La correcta terapia del escritor consiste en poder ablandar prejuicios acerca de manías.
Embriones estériles esperando en vano la fecundación que nunca ha de provocarse. Destrucción parcial del ego por una tirana voluntad que tilda de manias, potenciales embriones de quizás grandes ideas.
Es más bien, un conflicto interior donde el ser se debate en disquisiciones personales.
O sea que para hacerme entender deberé presentarme dividiendome en partes iguales que luego amistosamente debatiran sobre cuestiones del rumbo. Mientras tanto actuaré como un contenedor, disfrazado de camarera, absorviendo testimonios que luego irán a quedar en la balanza de la justicia.
-Quiero escribir un relato que transcurra en un frente de batallas (dijo una parte de mi desdoblada en un señor militar en el señor militar que llevo dentro) amo las armas y todo lo que tenga que ver con ellas. Pero existe una voz exterior que me dicta que ese tema esta remañido, que intente abrirme a otras cuestiones, pero deseo hacer posible ese mundo que llevo dentro y que sale naturalmente.
Comenze a correr por el campo, los bolsillo están rebalzando de cosas que saltan, los anteojos, azomando por el bolsilllo cuando obediente avanzo hacia adelante.
Pero una fuerza interior es como que me hizo ventosa, deteniendo las maniobras en favor de seguir discutiendo con el abogado, segunda persona. No sentamos en un par de reposeras;
en principio a conversar amistosamente,
de logística, o se verá, simplemente a discutir. Solicitamos a dúo unos dreanks (porque aquí nadie es más protagonista que nadie, ni tampoco hay una trama secreta que ocultar junto con la istéria) y tostadas con dulce de frambuesas.
-¿No te interesa que hablemos de paz? dijo el abogado mientras jugetea sobre la luz que separa los dientes ¿Sabías que existen las guerras por temor a la caricias?.
Cumpliendo con el rol de camarera tengo que soportar estar vestido de mujer con una larga peluca que me hace hervir la cabeza,
pero ellos están por irse a las manos teniendolo que evitar, cargando la mesa de alimentos.
Estoy de escasa espina, suave silencio en la tarde de la siesta, pensando que el fluir de la palabra es una virtud en sí misma. Pero me encuentro en silencio con las manos atadas, al borde del venenoso precipitar de las castañuelas sonando,
estoy agonisando inmerso en un sueño que nunca acaba, que nunca termina.
Che! quiero que seamos congruentes. Insistió el abogado dirigiendo sus palabras al militar.
Cruzar el puente y caminar por el otro lado,
con los pies sobre la tierra, y la conciencia tranquila de la otra margen. Basta de estar delirando, alusinando, como el volcán arroja lava ensendida. O en la mejor de las ocasiones propinando pavadas hechas fofas ocurrencias,
que retumban como reaccionarias ordenes de marchar a pudrirse a la luz de la sombra.
Tuve que apoyar la bandeja, en la falda del milico,
finjiendo haber trastabillado evitando el desastre.
Mis labios están pintarrajeados, más allá de los limites de la elegancia. La cofia se desborda por los almohadones que simulan una óptima sentadera.
Pero ambos como poseídos por un instinto lúdico,
hicieron cuerpo a tierra arrastrandose hasta las postrimerías del almacen, y desde una posición parecida a una trinchera arrojaban granadas invisibles hacia un granero llamado Establo azul.
Con velocidad, hice drenar la pileta de natación para con el chorro de agua desplazar esa columna que avanza. Hice suspender las sardinas con cebolla para la sombrilla tres, para disipar la guerra que penetra el predio, además llamando a los primeros auxilios, para romper la coartada inteligente de hacerse los sanos cuando están dementes. Son dos bestia de Buenos Aires del siglo veintiuno, que no se comprenden, pero que se siguen la corriente haciendo de esa contienda belicista: el desagrazado alimento del almuerzo.
Pero él que parece más sanito de los dos,
podríamos decir: un verdadero profesional solamente que de pantalones cortos con la toalla blanca del hotel colgando del cuello,
hizo una señal de alto, como de rendición total abriendo los dedos, y todos detuvimos nuestro accionar para escuchar su descargo.
-Ella (por la camarera) beso mis manos dejando dibujada su gran boca de labios enormes, suplicantes, pidiendo por que todo regrese a la anterior normalidad, y por lo menos en mi caso me conmovido con tanta premura que pude retomar las riendas de voluntad. Sientese almirante que la crema al sol se puede cuajar. La gente dejo de mirar porque cada uno está en su mundo. Solamente ella se preocupa por nuestra suerte. Detesto la guerra ¿Me entiende? Adoro la comodidad sin que tenga que haber esclavos.
Pero el odio es algo real que existe entonces es verdad que es conveniente saber luchar.
Pero yo no soy así.
Es un día soleado, estan todos exitados pero por suerte aquí hay como derrotar la impotencia, el aburrimiento.
-No sé, lo dudo, no me convense estar perdiendo el tiempo y desprotejer la retaguardia.
Soy partidario del entrenamiento permanente, porque el diablo está ahora en el planeta tierra.
Todo puede llegar a pudrirse como una simple manzana. Es muy lindo hablar del momento del amor, pero luchar en un frente contra el equivocado enemigo, es estar vivo, orgulloso de estar presente sirviendole a la patria.
Yo el hombre disfrazado de camarera con la rubia peluca de espigas, me senté a la falda del abogado, y muy lejos de parecerme a una ramera, comenzé a discursear con tono maternal acerca de historias pasadas, como si los presentes fueran mis propios hijos.
-Muchachos vengan por favor, realizen junto conmigo estos ejecicios de relajación dejandose llevar por una total pasibidad y armonía.
Luego de sentarnos cada uno en su butaca estirarmos las piernas, cerrando los ojos sin hechar a dormir.
fin.
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