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Estaban sentados, frente a frente, separados por un vidrio a prueba de balas. Soledad adueñaba una dulce y tierna sonrisa, llena de júbilo y alegría, que invitaba a la amabilidad. Ella tomo la iniciativa y estiro su brazo, abriendo la mano en el aire, apoyándola contra el vidrio, en un simbólico gesto intentando tocar la áspera piel de su amado. Diego nunca se movió e hizo caso omiso al tierno y cariñoso gesto de quien era el amor de su vida. Él, la miraba con ojos fijos de juez, propietarios de una mirada fría, que sabia a indiferente, con unos labios que sufrían la ausencia de una sonrisa, rebelando así el estado lúgubre de su alma. “Que te sucede mi amor, porque estas así, triste, deprimido, sin ganas” pregunto Soledad impaciente y a la vez temerosa de la respuesta. Diego bajo la mirada, nunca tuvo el valor suficiente de mirarla a los ojos cuando sabia que le iba a decir una noticia desagradable. Apoyo sus manos sobre la mesa y dijo con una voz entrecorta “Mis superiores han decidido trasladarme a San Quintín, dicen que allí estaré mejor, lejos de la influencia de reos locales. Me han dado cuarenta y ocho horas para alistarme. El autobús vendrá por mi y por otros reos mas hoy en la noche.” Soledad se quedo fría. En ese momento de confusión se le vino a la cabeza el amargo recuerdo del día cuando Diego fue condenado injustamente, a diez años de cárcel por un supuesto robo a una joyería. El mundo entero sabia que el era inocente y que el juez era comprado. Esta fue la forma de venganza de Gonzalo, ex novio de Soledad, que juro vengarse algún día de ella por haberlo dejado llorando en el altar. Ese mismo día Soledad juro que nunca más, alguien o algo la iba a separar de su amado. Hizo una promesa, de ir a visitar a Diego todos los días a la cárcel. Promesa que hasta hoy ha cumplido una solemne dedicación. Se llevo las manos a la cara y refregó su rostro, miro fijamente a diego y con una voz de adolecente rebelde le dijo”Pero que se creen estos imbéciles, que pueden trasladarte solamente porque ellos quieren y más aun a una cárcel tan peligrosa como la de San Quintín. Qué bien te puede hacer esa cárcel, malditos superiores, chiflados, hijos de…” “Tranquila Soledad, recuerda que ellos pueden escuchar nuestra conversación y si hablas mal de ellos, tomaran represalias contra mí”, se adelanto Diego antes de que su amada dijera una grosería. Al oír aquellas palabras, Soledad tiro con brusquedad el auricular y se paro en un exabrupto, generando un grotesco movimiento, votando su silla al otro extremo del pasillo. Camino en círculos, buscando un aire que le ayude a tranquilizarse, para poder buscar una solución al problema que se enfrenta. Tras varios pasos, recupero el latido normal de su corazón y recogió su silla, la cual arrastro por el pasillo provocando un sonido agudo, que disgusto a los presentes. Tomo un poco de aire y le regalo una mirada enamorada a Diego. Tras disfrutar por unos segundos del rostro barbudo de su amado le dijo con una dulce voz “Discúlpame por mi acelerada reacción, pero tú sabes cómo me molesta que defiendas a esos corruptos que se hacen llamar justicia. Con respecto a tu traslado, no te preocupes yo me voy contigo a donde sea” Diego había anticipado esa respuesta. El sabia que Soledad siempre iba a hacer todo lo que fuera posible por estar con él. Lentamente una lagrima acariciaba su rostro, cuando recordó el día en que le pido a Soledad, en medio de una lluvia torrencial, que se fuera con él y que no se case con Gonzalo; “Quiero que esta sea tu prueba de amor, escápate conmigo, vamos por el mundo a disfrutarlo juntos.” Ella acepto sin saber que en ese momento también le había puesto un tiempo límite a la libertad de su amor fugaz. Aunque quiso decir, “si ven conmigo, así podrás verme todos los días, como lo has hecho hasta hoy”, Diego no pudo y con el dolor de su corazón le dijo a Soledad “no, no creo que sea una buena idea, yo se que todo esto lo haces por amor, pero tampoco quiero perjudicarte la vida. Aquí has vivido desde pequeña y seria una canallada de mi parte aceptar tu tan generosa invitación. No me daría mas jubilo el verte todos los días en San Quintín, pero no puedo ser tan egoísta, ya haces mucho con regalarme unos minutos de tu precioso tiempo en esta asquerosa y repugnante cárcel.” El guardián miro su reloj y los dos sabían que esa maña significaba que la visita estaba por acabarse. Astutamente, Diego resolvió ahogar la respuesta de contrariedad de Soledad que se anticipaba y le pidió un último favor. Con una tierna mirada y con la voz de un gran conquistador le dijo a su amada “Así como en Muñequita, el general Eric de Norovog le compro un beso a Perla, yo te pido que me regales un beso en mi estampita del Divino Niño para guardarla y así en la lejanía recordar el dulce sabor que tus besos llevan.” Soledad se echo a llorar y pensó que Diego era muy romántico. El llamo rápidamente al vigilante y le pidió con la amabilidad respectiva que le entregue la estampita a Soledad. Ella no paraba de llorar, se sentía mal, pensó que tal vez Diego ya no la quería. Recibió la estampita del Divino Niño, la cual era muy vieja y se veía bastante gastada, pero estaba protegida por un fuerte lamina de plástico. Esa estampita era de la abuela de Diego, que un día de procesión se la obsequio a su hija Belinda y ella, le regalo aquel recuerdo familiar a su hijo un día antes de su trágica muerte. Soledad se seco las lagrimas inútilmente y tratando de ser fuerte se dirigió a Diego diciéndole “Por eso me enamore de ti, porque nunca solo pensaste en ti, sino también en mi, te amo por eso y porque me salvaste de aquella estupidez que era casarme con Gonzalo. Que hubiese sido de mi si me hubiera casado con ese hombre. Probablemente, hubiera sido muy rica, e hubiera adquirido una posición social envidiable, pero estoy muy segura que nunca hubiera conocido el verdadero amor. Gracias por enseñarme a amar, gracias por haberte cruzado en mi camino, gracias por ser como eres.” Soledad miro la estampita y le dio vuelta. Después de leerle la novena de la confianza del Divino Niño, Soledad beso la estampilla, dejando la huella de sus labios en ella, con un rojo que representaba su amor, su pasión y su dolor. El vigilante le entrego la estampilla a Diego y el la apretó muy fuerte. Trato de decir algo, pero Soledad se adelanto”lee siempre esa oración y recuérdame. En esa estampita no solo te dejo un beso, si no también mi promesa de amor eterno.” Diego no pudo contener las lágrimas y demostró que los hombres también lloran. “no llores mi amor” Soledad trataba de ser optimista “yo te escribiré todos los días y te ire a visitar aunque sea tres veces al mes. Nunca nos dejaremos de amar” El vigilante hizo sonar su pito, anunciando el final de la visita. En un intento desesperado por despedirse de su amada Diego junto sus labios en el vidrio simulando un beso; ella hizo lo mismo. “Yo también te escribiré todos los días mi amor, estaremos juntos en la lejanía, no habrá un segundo que no piense en ti, pero ya no llores que eso me hace sentir mal.” Diego se despidió. “Te amo”, respondió Soledad “yo mas,” el secundo. Los reos formaron una fila y todos caminaban en rumbo a su celda. El voltio la cabeza y vio por última vez el rostro en lagrimas de su amada, que cada segundo se hacía más y más pequeño hasta desaparecer.
Pasaron tres días y Soledad no paró de llorar, pero una sonrisa invadió su apenado rostro cuando encontró una carta de Diego en el buzón. Abrió aquella carta con la desesperación de una quinceañera y se sentó en el sillón café de estilo romano que le daba un toque especial al living de su casa, apresurada a leer las tan esperadas líneas de su amado. “Hola mi amor, como estas. Antes de nada, prométeme que siempre guardaras esta carta. Guárdala como mi promesa de amor eterno. Hoy en la tarde al ver tu rostro lleno de lagrimas, me di cuenta de lo tanto que te amo. He pensado toda la noche y tal vez hubiera sido menos doloroso no escribir esta carta y nunca haberme despedido de ti. Pero no podía ser tan canalla y dejar el mundo sin antes decirte que has sido, eres y serás por siempre el amor de mi vida. Me siento un cobarde por no haberte dicho esto cuando estábamos en la sala de visitas, pero fue mi débil condición la que me hizo guárdame este, mi último secreto.” Soledad no entendía muy bien lo que quería decir esa carta y se asustaba al ver puntitos de color rojo sobre el papel. “Nunca tuve valor para nada y siempre dude de mis decisiones, pero hoy no dude de esta. Tal vez te parecerá raro ver puntitos rojos sobre el papel, pero no lo puedo evitar. Me estoy desangrando, me he cortado las venas con la estampita, con tu beso. Estas son mis últimas líneas y antes de que se me acabe la vida recuerda que fuiste mi único y verdadero amor. Te dejo mi huella digital que a falta de tinta usare mi sangre, así podrás comprar un seguro de vida. No me despido esto solo es un hasta luego, ya llegara el día en el que te vea llegar al reino de los cielos vestida de blanco como cuando rechazaste a Gonzalo y te escapaste conmigo.” Soledad no lo podía creer, estaba a punto de desmayarse, el amor de su vida había muerto.

Texto agregado el 08-11-2008, y leído por 109 visitantes. (0 votos)


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