El prosector
La Anatomía Moderna nace con Andrea Vesalio cuando publica su magnifica obra "De Corporis Humani Fabrica" en 1543.
Al realizarla solo cuenta con 28 años de edad y su texto se transforma en un verdadero monumento de la ciencia y del arte.
Vesalio se acercó como nadie a la realidad anatómica que conocemos en la actualidad.
En escasos lugares su información fue incompleta, salvo en el páncreas, cuya situación y aspecto externo eran ya conocidas. Pero su función como glándula secretora y conductos de excreción eran totalmente ignoradas.
Suelen decir que en el organismo humano hay como un "parque tecnológico" que regula el uso del combustible - la glucosa - para que el mismo pueda funcionar, se trata del páncreas.
Capitulo Uno (Il primo)
Los vientos del Adriático impregnados por una tenue llovizna mojan las cúpulas resplandecientes de las iglesias del cristianismo. Los capiteles palaciegos. Las figuras de mármol divinamente talladas y el Puente Rialto en la aristocrática Venecia. Luego indomables continúan su vuelo hasta los prados que rodean la antigua ciudad de Patavium, cuna del emperador Tito Livio y actual Padua.
Corre 1642, el Renacimiento estalla en una Italia dividida en múltiples repúblicas y pequeños principados, con cientos de ejércitos extranjeros afincados en su propio territorio. Disputándose sus pedazos como perros rabiosos ante un botín de guerra. Y se revuelca a sus anchas por toda Europa, dando comienzo la Edad Moderna.
Nadie lo sabrá hasta siglos después.
La noche celosamente oscura acompaña sus silencios, solo entrecortados por suspiros de asombro, bostezos o el ruido de sus tripas inquietas. Joannes Georgius Wirsung está en su salsa, diseca cadáveres.
La próxima primavera cumplirá quince insuperables años como disector en la Cátedra de Joan Vesling, no hay dudas entre los eruditos que es el más hábil de los discípulos del Maestro Juan Riolano y de Kaspar Hoffman (sus instructores en París), de ahí su nuevo cargo, capi di tutti li disectoris.
La oscuridad descansa helada y apacible sobre los enmarañados jardines que rodean los muros posteriores de la Universidad de los Artistas.
El anatomista trata de que su mano no haga sombra sobre el fino conducto que explora y sigue despegando con pequeños golpes de la panza afilada del escalpelo los bordes del “ductus”. Al retirar pacientemente los grasos fragmentos que lo envuelven, ese órgano central y profundo, queda fijo a la pared del duodeno a cinco o seis dedos de distancia del esfínter terminal del ventrículo gástrico.
Dos jóvenes estudiantes siguen en silencio sus movimientos casi sin moverse, son Thomas Bartholin y Moritz Hoffman.
El llameo de las velas tiembla en las paredes del claustro, esto lo sumerge en fantasmales alucinaciones, imagina que “labora” sobre un ser vivo y que este lo observa con ojos espectrales. Ojos de muerto lo miran y dan lugar a la sensación pavorosa de que una mano enérgica, de dureza metálica y ejemplar, oprime sus testículos desde la base del saco escrotal, hasta casi arrancarlos. Le desgarra las entrañas de dolor recordándole que su ciencia no era de las más populares en esta sociedad italiana. Ni bien vista por el feroz Papa e inquisidor Inocencio III.
Profanadores del descanso eterno los llama, y a veces agrega sacrílegos, blasfemos, apostatas, impíos y otras barbaridades más.
La nobleza gobernante en la República de Venecia autoriza en secreto a la Universidad la realización muy discreta de esta práctica.
Los acontecimientos humanos que marcarían la historia en ese siglo precisamente eran el resultado de su personalidad investigadora. A esto podrá sumarse seguramente la combinación de tres factores: la necessitá, la fortuna y la virtú (él le agregaba el esfuerzo). Y nadie lo apartaría de aquí en más, del claro camino que le marcaran las lecturas de Niccolo Machiavelli.
Ni siquiera sólido terror bien ganado del Santo Oficio de la Inquisición.
Certeramente no sabía como le habían procurado ese cadáver (alguien traficaba con los fiambres, era evidente). Este era un asesino, un hombre de treinta años ejecutado en la horca el día anterior en la Plaza de Vin ante una multitud, se llamó en vida Ziane Viaro della Badia. Pero igual que en todos los cuerpos que explora, que estudia, con su trabajo artesanal y científico las estructuras de los órganos parecen siempre ser idénticas a como hace cien años lo mostrara Andrea Vesalio, en la misma cátedra.
Todo, salvo la masa pálida y profunda, que el autor de la “Fabrica” ignoró completamente. Llamándola “esa carne rosada” que sirve de cojín del estomago cuando está repleto y sufrir luego a la aparición de su obra maestra que sus discípulos lo abandonaran temerosos de que se los asociara a su nombre.
Los jerarcas de la misma Universidad a la que prestigió para siempre, impedirían sus iluminadas investigaciones. Echándolo como a un perro sarnoso.
Colegas rastreros, aduladores, serviles, lagoteros, tiralevitas, lisongeros, lameculos, despreciables (y aquí paro con los sinónimos) que antiguamente lo adoraron, le retiraran la amistad y los tributos que merecía como anatomista.
Su pecado fue la osadía de refutar dogmas centenarios de las escrituras del Gran Galeno (Il Greco), quien nunca en su proceder conservador, había disecado un cuerpo humano. De ahí en adelante no iba a haber reposo para él, que osó rebelarse contra el venerado, hasta su muerte.
Este recuerdo dejó pensativo al prosector, y un escalofrío congeló su sangre fugazmente.
En nuestras biografías personales siempre estarán las historias que “a algunos” contamos a medias, o como ellos se merecen saberlas.
Para no herirlos, o para no herirnos, por que les conocemos la rivalidad, el resquemor y el poder.
También conocemos nuestra sumisión, mansedumbre y reverencia constante a la nobleza.
Escuchar la verdad los irritaría. (y eso es muy peligroso...)
En su exuberante barba bávara, apelmazada. Impenetrable hasta para las ladillas más audaces se hacen notar las horas que lleva sobre la pieza anatómica, el cadáver y sus olores. Los que emanan los restos de órganos que comienzan el ritual fisiológico de la putrefacción.
Una gran sonrisa acompaña a la transparencia acuosa de sus ojos cuando desprende, no sin esfuerzo con suaves maniobras de versado cirujano los vasos que rodean la región posterior del "pancreatici" (el páncreas) descifrándole un cuello, y pasando acá hacia el retroperitoneo. Fijo a los cuerpos vertebrales, para desembocar luego en la gran vena porta, gruesa como uno de sus dedos e introducirse junto al ductus de la bilis en el pedículo que ingresa (o abandona) al hígado.
La mugre y el olor de la sangre coagulada se confunden a los tufos del contenido de intestinos fermentados. Pero nada le hace separar la cabeza y su nariz prominente del abdomen abierto y estaqueado con gruesos clavos de bronce a la mesa.
No hay dudas, el muerto es fresco y las paredes del conductillo, no más grueso que una vermis di terra, elásticas y resistentes a las maniobras del prosector lo llevan por ese camino sinuoso y ondulado a la región más proximal de ese enmarañado sector del tubo digestivo.
- ¡Por el ductus...! Repite en voz baja.
- ¡Viaja todo lo que fabrica esta glándula!
Y sigue el trayecto, que luego se acoda hacia abajo y atrás, hasta ser un canal común con el meatus biliar, y desembocar rápidamente en una carúncula imperceptible a la mirada del indocto entre los pliegues de la mucosa del duodeno. Cerca del píloro.
Al comprimirlo, ordeñando con el dedo índice toda la longitud de su descubrimiento en busca de la salida de sangre coagulada, comprobó la eyaculación escasa de una gota de fluido filante y transparente que hizo brillar la mucosa al evacuarse.
- ¿Bauchspeicheldruse...? (¿Glándula salival...?) Dice en alemán y mira hacia los estudiantes.
Luego anotó en sus apuntes, con una pluma de ganso en su idioma natal.
Reiteradamente al disecar lo distrajo una formación redonda y blanca que protruía levemente como una gibosidad, no más grande que un ojo de buey abierto en la superficie marrón pálido del hígado.
Al penetrarlo con la punta del estilete, no sin esfuerzo, brotó agua cristalina en un pequeño chorro y abruptamente apareció tapando la brecha una membrana blanquísima y frágil como clara de huevo cocida, que quedo obturando la pinchadura.
- Pestes de la campiña... Pensó el prosector. (Siglos después, conoceríamos la equinococosis hidatídica)
No mejoró la luz de las velas, ya no hacia falta.
Camino hasta la pequeña ventana sin vidrios, que ventila la sala de disección y descansó sus ojos al color de la noche.
Los fríos días invernales y la nieve acumulada en los depósitos, hacían posible solo en esta época del año su tarea de investigación anatómica.
En el exterior de la cátedra todo era silencio.
Se escuchaba la lluvia sobre el empedrado.
El mundo dormía.
Sobre un pupitre alto y ahora en penumbras, continuaba abierto “De Humanis Corporis Fabrica” en el prologo, donde se leía:
- “¡Tú, Galeno..., que te dejaste engañar por las monas...!”
En claro reproche que Vesalio le hacia al “venerado”, por su disección sólo en animales.
Y la “Anatomía Mundini-Anatome omnium humani corporis iteriorum mambrorum” de Mondino dei Liucci, el bolognes. Cerrado. Con el lomo cuarteado por el uso y los años con las tapas grasientas y sucias por el contacto del manoseo cadavérico.
Capitulo Dos (Che segue)
El interior de su claustro personal, estaba tibio y bien iluminado.
La madera antigua de la mesa que empleaba como escritorio, brillaba, de puro limpia.
Y sobre ella había apilados cientos de escritos en gruesos papeles apergaminados, mezclados, junto a tinteros y plumas de ganso, que de muy usadas daban pena.
Entre ellas se destacaba una que por su traza y aspecto, era de gallina bataraza.
La que más usaba.
Sobre un vértice del pesado mueble, dormía un cráneo humano amarillento.
Brillante por el manoseo, le faltaba el maxilar inferior y algunas piezas dentarias.
La silla era tallada, pero el asiento viejo y cómodo parecía sostenerlo sin esfuerzo.
Entre los estantes había libros prolijamente acomodados.
Las “Laminas de Anatomía” de Henry de Mondeville, apiladas en un cajón de confección muy fina y antigua descansaban bien resguardadas.
En el exterior al otro lado de la ventana con vidrios labrados, ahora llovía intensamente.
La invención de la imprenta, subrepticiamente y muy a pesar de los curas y los nobles, terminaba con el monopolio que ellos tenían del saber.
Los libros estaban al alcance de la plebe.
Eso impulsaba el pensamiento intelectual al humanismo.
Quizá esto podía descifrar su realidad académica, el hijo de un humilde artesano como jefe de disectores en la Cátedra de Medicina más importante de Europa.
Y Europa era el centro del mundo.
El riesgo de descubrir una forma anatómica distinta a las descriptas por los maestros, que ya descansan sentados junto a los Dioses.
Sucios por nuestras investigaciones recientes, momificados por la telaraña de lo que ya no sirve.
Congelados en algo fijo y definitivo, que los aloja en el tiempo invariable de la eternidad, pero aun reverenciados por las Academias recalcitrantes.
Nuestro alegre hallazgo puede enviarnos a la desgracia infinita por las inimaginables envidias de colegas de profesión o aprendices ambiciosos de nombre y popularidad.
El miedo a no disgustar nos hace llegar a la mentira indispensable, para que todo siga igual.
Hasta encontrar un momento que si se merece la crisis de defender nuestro descubrimiento ante quien se interponga, y lo desee.
Que quede claro, si los clásicos tienen la oportunidad de seguir viviendo es solo por obra de quienes no los toman al pie de la letra.
Ni buscan en ellos la facultad del texto sagrado, y tratan de cambiarlos con la investigación.
El día lo encontró en sus mejores condiciones intelectuales, pero su preocupación más importante esa mañana era otro “ductus”.
Su propio meatus uretral.
Desde hacia varios días, para su tormento, evacuaba un humor morbidus. Amarillento y pegajoso.
Obtenido en “Il bordello del Academicci” por dos ducados y la felicidad de una cama compartida en las frías madrugadas de Padua.
No era la primera vez que lo hacían merced de grandicima pudrizione. Ni seria la ultima.
Debía lavar su miembro en forma insistente con agua hervida, aplicar aceites aromáticos y perfumadas infusiones.
Hacer que su vejiga trabajara muchas veces al día, por lo que constantemente tenia un jarrón con agua y vino, junto a su diestra mano disectora y putañera.
(Si ahora estoy un rato en silencio es para emplearlo en pensar como pudieron continuar los acontecimientos.)
Pasarían meses de frenéticas disecciones en cadáveres humanos, animales y aves, fijando preparados anatómicos en vinagre y grapa para su conservación.
Usaba la técnica de inyección en las venas ideada por Domenico Marchetti, ayudante suyo junto con Moritz Hoffman, hijo de uno de sus maestros.
Afeminado este, codicioso y con un brillo muy particular en sus ojos que siempre le inspiraron temor y desconfianza.
Ese órgano, el cojín del estomago pletórico de Vesalio, era una glándula excretora de saliva al intestino. Él lo sabía.
Lo podía afirmar ante cualquier tribunal. Basando sus experiencias en el “Methodi vitandorum errorum omnium qui in arte medica contingunt.” de Santorio Santorio (Sanctaurius).
Quien lo introduce en los procedimientos para medir fenómenos fisiológicos, y hasta hace pocos años, mientras ejercía la longevidad, vagaba llevando su sabiduría y su pesada toga por estos salones.
El ductus (il canaliculi) es el camino por donde viaja el insípido liquido trasparente, que agrede sin remedio la piel y el instrumental.
- ¿Devorándola... ?
Sí, si la mantenemos sobre ellos y su acción transforma los alimentos en materia excretus dentro de la luz del duodeno.
- Debo informar mi descubrimiento al Maestro Riolano..., cuando este absolutamente seguro de que existe, y no es obra de mi cabeza alucinada...
Se repetía.
Quedo con la mirada fija a una de las largas galerías interiores, con alumnos caminando y otros en activas discusiones grupales.
La evocación del Insegnante trajo a su memoria su última e instructiva charla con él, antes de dejar la capital Normanda y dirigirse a Padua:
- En la vida, “discepolo amato” es importante la obtención de prestigio académico y reconocimiento público por los descubrimientos logrados en la nobilisima tarea de prosector, anatomista y médico humanista, eso es cierto, pero el oro del mundo, la esencia, lo único que nos vamos a llevar al descanso eterno,¡estimado y entrañable Joannes Georgius...!
Le dijo, apoyando su pesada mano quirúrgica en el hombro juvenil.
- Está bajo el ropaje de las damiselas, sean estas cortesanas, burguesas o de la servidumbre, sempre alla recerca di prostitute y que puedas llevarte entre las sabanas de tu claustro académico, de alguna noble alcoba, el bordello o a falta de ellos igual puedes encontrar el placer en los mullidos depósitos de heno, donde se alimentan los animales, pero un discípulo mío... ¡siempre debe sobresalir por su poder amatorio infatigable!
Para finalizar suspirando, casi en un ruego.
- Ello hará sentir muy orgulloso al maestro..., y seguramente dará felicidad y aventura eterna a la vida del discípulo...
Aun con los ojos fijos en una columna de mármol invadida por el musgo, sonrío por el recuerdo.
Y por la picazón constante que sufría en su manto prepucial y en la fosilla navicular. Último recodo de su uretra goteante y compungida.
Aprovechó la soledad para dar rienda suelta a sus dedos, y rascarse, casi con desesperación y exagerada energía.
Satisfecho, finalmente resopló como un caballo que se espanta.
Capitulo tres (questa cosa che morde entrambi)
- ¡No se si avergonzarme de demasiadas cosas!
Pensaba en la penumbra de su salón de disector. Oloroso y prolijo.
- De mi aspecto, de mis secretos..., de mis actitudes, de que contesto, de que hablo, y si esta bien para el entorno que me esta escuchando, si será bien tomado por los nobles, o por los curas que desgraciadamente hay cada vez más..., y que me ven como un ave de rapiña sobre indefensos seres ignotos..., y actualmente muy quietos, fríos “e sulla via di putrefazione”…
Introdujo una de sus plumas preferidas en la espesa tinta, al retirarla, espero que una gota cayera limpiamente a la boca oscura del tintero. Le alegro no ensuciar la mesa.
Repasaba la parte fundamental del texto que lo tenia íntimamente emocionado desde hacia tantos años.
Y escribía.
El “ductus”o condotto principal de este profundo órgano, puedo demostrarlo, se origina en el extremo más alejado de la masa grasosa que lo compone.
En un canal, que se inicia simple, o bifurcado.
La atraviesa (a la ghiandola) luego en su totalidad, hasta el osteum proximal en la luz del duodeno, recogiendo sus “secrezioni”.
Esta situado en su sinuoso trayecto cercano a la superficie anterior y cubierta por el ventrículo gástrico.
Más próximo al borde superior que al inferior del páncreas.
Y a medida que se acerca a su destino intestinal, y unirse al viaducto biliar, el grosor de calibre aumenta progresivamente.
Su uretra “peniena” insistía con el escozor pero sus dedos lo solucionaban de inmediato. Casi con ferocidad. Cierto placer le iluminaba el rostro si el dolor aparecía tras el rascado, excitándolo.
En las últimas semanas casi no había vagado su catedrática figura por burdeles alegres y pendencieros. Encubiertos como serias “residenze nobiliari” en la zona comercial próxima a la Universidad de los Artistas.
Su espíritu lo llamaba constantemente hacia el contacto con las desprejuiciadas “belle signore” que frecuentaba.
Pero la emoción de su descubrimiento le impedía separarse mucho tiempo de la sala de disección. Esto no lo excitaba más, definitivamente no.
Pero le haría adquirir poder y popularidad que seguramente le abrirían importantes, y “camere da letto aristocratico”. La situación le daba una trasparencia especial a sus pecaminosos ojos y un ingreso especial de sangre a sus cuerpos cavernosos, logrando la turgencia acostumbrada, y por lo cual era tan popular entre ‘las puttane’ amigas.
Yo al enemigo trato de identificarlo precozmente.
Lo marco, ya es el enemigo.
Las historias las resuelvo más fácil.
Es el enemigo, solo se merece batalla.
No me pone mal lo que al él le pase, diga, le digan.
Salvo desgracias que ponen mal a todo el mundo, aunque a veces muy secretamente en mi mente (“lo non incoraggiare o la bocca”), algunas desgracias, me alegran, hasta ese instante que lo corrijo.
Y pienso que soy un anormal, pero lo dejo allí sin una definición absoluta, en esa fracción de tiempo.
Quedo dormido por el dulce efecto del néctar que produce el fermento de las uvas. En sus sueños seguiría mezclando su pasión anatómica y sus pensamientos diabólicos.
La mañana lo despertará con un intenso dolor quemante, entre las piernas.
Que aliviará a duras penas al descargar la vejiga con gran esfuerzo, y alguna “oscenitá”.
Capitulo cuatro (l’ultimo)
Acaso saben ustedes como eran las calles de Padua a primera hora de la mañana en 1643. Cuando casi no había despuntado el sol, amaneciendo y los mendigos, y ebrios duermen todavía contra los paredones de las construcciones.
Cuando ni siquiera pasan los carros que llevan bolsas cargadas hacia el mercado.
El prosector camina con paso apurado que lo obliga a realizar un camino en bajada a alguien que bebió en demasía, no ha dormido en toda la húmeda noche.
En la plaza no esta despierto más que un “mendicante”, junto al agua de la fuente.
Wirsung piensa en la cama de su claustro. Esta hastiado, empalagado de cuerpos femeninos y de amigos bebidos hasta lo insoportable. Las imágenes pasan demasiado rápido por sus ojos nublados.
Dos hombres lo esperan entre las sombras.
En un estrecho pasadizo apuntalado por columnas antiguas, heredadas del pasado románico, le cierran el paso sin decir palabra.
Bruscamente termina su andar apurado y queda mirándolos en silencio.
En el resplandor de la pólvora al estallar y en la sorpresa del sonido del disparo identificó el brillo de dos ojos conocidos, dos ojos familiares. Pero el golpe, y el dolor de la metralla en su abdomen lo hicieron caer sentado. Tratando de tapar con los dedos el espacio que se había formado entre sus músculos y vísceras.
Ahora quemadas y sangrantes.
Intenta incorporarse, pero la cabeza no le obedece. Quien había realizado el disparo, arranca de un tirón el arcabuz de las manos de su acompañante que estaba paralizado, sin poder moverse ante la escena.
Y acerca la boca del cañón del arma a muy pocos centímetros de la cabeza agonizante del joven Joannes Georgius.
Luego dispara a quemarropa con un estallido muy parecido al primero.
El 2 de marzo de 1642, Wirsung al efectuar una disección en un cadáver fresco descubre el conducto principal excretor del páncreas sin haber reconocido su función, tratando de investigar sobre su hallazgo comunica el descubrimiento en un texto y dibujo que graba en una placa de cobre, realizando luego siete copias de la misma y que envía a sus maestros Riolano que vive en París y Kaspar Hoffman, a Ole Worm tío del estudiante Thomas Bartholin que fue el primero en recibir la copia del grabado , a Severino (el Napolitano) y a Johan George Volkhamer entre otros.
“Jamás encontré sangre en la luz del ductus, si un fluido turbio y filante que quita el brillo a la hoja de plata del escalpelo…”. Alegó a quienes solicitaba su opinión.
Posteriormente describe la desembocadura duodenal del conducto en niños, gatos, perros y gallinas.
El descubrimiento tuvo importante repercusión en los ambientes médicos, y parece, "aquí la información no es muy clara", también se lo asocia a la trágica muerte del prosector.
Esto fue motivo de controversias, pues se pretendía quitarle mérito a su verdadero descubridor, asignándosele a Moritz Hoffmann, hijo de Kaspar, que fue el portador de la misiva de Wirsung a Riolano, fechada el 7 de julio de 1643.
El 22 de agosto de 1643 Joannes Georgius Wirsung fue asesinado a mansalva de dos arcabuzazos por el estudiante belga Giacomo Cambier.
Durante el año 1648, Moritz Hoffman uno de los testigos de la famosa disección del ahorcado, hace una presentación mintiendo que fue él quien individualizo el conducto al disecar un pavo. Nadie le cree.
Su descubrimiento fue prontamente divulgado, y dicho conocimiento permitió a otros grandes investigadores la verificación de la función secretora del páncreas.
Este relato lo comencé a escribir en el año 1976, mientras preparaba Anatomía (en la Cátedra del Prof. Dr. Germán Niedfeld). Luego lo corregí, he hice algunos agregados.
Creo que se merece que alguien lo lea.
(2004)
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