pasado a mejor vida.
-Brindemos entonces por el comienzo del fin de las lágrimas - contestó Clara mientras ambas alzaban su vaso y daban un buen trago - Me llaman Clara.

-Mi nombre es Julia - contestó su compañera de brindis - Quizás me tacharás de poco observadora, pero no recuerdo haberte visto nunca por aquí.
-Vengo cada noche, a visitar al diablo, pero siempre me mantengo oculta entre las sombras, mientras disfruto de las palabras de otros, busco las mías propias, y me deleito con un vaso cargado de absenta. Oí que lo invocabas y pasé de ser dueña de mi silencio a esclava de tus palabras.

-Entonces deberás disculparme, porque no recuerdo tu cara. Quizás sea porque normalmente la bebida ha echo ya mella en mi cuerpo a estas horas de la noche. Te he observado a la entrada, parecías muy absorta en esas líneas, la indico señalando el su libreta
- Solo son heridas - respondió Clara señalando la libreta - No dicen nada importante. No dicen nada.

Julia ocultó su cara tras el vaso, soltando una pequeña risa, parece que tenemos más en común de lo que pensaba después de todo...
-¿También escribes tus heridas?

-Ultimamente lo más a lo que he aspirado es a divagar... no estoy en mi mejor momento
Charlaron largo y tendido durante horas. El local se vació. Mientras Lucky recogía los últimos vasos amontonados en alguna mesa, las jóvenes despertaron de su ensoñación.

-Creo que deberíamos marcharnos - dijo Julia - se está haciendo tarde...
-O pronto, según se mire - comentó Clara con una sonrisa.

Las jóvenes salieron a la calle... En el cielo los primeros rayos de luz iluminaban la calle. El sol cegaba sus ojos acostumbrados a la luz nocturna. Las calles estaban desiertas, demasiado tarde para acostarse, demasiado pronto para salir de la cama. Pero ellas nunca habían entendido de horarios, simplemente se aventuraban a disfrutar del final de una noche, que había sido mágica.
Se despidieron con un cordial beso, y prometieron reunirse en el café cerca de las 00:00 ese mismo día... en sus mentes navegaba una idea que pronto cobraría vida...


Clara se encaminó con paso decidido a su casa, situada en el centro de la ciudad, a pocas calles del café. Vivía en un edificio viejo y destartalado con un patio interior. Al entrar vio las cortinas de Matilda, la portera, descorrerse, definitivamente había amanecido.
Una vez allí, entró en su apartamento, donde siempre se escondía cuando llegaba, a solas con sus pensamientos, a solas con su libreta que caía en algún rincón,y su lápiz que se enredaba en su pelo formando un improvisado moño. A solas, en su sofá, pensaba en Bartleby, que aún seguía llamando a su puerta en ocasiones aisladas, aún cuando todo ya había terminado.

Como cada madrugada se contemplaba en el cuadro que él le había pintado hace ya tantos años, desnuda, sobre ese mismo sofá, aquella tarde de lluvia, hasta que el sueño la vencía y caía en un pequeño sopor.
Bartleby apareció en su vida de la nada, la misma noche en la que había conocido el Café de Nicanor, su actual refugio, donde acudía cada noche a sentarse en su mesa, a emborronar su libreta, sin prestar atención a los que posaban la vista en ella. Esa noche había discutido con sus padres, había salido dando un portazo y se prometió no volver.

Deambuló por la ciudad, desorientada, perdida, triste, por calles que "una dama" no debería estar pisando, pero estaba harta de prohibiciones, quería volverse loca, quería atentar contra las normas estipuladas.
Y así fue como llegó a aquel lugar que le indicaba que dejara el alma fuera. Se le escapó una sonrisa, y pensó: mi alma ya se ha ido, no hay ningún problema y bajó las escaleras.

Cuando entró en aquel lugar, había humo por todos lados, hielos que chocaban, Lucky estaba detrás de la barra, sirviendo copas, y justo enfrente de ella, mirándola con ojos curiosos, estaba él, Bartleby, ofreciéndole un cigarro. Nunca había fumado, pero esa noche iba a romper todas las normas, así que los 7 minutos menos de vida fueron aceptados con una cálida sonrisa.
Despertó sobresaltada poco antes de la medianoche, y se dirigió hacia su cita diaria con el café de Nicanor, a su cita de hoy con Julia.


El camino de Julia era más largo. Había decidido evitar el bullicio del transporte público y caminar hasta casa. Vivía un poco apartada, cerca del extra radio, en una casa baja donde tenía subarrendada una habitación. Tras caminar cerca de media hora por fin llegó. El frío había hecho mella en sus manos y pies y nada más entrar a su pequeño habitáculo encendió el hornillo, para prepararse una taza de café.
Se acomodó en una silla hasta que pudo entrar en calor y se puso a pensar en Clara...

-Extraño personaje esa Clara pensó, aunque demasiado familiar por otro lado. Hizo memoria y casi pudo dibujarla mentalmente. Abrigo largo y algo roído, dejaban entrever una escultural figura. Sus facciones pálidas y sus ojos claros es lo que más destacaba de su aspecto. No recordaba haberla visto antes por el café, aunque eran tantas y tantas las variopintas figuras que ahí anidaban que no era raro.
Fue en el café hace unos años donde conoció a Jean Pol. Aspirante a escritor y vividor de tres al cuarto pensó, y contempló una foto en la que dos figuras posaban abrazadas. Jamás debí haberte conocido gritó, y las lágrimas empezaron a invadir su rostro hasta que se durmió.

Ese día soñó con él, con su cálido abrazo, que tantas noches la acompañó, con sus besos, con sus ojos...
Despertó sobresaltada por un ruido en la escalera, cuando miró el reloj, eran cerca de las 7 de la tarde- Haría unas compras y luego se reuniría con Clara, pero antes necesitaba una ducha caliente.

De nuevo, mientras se vestía, la imagen de Jean Pol volvió a la cabeza. Le conoció, como a tantos otros en el café Nicanor. Él moderaba un pequeño grupo de escritores que se reunían todas las noches. Cuando le vio por primera vez, notó un vuelco en el corazón. Por aquellas época era raro que mujeres visitasen aquel lugar, así que nada más entrar fue presa de todas las miradas. En aquel entonces contaba cerca de 25 años y su figura y su rostro eran casi angelicales, la vida y los años la irían tornando en lo que era ahora.

Tras realizar algunas compras llegó al café, era bastante temprano todavía, para que su compañera apareciese. Se sentó en una mesa y charló animadamente con algunos compañeros de fatigas. Pero sus ojos no se apartaban de la puerta, la buscaba, la necesitaba, quería ver a Clara.

Ella apareció poco más tarde, con el pelo suelto, su libreta, su lápiz, y su abrigo roído, sin maquillaje, Clara nunca usaba maquillaje. Entró el el café y Lucki le sirvió su primer vaso de absenta mientras saludaba a Julia desde la barra con un gesto de cabeza.
Julia se despidió de sus amigos y abandonó la mesa. Se sentó al lado de Clara en la barra, y tras saludarla pidió a Lucky el que sería su tercer vaso de absenta.
- Has venido - dijo alegremente.

-Acaso lo dudabas, rió Julia. Nunca falto a mis promesas...
-No lo dudaba, pero la vida me ha enseñado a no esperar demasiado de la gente que conozco en este bar - contestó clara recordando a Bartleby-

-Denoto por tus palabras, que tu también cargas en tu espalda una historia ¿turbia? o me equivoco... Sentemonos en esa mesa, estoy deseosa de escucharte.
Tomaron los vasos de absenta, y se retiraron a una mesa más apartada. Era hora punta, y el café estaba en pleno apogeo de gente.

Una vez en la mesa, Clara, mientras miraba su vaso, comentó:
- Se llama Bartleby, un pintor, un vividor que me enseñó a vivir y a desear la muerte en menos de una semana. Le entregué mi alma a la salida del bar. Desde entonces comprendo la advertencia del cartel - y en ese momento, incluso sus ojos guardaron silencio, recordando aquel primer cigarrillo a su lado - ¿fumas? me preguntó - continuó diciendo Clara - en ese momento comencé - y paró para encenderse un cigarrillo y dar un trago a su vaso.

Julia la miró pensativa y no pudo menos que esbozar una sonrisa.
-Yo la vendí hace mucho tiempo. Se llamaba Jean Pol y frecuentaba el café hace años
-¿la vendiste?¿que te otorgaron por ella?
-La destrucción supongo... dijo acabándose la copa.
-Creo...que...no fue un buen trato - dijo Clara con ojos tristes
-¿Acaso alguien recibe algo por semejante acto de egoísmo?
-Avisan a la entrada, aquí tienes que venir sin alma, pues pueden comprartela o robártela...
-En mi caso me la robaron, y pague un alto precio, creo que aún sigo pagándolo.

Las dos jóvenes se miraron y por un instante es como si estuvieran contemplándose en un espejo. La misma historia, el mismo bar, distintos hombres, ambos dueños de un alma que no es la propia. Obra del destino había sido que se encontraran allí la anterior noche. El destino tenía un propósito, ¿pero cual?
-Creo que acerté contigo - dijo Julia - me recuerdas tanto a mi.
-Y tu me recuerdas a mí - contestó Clara - Tu historia se parece demasiado a mi vida.
-Te daré un consejo, no podrás huir nunca de él, querida niña, lo supe desde que te oí hablar con Luckie, lo supe desde el mismo momento que mentaste al diablo la noche pasada.
-El solo viene en sueños, solo regresa cuando estoy apunto de olvidarlo, hay veces que los sueños se hacen realidad, hay ocasiones en las que las realidades se hacen sueños. Vivo a caballo entre ambos, mezclando el presente con el pasado.

-Permiteme que me ría, tu historia fue un camino de rosas comparada con la mía...
-Pero las rosas tienen espinas...y todas pinchan.
-Si pero hay heridas que tardan en cicatrizar...
-...Y otras que no cicatrizan nunca.
Las jóvenes miraron absortas los vasos, medio vacíos...
-Brindemos por ellos - dijo Julia.
-Por aquellos que robaron nuestras almas - rió Clara.
-Aunque trae mala suerte brindar con un vaso vacío - apuntó Julia. Y no sabía cuanta razón tenía...

De pronto la oscuridad volvió a cernirse sobre el ambiente, y como si de un espíritu se tratase apareció él... La joven dejó caer el vaso sobre el suelo, provocando un gran estruendo. No podría creer lo que estaba viendo, después de tanto tiempo sus fantasmas habían regresado. Salió corriendo sin mirar atrás, chocandose con él a la entrada, ni siquiera fue capaz de mirarle a los ojos...
Julia corrió tras ella enjuagandose los ojos, y consiguió detenerla unas calles más adelante...
-Era él ¿no?
Clara la miró entre lágrimas, y en aquella misma esquina, mientras la lluvia comenzaba a caer, sellaron su pacto, juraron venganza.

La venganza se sirve en un plato frío, pero esta vez el rencor y el odio habían fraguado durante tantos años en sus corazones, que la venganza sería servida en un primer plato, recién sacado del horno.
En sus ojos se reflejaba la sabiduría que el odio te otorga, brillaban en la noche cual mirada felina de un gato herido. Volverían allí de nuevo y llevarían a cabo su plan.

Tras despedirse se encaminaron a su casa. Esta tarde quedarían en el centro, para poder ultimar los detalles.
Por una vez abandonarían el café, para dejar volar su fantasía por otros ambientes.

La noche fue fría y lluviosa, parecía como si el cielo estuviera llorando para hacer compañía a las jóvenes, para no dejarlas solas.
Las horas pasaron, y Clara no conseguía dormir, por su mejilla caía una lágrima incesante, que había dejado su marca sobre la amarillenta almohada. Su cabeza seguía en el café, contemplando el rostro de Bartleby, su ojos, sus manos, su cuerpo. Probablemente seguiría aún allí, bebiéndose los últimos sorbos de noche que quedaban.
Intentó sin éxito evadirse y desdibujar su rostro, pero cualquier intento fue inútil, había regresado para atormentarla. Su rostro volvía a perseguirla una vez más.

Cerca de las 3:00 consiguió dormir, derrotada por los nervios y el cansancio. Pero incluso en sus sueños, volvió para turbarla. Sonó con él y con ese primer encuentro que tuvieron en su apartamento. Clara se estremecía entre las sabanas, mientras imaginaba aquella noche de pasión, mientras el la recorría con sus gastadas manos, mientras la besaba y sus cuerpos sudorosos se fundían en un cálido abrazo.
Se despertó sobresaltada y miró por la ventana, debía estar amaneciendo, porque los primeros rayos de luz podía vislumbrase entre los edificios. Decidió dormir un rato más, o por lo menos intentarlo.
Julia había llegado a su apartamento y descansaba en su diván. Recordaba la cara de Clara en su encuentro con Bartleby, aquel pintor que la había condenado a mil noches de insomnio en el café de Nicanor. Aquellos recuerdos que la atormentaban haciéndole ocultarse en su céntrico y destartalado apartamento cuando el sol anunciaba siquiera su presencia. No podía olvidar como se habían desatado sus lágrimas. El corazón de Julia en un puño, al recordar su propia historia. La noche se hizo eterna, entre suspiros y sollozos, falsos retazos de historia, dibujos en su memoria. La música sonaba en sus oídos, la misma noche, la misma historia, las mismas lágrimas, el mismo bar. Los recuerdos se apelmazaban y apenas podía ordenarlos. Fueron 3 largos años hasta que una noche no apareció por el café.

Julia le esperó durante horas, hasta que el sol volvió a salir, y la última gota de absenta de la noche quemó su garganta, pero él no pareció. Fue a buscarle a su apartamento, pero lo encontró vacío, sobre el hornillo todavía descansaba la última foto que se hicieron, y que desde aquel día había conservado. Y no volvió a aparecer, convivió con su recuerdo durante meses, y cada noche regresaba al café intentando encontrarle.
Esa noche no consiguió conciliar el sueño, mas fue la primera vez en la que no lo miró a los ojos antes de irse a la cama, la primera vez que no lo maldijo en voz alta mientras sostenía en las manos su foto, la última vez que el silencio se convirtió en su cómplice.

Cerca de las 12:00 Clara se levantó, sus ojos hinchados denotaban que había estado llorando en sueños. Se dirigió al baño donde se enjuagó la cara y se metió bajo la ducha, mientras el chorro caliente la cubría, no pudo sino lanzar al aire un suspiro, que retumbó por toda la estancia.
Julia fue algo más madrugadora. Se levantó y se sirvió una taza de café, para aliviar en algo la resaca y tras ducharse y vestirse se dirigió hacia el centro. Salió despacio de su apartamento, cerró con cuidado la puerta, y echó las llaves. Esa mañana cogío una autobus de línea, sus gestiones no podían esperar.

Clara se pasó el día meditabumda en el sofá, ni siquiera logró comer algo sólido. El estómago y la cabeza la daban vueltas, como si de un macabro tiovivo se tratase. Logró recobrar las fuerzas bien entrada la tarde, había quedado con Julia, y esa cita no podía esperar.
Se encontró con Julia a los pies de un árbol, detrás de la catedral, donde habían acordado la noche anterior, a la luz del día todo se veía distinto, hacía tiempo que no contemplaba la ciudad bajo aquel punto de vista. Hacía tiempo que su mirada no brillaba de aquella manera, aunque aquel brillo no se debiera a los motivos habituales...

Ellas sabían que Bartleby estaría allí esa noche, una vez que aparecía por el café de Nicanor, repetía varias noches, pero era difícil separarle, siempre fue su refugio.
Acordaron reunirse esa misma noche en el café, bien entrada la madrugada, cuando sólo quedaran unas pocas almas cándidas todavía despiertas.
La espera fue ardua, parecía como si el tiempo retrocediese horrorizado de que aquel momento llegase. Pero poco a poco la noche fue cayendo y la oscuridad se hizo cómplice de las dos jovenes.

Se encontraron el la puerta del café, y ocultas entre las sombras conversaron.
-Ha llegado el momento, dijo Julia tendiendo a Clara un viejo pañuelo

-¿vamos? - Preguntó clara con una mirada cómplice
-Entra tú, y cobrate la deuda, le dijo Julia, entregándola cubierto con un paño lo que parecía ser un estilete

-Clara sostuvo el arma entres sus manos y la guardo bajo su camisa.
Penetró en el local, que parecía vacío, por un momento un sudor frío la recorrió el cuerpo al pensar, que tal vez no le encontraría allí. Pero enseguida le vislimbró en un rincón cerca de la barra.

Lucky la miró desde el fondo y se dispuso a coger un vaso para servirla su ración diaria de absenta.
Clara, le hizo un gesto con la mano, indicándole que esperase. Esa noche no pensaba quedarse, sólo debía saldar viejas deudas.

Se acercó sigilosa hasta que se halló cerca de la mesa de Bartleby, entonces, tomó asiento.
El hombre levantó su cara de la copa, y sonrió. Su mirada se cruzó con la de ella, que lo miraba, desafiante.
Se levantó de su asiento y se acercó a ella.

-Te esperaba -Comentó a Clara- Sabía que no tardarías en aparecer princesa.
-¿Esperabas que viniera?
-Sabía que vendrías.
-¿Como puedes estar tan seguro de ello?
-Tienes mi huella, tenías que buscarme
-He venido cada noche, desde que marchaste, si, quería encontrarte, y ahora que lo he hecho, será la última vez que aparezca por aquí. Las letras ya no tienen sentido, las palabras son incoherentes, y tu, ya puedes pasar al olvido.
Diciendo estas palabras, esbozó una sonrisa y desenvainó el estilete que, sin pudor ni misericodía fue hundiendo en el pecho de Bartleby.

- Por cada una de las noches que he pasado en vela, por cada momento que compartí contigo, por cada sueño que rompiste, por haberte conocido, yo...yo...te maldigo.
Un grito de dolor se ahogó en el silencio. Los ojos de Bartleby se fueron vaciando de vida. Fue en ese momento cuando Clara despertó del shock y soltó el arma. Ante ella se encontraba cubierto de sangre su gran amor... que emitía un gémido ya marchito. Se arrodilló hacia él y le cogió la mano.
De entre las sombras apareció Julia, y alzada sobre él, lo contemplaba. Recogió el estilete, cubierto de sangre y le lanzó una última mirada.

De la boca del joven salió un tímido
- ¡Juliaaaa!

Había sido desvelado su secreto, su máscara había caído al suelo por su propio peso...¡sólo quedaba su muerte!
Y ella, con una sonrisa en la boca, no pudo más sino repetir

-Adiós Jean Pol - mientras le clavaba la última puñalada en el corazón, aquella que acabaría con su vida
Y mientras él se retorcía de dolor, pagando por todos y cada uno de los corazones que había roto en su vida, recibiendo la desdicha que había inflingido, ambas lo miraban, juntas por primera vez, mientras las siguientes palabras salían de su garganta:

A TODOS A LOS QUE ALGUNA VEZ NOS HAN HECHO DAÑO
A AQUELLOS NOS HAN FALLADO UNA Y OTRA VEZ
A QUIENES NOS HAN MENTIDO
A LOS QUE HABLAN Y HABLAN SIN SABER

A LOS QUE NOS ENGAÑAN
A AQUELLOS QUE SE CREEN TODO LO QUE ESCUCHAN
A LOS QUE NOS HAN INSULTADO A NOSOTRAS O A LOS NUESTROS
A LOS QUE VAN DE AMIGOS Y NO LO SON

A LOS QUE TIENEN DOBLE PERSONALIDAD
Y A TODOS AQUELLOS CON LOS QUE HEMOS DISCUTIDO ESTOS AÑO
GRACIAS, MUCHAS GRACIAS A TODOS
PUES POR VOSOTROS SOMOS CADA DIA MAS FUERTES

Allí recostado todavía en su silla, yacía el cuerpo sin vida de Bartlevy, Jean Pol o como quiera que se llamase.
Julia giró un segundo la cabeza y miró a Lucky, quien había observado la escena desde la barra.
El hombre susurró

-iros - y siguió trabajando.
Y una lágrima, solo una, mientras se daban la vuelta y salían, por última vez, del Café de Nicanor.

Texto agregado el 09-11-2008, y leído por 122 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-11-2008 Vaya, vaya tenemos una interesante escritora aqui...Un abrazo, sigo poniendome al dia en lo tuyo gerardwalt
 
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