La tormenta había pasado rápido. Las últimas nubes huían, lejanas en el horizonte, y el atardecer se hacía rosado. El mar todavía rugía, pero el viento se había callado. Las gaviotas regresaban gritando, ansiosas de los restos olvidados por las olas.
El hombre caminó por la playa, respirando el aroma vivificante del mar, pero luego entró a la taberna.
Era la misma taberna donde se reuniera en el último cuento con sus personajes, y cuando se sentó a la mesa, el tabernero se acercó con la cerveza. Parecía estar viendo al jardinero y al pescador todavía, y saludó al escritor con un golpe de cabeza.
El hombre parecía sereno, y ciertamente melancólico. Como resignado, tomó su lapicera, se calzó sus anteojos, y se puso a escribir. Iba a escribir una carta a la mujer que había amado y que en la realidad debía convertir en amiga.
“Mi muy querida princesa” comenzó. “No”, se dijo a si mismo, “no la puedo seguir llamando princesa” “No”, se repitió, “tengo que ser concreto, y pensar la carta, para que exprese el sentimiento actual por ella” “Voy a hacer una lista de las cosas que quiero escribirle en la carta” “Un borrador”
Levantó sus ojos y miró como ensoñado el techo de la taberna. Luego escribió:
“Me gusta de vos:
- el encendido de tus sonrojos
- el por qué de tus sonrojos
- tu mirada pícara
- cuando me miras por encima de tus anteojos
- cuando miras de perfil
- tu risa de bebé (y le sonaba en los oídos su carcajadita alegre)
- tu sonrisa hechicera
- tu sonrisa de perfil, por encima de tus anteojos (y se estremecía hasta la última fibra de su cuerpo)
- tu alegría
- tus colores
- el perfume detrás de la oreja
- tu coquetería
Se sonrió, recordando su belleza. Y siguió escribiendo:
Admiro de vos:
- tu alegría
- tu sensatez
- tu firmeza suave
- tu dulzura
- tu forma de luchar la vida
- tu modo de ver la vida
- tu decisión de ser lo que sos
- tu sentido común
- tu simpatía
- tu intuición
- tu simpleza
- tu alegría de estar viva
- la felicidad que colorea todo lo que mirás.
Ahora sí, los ojos del escritor recorrían el techo de la taberna, pero miraban un mundo de sueños imposibles, mucho mas allá:
Soñé, y sueño, porque no soy dueño de mis sueños:
- caminar por una playa tomado de tu mano
- ver un atardecer juntos
- viajar en un avión sintiendo tu miedo
- abrazarte mirando un lago azul
- sentir tu respiración a mi lado, mirando las estrellas de una noche clara.
- tomar un café con medialunas quien sabe donde, una mañana luminosa.
Casi conmovido por sus sueños, por los recuerdos vívidos de su belleza, siguió escribiendo:
Me hubiera gustado:
- haberte conocido mucho antes, sin historia
- ser libre de amarte
- verte despertar a mi lado
- verte dormida a mi lado
- besarte profundamente
- poseerte
- suponer que iba a vivir siempre con vos.
El escritor se detuvo a releer lo escrito. Y releyendo vio la realidad, nuevamente. La misma realidad que le conducía a quererla como amigo, ya que era imposible otra circunstancia en sus vidas. El escritor estaba casado y amaba a su mujer, con la que compartía historia y proyectos. Historia y proyectos son la vida y eso no lo podía dañar. Como no podía dañar a su mujer ni a sus hijos. Solo le quedaba tomar a esa bella mujer que había aparecido para cambiar su vida, como amiga. Pero sufría. Y anotó:
- sufrí porque no soy libre
- sufrí porque no quiero dañarte
- sufrí porque mereces todo, y nada puedo darte
- sufrí porque extrañaba cada instante sin vos, como si fuera soledad
Y siguió anotando, luego de pensar brevemente:
Pero ya no sufro, porque:
- entendí mi realidad
- entendí tu realidad
- entendí nuestra realidad
- supe que no me querés como amante
- supe que me querés como hombre y amigo.
Cambió su rostro. De triste y melancólico, a sereno y casi alegre, mientras pensaba nuevamente en ella. No podría ser mas que amigo, pero así y todo podía disfrutarla. Tomó nuevamente el lápiz y anotó:
Disfruto:
- de estar junto a vos
- de conversar contigo
- de encontrarte por la calle
- de besarte la mejilla
- de sentir tu perfume
- de esperar el día en que te veré
- de verte caminar despacito
- de ver tus gestitos de enojada
- de escuchar tu voz diciendo mi nombre
- de leer los pensamientos que escribes
- de ser tu amigo íntimo y secreto
- de decirte cada tanto “te quiero”
Por supuesto, el escritor esperaba seguir viéndola, y disfrutándola, ahora como amiga, pero siempre como mujer. Pero ya no podría esperar respuestas.
Se quedó pensativo. El mar seguía rugiente. La cerveza se entibiaba, abandonada sobre la mesa. Escribió de nuevo:
Ahora solo puedo:
- besarte los labios con mis ojos
- rozarte con mi mirada
- acariciarte con mis palabras
- mimarte con flores y golosinas
- escribirte poemas
- cuidarte
- amarte en silencio
Y sabés cuanto me gustaría saber:
- que sos feliz
- que te ayudé a ser feliz
- que hice que algo sea mejor en vos
- que ayudé a que disfrutes de estar viva
- que alguna vez te hice llorar de emoción
- que sentiste cuanto te amé.
Ya el escritor se sentía emocionado. No era simple escribirle a alguien que se amó, convertida ahora en amiga. Y contarle cuanto y por qué se la amó. Ya tenía muchos motivos anotados en la lista, y sobre esta lista escribiría una carta. Pero le faltaba un final. Se le ocurrió algo que podía escribir:
No temas decirme:
- que no me amas
- que me amas
- que me hubieras amado
- que amas a alguien
- que no quieres que te ame
- que no podrías amarme nunca
No temas, escribía, ahora acelerado, No temas decir nada, porque nada ha de cambiar. Nuestras historias convierten nuestros mundos en distintos. Nuestros caminos, vos lo dijiste, son paralelos y no se juntan, pero caminamos juntos por ellos, hacia delante, separados por una pared inamovible.
Solo podemos vernos por las ventanas dibujadas en esa pared.
Por esa ventana veo la princesa que eras, y la estrella que sos ahora. Las estrellas son luz y esperanza en la noche, pero son inalcanzables.
Y por esa ventana asómate al sol que quiero ser. Quiero llenarte de luz y vida, y darte color y calor. Abrazarte sin tocarte. Abrigarte.
Déjame ser tu sol, y sigue siendo mi estrella.
Nada ha de cambiar. Juntos, seguiremos caminando separados. Como el sol, que sale de día, y las estrellas, de noche. Solo el amanecer y el atardecer los unen.
Y ya pasó el amanecer.
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