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Conversación.


A mi musa.


¿Podría contarte algo? Pregunto, ¿estás dispuesto a tomar como tuya cada una de mis palabras y envolverte en ellas y en la atmósfera que crearé para tí? Creo menester avisar esto y prevenir que si no estás ganoso de mis requisitos bien podrías abandonar al fin del próximo punto a mis amigas palabras y quedarte en vuestra miserable realidad…
Bien, si estamos aquí es por compartir, al menos, la intriga sobre lo que voy a contar. Seré lo más claro posible y ordenadamente presentaré algo que no espero que comprendan pero si que quede como un asunto a pensar en aquellos momentos en que lo único que nos queda es la paciencia.
Comenzaré oportunamente por el principio. Todo comenzó en una primavera fría, bajo un sauce que lloraba sus hojas en mí. El césped con el que compartía esas verdes lágrimas era fino, áspero y con aspecto soberbio. ¿Cómo podría ser soberbio? Es simple, se rehusaba a moverse con las oleadas de viento, lo opuesto al melancólico sauce, que en este ocaso todo parecía afectarle. Lo contemplé bastante tiempo, no lo describiré porque todos saben cómo es un sauce, pero si te diré qué encontré en este sauce que lo distingue de los demás. Este árbol no era un mero recorte del paisaje, no, definitivamente no, el paisaje era, de alguna manera, lo que él dejaba ver y espero sinceramente que siga siendo así en alguno de sus primogénitos.
Las circunstancias que me llevaron bajo el Verde llorón, porque así es como lo llamo, no te incumbe, pero bien podrías conjeturarlo a través de mis amigas, porque un amigo siempre sabe lo que en verdad nos pasa, cargá con esa idea a partir de ahora y reconsiderá tus círculos.
Pero si puedo decir que sea lo que fuere que me arrastró hasta aquel paraje hoy no cabe en lo que algunos llaman memoria como asi también podría ofrecer el recuerdo de algunos sentimientos al ver al Verde llorón. Creo haber experimentado alguna suerte de curiosidad al divisarlo, curiosidad que duró muy poco pero que su existencia me es innegable. La sorpresa de semejante contraste verde amarillento con la saetas naranjas y rojas del crepúsculo atravesando filosamente entre sus hojas y acabando en el césped soberbio a una larga distancia ya esta al alcance de tu imaginación. Suave brisa, algo fría, pero aun así me reconfortaba por algo que había calentado la savia en mis venas que no viene al relato pero si vale eliminar todo elemento amoroso para aquellas mentes que vuelan en absurdas nubes rosadas. Mi ánimo me empujó hasta aquel lugar donde nació lo que te voy a revelar.
¿Habías sentido alguna vez que los sentidos sobran? ¿Qué todo lo visto te aburre y que lo oído ya fue escuchado, que los sabores son insípidos y los olores apestan a aire virgen y nuevo? Sólo el tacto es anfitrión, él enseña la temperatura y lo que busca el viento. ¿Y si uno es atento? Las maravillas del ambiente se regalan al tacto. ¿Y si uno está en armonía? Gozarás del sentir de los objetos, y de la vida. Tocar la frialdad de una roca no es igual que la frialdad de un bravo río así como el calor del agua expuesta al sol no es el mismo del calor de una mujer expuesta al amor. Aquí las precisiones necesarias.
La imagen del sauce me impactó la primera vez, ya no las siguientes, pero me alcanzó para decidir sentarme en su base. Y fue allí, donde los hojas me lloraban, el verde amarillento con el cuerpo del sol muriendo sobre ellas daba la sensación de flamas húmedas. Esto me afectó más de lo que creía posible. Estúpidamente hice lo que fue el único causante de nuestro fin, que aún no se si es malo o bueno, y sospecho que no lo sabré. Pose mi mano lampiña sobre su tronco pálido y corteza suave.
Lo sentí, fue como nadar entre sus lágrimas y quemarme con sus miedos. Una oscura tristeza comía su interior y amenazaba con hacerme lo mismo por mi intromisión. Debía ser uno de aquellos miedos que se sufren en soledad, aquellos en los que una ayuda muta en un problema, aquellos en donde la confianza nunca es suficiente.
Tuve una decisión, que nunca sabré si es la correcta, pero al menos se que hice algo por aquella figura que el paisaje hacía honores. Fuego. Sequé sus lágrimas con el fuego. Era una antorcha alta y altiva. Voltee un segundo y sólo vi mi sombra insegura de dónde debía estar, pero en seguida me aburrió, volví mis ojos hacia el Verde llorón, el calor que irradiaba se sentía agradable. No, agradable no, sino no tan triste y allí me quedé hasta que el fuego calló.
Lamenté enormemente los sentimientos de aquel sauce que lloraba sobre tanta soberbia, que su única luz parecía quemarle y a quien lo que reconforta de una fría brisa de primavera sólo hacia surgir nuevos miedos y con ellos la melancolía del recuerdo. Aunque extrañe sus flamantes lágrimas sobre mis hombros al menos espero que el abono de sus cenizas renueve el césped.

Texto agregado el 09-11-2008, y leído por 108 visitantes. (0 votos)


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