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En la cima de una cascajosa y horrible montaña, donde las nubes se ven muy cerca y se respira un aire totalmente natural, vivía Pedro. Un hombre más o menos de 28 años, descuidado, prisionero de la vida y de sí mismo, inseguro como nadie y muy enamorado de Nadia, la hermosa habitante de la montaña en frente. Cuando los mañaneros rayos de sol penetraba el techo de madera que protegía a Pedro de las lluvias y del frio natural, el se levantaba como todos los días a buscar algo de comer, a tratar de casar algo en su solitaria montaña. Nunca supe si era suerte, pero el siempre regresaba con algo para cenar y al parecer se sentía contento pasando sus días así, de esa manera, pero hasta el mismo sabía que eso, era una vil mentira. En el fondo de su corazón, sentía que la vida lo estaba consumiendo, que cada día se hacía más viejo y que las primaveras ya no regresaban. Rondaba en su cabeza el pensamiento de que cuando las flores se marchitan ya no pueden vivir y el estaba temeroso de que su flor o su vida se marchite sin antes haber conocido a su único sueño: Nadia. Cuando el sol empezaba a ocultarse, Pedro se sentaba justo al frente de la montaña donde vivía Nadia. Cruzado de piernas, con sus codos presionando sus extremidades inferiores, y con sus manos formando un lugar donde su barbudo rostro pudiera descansar, esperaba con paciencia a que su amada Nadia se situé en la roca de siempre, para poder verla por unos minutos antes de irse a descansar. El momento más alegre del día había llegado. Las miradas se cruzaban a metros de distancia, las sonrisas eran inevitables y las señas que servían de comunicación dejaban al descubierto el gran amor que se sentían. Pero los dos sabían que aquel mágico momento era efímero. Ya pronto el sol se ocultaría y aquellos tan hermosos minutos llegarían a su fin. La luna se apodero del cielo y unas melancólicas lágrimas cayeron de los ojos de ambos, reflejando el alma afligida de los dos románticos amantes. El se rehusaba a dejar de pensar en ella, y todas las noches ya en su cama, soñaba con Nadia. Soñaba que vivían los dos juntos, solos, amándose a cada instante, buscando la comida del día, preparando una cena exquisita, jugando en su montaña o su reino divino, preparando la cama para dormir juntos y así al amanecer despertar al lado de su amada, para poder despertarla con un beso en la mejilla. Cansado de soñar lo mismo, Pedro se propuso vivir su dulce sueño. Sacando coraje de donde no había, pensó en que podía cruzar el inmenso lago que separaba las montañas, pero le tomaría mucho tiempo cruzarlo, también en ese lago habitaban peligrosos animales marítimos, que podrían acabar con su solitaria vida en un instante. Imagino que podría sujetarse de las patas de una corza y así llegar volando a la montaña de su amada, pero corría también el riesgo de que la corza cambie de dirección y se lo lleve a otro lugar para poder devorarlo, así nunca vería a musa inspiradora. Sin más recursos y con el deseo latiente de ver de cerca el bello rostro de Nadia, destruyo su casa de madera con la idea de construir un puente o al menos un inmenso barrote que llegara hasta la montaña de Nadia, para cruzarlo y así llegar a los brazos de su amada. Trabajo día y noche, sin descanso alguno por una semana, se olvido de situarse al frente de la montaña como todas las tardes, acto que echo mucho de menos y por el cual sufrió bastante. Pero tenía la esperanza, de que esos momentos, en un futuro no muy lejano los iban a vivir juntos, abrazados, jurándose amor eterno. Nadia estaba desconcertada, triste, afligida. Lloro todos los atardeceres de esa semana, imaginando lo peor, sufriendo un calvario interno, pensando que su amado Pedro había muerto. Soñaba que nunca más lo iba a volver a ver y despertaba de un susto por las noches repitiendo muchas veces “es solo un sueño, es solo un sueño, mañana lo veré sentado, esperándome como siempre,” pero sus palabras nunca se convirtieron en realidad. Un día ella paseaba por aquella roca, siempre pensando en el, en su amado Pedro. Levanto la mirada para divisar el hermoso cielo azul que cortejaba su montaña en esa fría tarde, cuando de repente su mirada fue distraída por un inmenso barrote de madera que cayó justo al lado de donde ella estaba situada. Se pregunto entonces, que podría ser eso, cual es la proveniencia del inmenso palo de madera. Siguió con sus ojos aquel extraño objeto, buscando con una atónita mirada el fin del gigantesco objeto. Fue grande su sorpresa cuando vio que del otro extremo colgaba un hombre fornido que se parecía mucho a Pedro. Sus dudas se disiparon cuando escucho por primera vez la voz de su amado “Nadia, soy Pedro he venido por ti.” De sus ojos brotaban lagrimas de felicidad, se quedo sin palabras y esperaba impaciente a que su amado pise por primera vez su montaña. Las cosas hubieran sido más fáciles si Pedro hubiera construido aquel barrote con más refuerzos. Con cada estrecho que Pedro avanzaba, el barrote se debilitaba. Se escuchaban crujidos que provenían de la única esperanza, ahora de los dos, para verse cara a cara. Nadia en un intento desesperado por ayudar a su amado, presiono con fuerza el final del barrote, pero su esfuerzo no funciono. Con cada segundo que pasaba, se formaban en el inmenso palo rajaduras, hasta que el, ya debilitado barrote se rompió. Ella grito “Pedro”, el “Nadia.” Parecía que el fuerzo realizado por Pedro fue en vano, el caía lentamente al abismo y su amada lo miraba atónita, incrédula, con rabia porque no sabía cómo ayudar al amor de su vida. En ese trágico momento para los dos, la tierra empezó a temblar. Nadia sintió que su montaña se estaba moviendo pero nunca pensó en ello ya que en su pensamiento solo habitaba la amarga muerte de su amado. El temblor paso y se dio cuenta que su montaña estaba muy cerca de la montaña de Pedro. Le pareció increíble que el temblor había unido a las montañas, pero ya para de qué serviría, si su amado Pedro estaba sepultado bajo el escenario único de su amor. Nadia entro en trance. Lloraba desconsolada, caminando lentamente hacia el final de su montaña para ver el lago donde ella imaginaba ver a Pedro muerto, cubierto en sangre. De repente escucho una voz que al parecer venia del espacio que formada cada fin de las dos montañas que decía “Nadia, ayúdame.” Ella no lo podía creer, parecía que se había grabado la primera y única frase que había escuchado de los labios su amado, (“Nadia, soy Pedro he venido por ti”). Ignoro tal voz y siguió caminando hacia fin de su montaña. “Nadia ayúdame” volvió a escuchar la misma voz, esta vez más cerca y más fuerte. No lo pensó dos veces y corrió hasta el final de donde pensó que esas voces venían. Su amado Pedro estaba ahí, no había muerto. Las montañas lo habían salvado, pero parecía que su pierna se había atascado en una de las rocas del pequeño abismo, formado por el mágico temblor que le salvo la vida. Ella corrió desesperadamente a ayudar a su amado. Cogió uno de los restos del gran barrote que Pedro construyo, y con una extraña fuerza logro mover la piedra que le obstruía la libertad a su amado. |
Texto agregado el 08-11-2008, y leído por 90 visitantes. (0 votos)
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